"Amaos los unos a los otros como yo os he amado," dice Jesús en el evangelio de hoy.
En la primera lectura de hoy se narra, entre otras cosas, el episodio de lo que algunos han llamado el Pentecostés de los gentiles: mientras Pedro predica a un grupo de gentiles (paganos) éstos comienzan a hablar en lenguas y a expresarse al modo de los carismáticos y los pentecostales de hoy. Para los efectos vemos ahí el bautismo en el Espíritu, ya que los que escuchaban a Pedro no habían sido bautizados con agua.
En otro pasaje (Hechos 19,1-6) es Pablo que se da con una comunidad de cristianos en Éfeso que desconoce el bautismo del Espíritu. Nótese: eran cristianos, pero no sabían del Espíritu. Pablo les impone las manos (al modo del sacramento de la Confirmación de hoy) y de inmediato reaccionan como en un mini Pentecostés.
En los primerísimos tiempos ser cristiano era asunto de escuchar la predicación, creer, y vivir la fe junto a la comunidad de creyentes cristianos.
Fue en tiempos del siglo 3° y 4° --doscientos años después de Cristo-- que aparecieron las batallas doctrinales, la pugna por definir e imponer doctrinas. Fue por entonces que apareció el catecumenado como un requisito para bautizarse y el cristianismo como un club exclusivo con su jerarquía de cristianos de primera clase (numerarios) y cristianos de segunda clase (supernumerarios). El cristianismo de las pequeñas comunidades reunidas en los hogares y en las sinagogas cristianas se convirtió en el cristianismo de las grandes basílicas y de los jerarcas con gran prestigio y autoridad civil.
Podemos pensar que el Espíritu Santo también sopló en aquella dirección de un cristianismo que sirviera de faro civil en medio de la disolución del mundo antiguo con la caída del imperio romano. Otra cosa es discernir hacia dónde sopla el Espíritu en nuestros días, en que pareciera que estamos en una nueva disolución de nuestro mundo tradicional. Los cristianos necesitamos volver a nuestras raíces bíblicas con actitud de oración y escucha a lo que Dios nos dice, me parece.
El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio del domingo pasado. Nuestra fe no es una adhesión a unas verdades, sino que es un entroncarnos a la vida en Jesús mismo. En él existimos, nos movemos y somos, como dirá san Pablo. El es la vid y nosotros somos los sarmientos. Escuchamos su Palabra y al escuchar el Espíritu nos toca en lo más íntimo y al creer, es decir, al vivir en el amor de nuestra relación con él, imagen del Padre, tenemos vida. Y si vivimos en él, cómo no vamos a amar al prójimo.
Esto es lo que no entienden muchos líderes de las iglesias (no sólo dentro del catolicismo), que conciben el cristianismo como un listado de artículos de la fe y un listado de obligaciones y mandamientos y entonces desde esas ideas atacan y condenan. Si vivimos en Jesús no podemos condenar, como tampoco Jesús condenó. Es lo que nos vuelve a recordar papa Francisco, que la fe es amor y el amor no condena, sino que comprende.
El amor exige, pero desde la misma consciencia de cada uno. La fe no es algo que se impone a las malas, porque no es una definición o una verdad que hay que aceptar a las malas.
A cada uno le toca ofrecer la mirada de comprensión y la apertura al diálogo y a la vida en comunidad como cristianos. Esa es la consecuencia de la fe como encuentro personal con Cristo.
Si el otro no está dispuesto a eso, sino que prefiere provocar y muestra actitud belicosa, entonces no nos cansemos de seguir ofreciendo el amor, de seguir siendo canalizadores del amor. Esto no lo podemos hacer por nuestra cuenta porque somos humanos (es natural alterarse ante la ira de otro). El amor es posible gracias a la fuerza del Espíritu. El que ama no vive cegado por tener o no tener razón; no siente afán por condenar al otro; no se inquieta queriendo pronunciarse a favor o en contra. Lo único que le preocupa es promover la comprensión, el amor.
La incomprensión es natural entre humanos. Es fácil equivocarse al leer los gestos y los datos de otra persona. Por eso la actitud del amor en Jesús es la de buscar comprender sin condenar. Si criticamos es a manera de sugerencia para que el otro, que conoce su propia realidad, reconozca si nuestra lectura es correcta. A fin de cuentas no hay para qué querer establecer lo que el otro tiene que pensar o creer (como verdades), si Dios mismo tampoco se impone a nosotros. ¿Nos creemos mejor que Dios?
No es de gente mentalmente saludable el alegrarse por la desgracia de otros, aunque los veamos como merecedores del castigo divino. Las personas normales sentirán conmiseración por los que sufren, aunque nos parezcan malvados. Con mayor razón podemos hablar de eso como una actitud de cristianos, la de la compasión.
Por eso es mejor un tratado de paz, que una declaración de guerra. Mejor promover la paz, que promover la guerra, el odio, el rencor.
Es mejor una demostración pacífica a favor de la justicia que salir a matar canallas.
La violencia nada engendra, sólo el amor es fecundo, dijo don Pulula.
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor," dice Jesús en el evangelio de hoy.
Invito a ver mis apuntes para este domingo del año 2021 (pulsar).
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