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Mandatos bíblicos inaceptables

 


Dios guió al pueblo de Israel a la Tierra Prometida y allí les dio todo aquel territorio para que sacaran a todos los habitantes de allí y lo ocuparan y lo cultivaran y lo hicieran suyo. En Norteamérica, más de un cristiano anglosajón vio la toma de posesión de los territorios indios de la misma manera, al modo bíblico. Era la voluntad de Dios.

Cuando los habitantes del territorio no se quitaban y resistían había que atacarlos y exterminarlos  por completo (Deuteronomio 2,34; 7,2; 13,16; 20,16; Josué 11,12). Cuando Dios ordena a Saúl que extermine a los amalecitas (1 Samuel 15,9ss) y Saúl no cumple, Dios le retira su favor. Hay otros ejemplos parecidos. Hay otros ejemplos de la destrucción completa de ciudades, además de otras costumbres bárbaras.

Hay otras disposiciones repudiables para nosotros. Si entre los vencidos un israelita veía una mujer que le agradaba podía perdonarle la vida y retenerla para sí (Deuteronomio 21,10-13). Más tarde, si ya no le agradaba, podía despedirla. Lo mismo podía darse en el repudio de las mujeres (los patriarcas se casaban con varias mujeres), que no había que dar explicaciones al despedirlas (Deuteronomio 24,1). 

En Números 15,32 encuentran a uno recogiendo leña en sábado y Moisés lo manda a apedrear. Si unos padres tenían un hijo rebelde imposible de manejar, lo llevarían a la plaza del pueblo para que lo apedrearan hasta morir (Deuteronomio 21,21). Si la noche de bodas el marido descubría que la mujer no era virgen, debía arrastrarla hasta la plaza pública para que la apedrearan hasta morir (Deuteronomio 22,21). Si se sorprendía a un hombre acostado con una mujer casada, ambos debían morir (Deuteronomio 22,22). En esa misma categoría podemos encontrar lo de sorprender a un hombre acostado con otro hombre (Levítico 18,22).

Si uno analiza esto cae en cuenta que esa es la historia de la humanidad desde siempre, la de las soluciones violentas. Así fue como desaparecieron los Neandertales y así fue como hubo canibalismo. Con mucha hambre uno se come hasta un bebé, que debe saber tan bueno como el cochinillo de Navidad. Cuando hubo remordimiento por esto, eso fue un síntoma que ya éramos humanos. Esa es una de las diferencias entre humanos y animales, el sentido de vergüenza, o la capacidad para saber de sí mismo y juzgarse. Los animales no sienten vergüenza, no necesitan vestirse ni pensar en lo que dirán los demás, como le sucede a los humanos. 

De la misma manera que hay una evolución física, también hay una evolución moral. Los estudiosos de la psicología evolutiva han propuesto que la moral surgió por razones de la lucha por la existencia. Sea como fuere, el resultado es el mismo; es un hecho que en un momento dado nuestro cerebro adquirió la capacidad para pensarnos y juzgarnos a nosotros mismos, para pensar en lo que hacemos, aunque sea después de que lo hayamos hecho. Igual, podemos asumir que las causas para descubrir una verdad pueden ser fortuitas, banales, pero eso no invalida la verdad descubierta. Es como decir que alguien descubre una verdad que sólo llego a ver porque estaba borracho. Pero la verdad, aunque la diga un borracho, un criminal o un loco, sigue siendo verdad. Una cosa es quien habla y otra, lo que dice. De la misma forma si descubrimos valores y moralidad a partir de la necesidad de adaptarnos al ambiente, eso no quita o invalida la verdad descubierta. 

Lo que sí, que la historia de la evolución de nuestra moralidad ha sido escabrosa. Pasa lo mismo con nuestro captar de lo que Dios nos dice de tantas maneras en ese diálogo que se ha dado en la historia sagrada, en la Biblia, lo mismo que en la historia de las prácticas y creencias religiosas en los diversos pueblos.

La necesidad de hacer sacrificios a los dioses como un pedir perdón por la violencia de matar para comer fue algo que apareció como parte de esa evolución moral. Es lo que podemos decir también de los sacrificios de bebés para poder comer. Primero se lo ofrecías al dios; el dios te perdonaba y te comprendía y entonces te lo comías. Todavía hoy día nos parece cruel y desagradable ver un león atrapando, cazando y comiendo animales bellos y gráciles como las gacelas.

Probablemente así surgió la idea de ofrecer sacrificios a los dioses, ofreciéndoles lo cazado y lo pescado antes de comérselo. Está la leyenda de Prometeo en Sición. Prometeo mató y descuartizó un buey y echó la carne y los filetes en el estómago del buey, un saco de mala apariencia. Aparte envolvió los huesos en la grasa, un gran paquete atractivo. Entonces le dio a escoger a Zeus qué quería para él y el dios, engañado, escogió la grasa con los huesos y le dejó a Prometeo y a los mortales la carne. De ahí en adelante los mortales podrían hacer sacrificios, quemar las entrañas y los huesos en ofrecimientos a los dioses, mientras podían comerse la carne en un banquete que era un ritual religioso. 

En tiempos de Grecia y Roma los ricos financiaban tales sacrificios públicos a los dioses y así más de un pobre podía acercarse a satisfacer su hambre y a la vez rendir culto a los dioses. Esto en su momento representó un problema para los primeros cristianos, lo mismo que lo fue antes para los judíos. ¿Era lícito comer de la carne ofrecida a los dioses? 

Pero volvamos a nuestro tema, el de la violencia en la Biblia en el ambiente primitivo y patriarcal en que se enmarcan las narraciones de la historia sagrada. La historia de Abrahán y el sacrificio de Isaac, su hijo, ha de verse en ese contexto. Representa un paso adelante en la conciencia moral, cuando Dios le dice a Abrahán que ya no es necesario sacrificar a su hijo y que lo puede sustituir por un carnero. 

Las enseñanzas de los patriarcas bíblicos reflejaban la mentalidad de su tiempo. Las cosas no han cambiado. Muchos cristianos de hoy reflejan la mentalidad inhumana de nuestro entorno. Debemos distinguir entre lo fundamental de la enseñanza bíblica y su expresión accidental, histórica. Hemos de traducir las narraciones y los mandamientos bíblicos a nuestro contexto moderno, porque ya no vivimos en una sociedad patriarcal o machista, donde la violencia es el medio para sobrevivir. Las personas, las parejas, los grupos sociales, las naciones, pueden llevarse y entenderse de manera civilizada. No hay que resolver los problemas a palo limpio y podemos saber que «lo cortés no quita lo valiente». A esto también nos llamó Dios a través de la historia de la salvación, a ser personas de cortesía, personas civilizadas. Es lo que tampoco entiende Trump, ni sus seguidores. Ellos no captan las sutilezas del saber controlar pasiones y relacionarnos a un modo más humano (más civilizado) y creen que ser auténticos es ser como los animales, que no disimulan sus necesidades biológicas y pasionales. 


Para hablarnos Dios tuvo que usar nuestro lenguaje. La Palabra de Dios es dinámica, evoluciona con nosotros. Desde tiempos antiguos siguió en diálogo con nosotros hasta la maduración de los tiempos en Jesús. Nos estuvo interpelando a pesar de la dureza y la torpeza de nuestro entendimiento (Mateo 19,8). 

Ahí está el caso del divorcio. Cuando una mujer era despedida quedaba al desamparo y terminaba prostituta o pordiosera, algo que lloraba ante los ojos de Dios. Ese es el sentido de la prohibición del divorcio en Jesús (Mateo 19,3). Jesús dio a entender que era inmoral, eso de dejar una mujer desamparada por la simple voluntad del marido. 

Claro, eso no resuelve el problema de la mujer que tiene que aguantar la violencia del marido porque no tiene alternativa económica para valerse por sí misma. Pero ese problema no tenía solución hasta nuestros días cuando la mujer finalmente tiene la posibilidad de valerse por sí misma en términos económicos. Entre tanto la solución de Jesús ha sido un argumento en defensa de la mujer.

En este punto podemos recordar lo fundamental en el mensaje de Jesús, que es el amor al prójimo, independientemente de consideraciones legales. Si el marido es una persona decente, el matrimonio no tiene que convertirse en una carga insoportable. 

Cierto, que aun entre gente decente un matrimonio puede ser insoportable, sobre todo en nuestros días, cuando hay la posibilidad social e institucional para que cada uno pueda ser independiente. No hay razón real para que el matrimonio tenga que ser un yugo infernal y pueden haber divorcios legítimos y amigables, aunque siempre serán dolorosos para todos los relacionados al proceso. Es más cristiano un divorcio amigable y sin hipocresías, que un matrimonio mal llevado que puede implicar rencores y violencia lejos del amor evangélico. Para los hijos vivir en el seno de un matrimonio mal llevado puede tener consecuencias psicológicas peores que vivir con padres divorciados. 

Hay que entender la Ley con sentido humano. 

«Inscribiré la Ley en sus corazones» dirá Dios por boca del profeta Jeremías (31,1-34), La fidelidad a Dios se proyecta en el amor al prójimo (Levítico 19,18; Oseas 6,6; Marcos 12,31; 1 Juan 2,9). Nuestra relación a Dios y a los demás no puede ser legalista. «La fe basta» puede tomarse en sentido legalista y por eso vemos reverendos que razonan como verdugos. La Ley no ha de ser una camisa de fuerza; tampoco el matrimonio. La Ley ha de interpretarse a favor de las necesidades humanas en las situaciones humanas, no al modo de las sociedades patriarcales. La Ley ha de tomarse en sentido humano, igual que el sábado (Marcos 2,27). La Ley está ahí en función de los humanos y no es que los humanos van a vivir como esclavizados a la Ley. El sábado se hizo para humanos.

Está el caso de la mujer sorprendida en adulterio. Pero Jesús no la condena (Juan 8,11). Jesús no vino a abolir la Ley (Mateo 5,17), sino a demostrar la manera de practicar la Ley con sentido humano. Sin amor nuestra vida es como un cascarón hueco, que era lo que eran los fariseos (1 Corintios 13,1). Sentirnos mejores y superiores a otros y en posesión de la verdad absoluta equivale a ubicarnos lejos de Dios. Un cristianismo manipulado para discriminar y rechazar es fariseísmo. Eso no es cristianismo. Eso no es promover valores cristianos.


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