Dios, el soberano del universo, escogió hacerse humano y presentarse fuerte en su debilidad.
De la misma manera que por el orgullo y la pasión del poder viene el mal, así por la obediencia de Jesús y el pacifismo y la solidaridad de los cristianos en Cristo viene el bien a este mundo.
Jesús fue víctima de esa soberbia y vanidad y esa obsesión por el legalismo como pretexto para justificar lo que está mal.
Con su silencio y su resistencia pacífica Jesús nos enseñó que el criterio supremo del bien no es otro que el amor al prójimo. Dios es amor. Quien ama al prójimo, ama a Dios y el amor de Dios está en él.
No es sólo en nuestro tiempo que nos topamos con tiranos egoístas que siguen sus ideologías ciegas. Los vemos a todo lo largo del Antiguo Testamento. Sabemos que en todos los tiempos ha sido así, aun en los estados confesionales como los estados cristianos medievales y en los más recientes ejemplos del franquismo con su nacionalcatolicismo en España y las pretensiones de los talibanes en el mundo islámico, lo mismo que la visión de los ultra conservadores en el Israel de nuestros días.
Es fácil confundir el bien con las instituciones socio políticas, es otro de los engaños del mal. Así es como los comunistas comenzaban con los más altos ideales y terminaban —como todavía sucede en Cuba— con una policía secreta, en que la dignidad humana no vale un pedo.
Ese es el peligro de nuestro tiempo. Cuando no es posible justificar el ejercicio crudo del poder sobre la población, sólo queda el poder por el poder. Se decreta la mentira con tal de retener el poder, y se hace porque se puede.
En nuestros días no es solamente en el ámbito gubernamental y político que se da esto. También se da desde los focos de control de la vida cibernética —las «redes sociales»— con que cada vez más se pierde el sentido de eso, de la dignidad humana, de la dignidad del individuo.
Vivimos un tiempo del resurgir de la barbarie al modo con que quizás se dio en tiempos de la llegada de los bárbaros a los territorios del imperio romano. Los bárbaros no entendían de convivencia ciudadana al modo de los romanos. Como la civilización es asunto de sobreentendidos sociales, por eso es tan frágil. Tomó siglos recuperar aquel sentido de convivencia ciudadana en que la ley no expresa el poder de los poderosos, sino la idea de la dignidad del ciudadano. Como es una idea —parte del imaginario, como dicen los sociólogos— es algo que puede perderse. Ese es el problema cuando los que tienen el poder son unos ignorantes. Ese es el problema de los robots, que no entienden de sobreentendidos sociales.
Pero en cierto modo así ha sido toda la vida, desde que nacieron las ciudades y se da la convivencia entre extraños en medio de multitudes.
Jesús en la cruz nos deja saber que Dios sabe lo que hay. Dios nos hizo libres para que pudiésemos descubrir lo que es el amor, lo que él es. Desde la cruz nos dejó saber que para los que le siguen en el camino del amor, en el camino al Padre, es necesario pasar por el calvario, para llegar a la resurrección.
Hemos de añadir una estación 15 a las catorce del viacrucis. La estación 15 es la de la resurrección. Por eso ahora en Pascua iniciamos el periodo de seis semanas del tiempo pascual, al otro lado de la cuaresma. Si la cuaresma nos recordó nuestra realidad de caídos, de pecadores, con las próximas semanas recordaremos que Jesús resucitado, el que vive ahora mismo, sigue con nosotros.
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