Este domingo celebramos el misterio de la Santísima Trinidad, de un Dios y tres personas divinas.
La SantísimaTrinidad se entiende en el contexto de la filosofía griega. El lector puede saltar el siguiente párrafo.
La realidad es una y Dios es uno, a la manera con que cada uno de nosotros es único. Entonces, de igual manera que una flor exhala su perfume como algo que emerge de su misma sustancia, así emerge la mente de Dios desde toda la eternidad y de la dinámica entre la mente de Dios y su misma realidad emerge el espíritu de Dios, la energía que todo lo mueve y que Dante formuló como el amor que mueve las estrellas y todas las otras cosas. La mente de Dios es la Palabra de Dios, el Hijo. De igual manera que las palabras representan como la materialización de nuestras ideas, así el Hijo respecto a la mente de Dios. A diferencia de ese eterno emerger y engendrarse del Hijo y del Espíritu en el seno de Dios, el mundo fue creado, no engendrado, que es lo que decimos en el Credo. El Hijo fue engendrado, no creado.
La primera lectura está tomada del libro de los Proverbios 8,22-31. «El Señor me creó al principio de sus tareas», nos dice, identificando la Sabiduría Divina con el Hijo, la segunda persona de la Trinidad. Antes de que Dios se diera a sus tareas de hacer el mundo y las cosas ya la Sabiduría (el Logos, la mente, el Hijo) estaba junto a Dios. «yo estaba junto a él, como arquitecto,» nos dice, «y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres».
Dios creó el mundo y nos creó a nosotros y vio que todo era bueno, que todo es bueno (Génesis 1,31). Dios amó y ama su creación y nos ama a nosotros incondicionalmente, como un padre ama a sus hijos.
Con el salmo responsorial (8,4-5.6-7.8-9) cantamos las maravillas de la creación y alabamos a Dios porque nos creó y nos considera importantes y nos ama.
La segunda lectura está tomada de la carta de san Pablo a los Romanos 5,1-5. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Así es como tenemos fe y somos fieles a Dios en el amor a los hermanos. Por esa fe nos incorporamos a Cristo y somos parte del pueblo santo de Dios.
El texto del evangelio de hoy es del evangelio de Juan 16,12-15. Es parte de las cosas que Jesús compartió con sus discípulos en la Última Cena. Jesús anuncia que vendrá el Espíritu Santo para iluminar las mentes de sus seguidores. Todo lo que sabe el Hijo, lo sabe el Padre y es lo mismo que el Espíritu comunicará a sus seguidores.
Vemos que Jesús anuncia la iluminación del Espíritu en nuestros corazones. En el caso de los discípulos se daría la capacidad para ver que el Reino de Dios no equivalía a la restauración del reino militar y político de Israel, sino la instauración del reino del amor entre los humanos y en armonía con toda la naturaleza. Lo mismo podemos decir de nosotros mismos, que el Espíritu ilumina nuestro caminar tras de Jesús.
Con la iluminación del Espíritu los seguidores de Jesús (primero los apóstoles y discípulos y después nosotros) hemos visto que en la derrota de la cruz se da el triunfo sobre el mal y llegamos a la vida en abundancia que el Padre quiere para nosotros.
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