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Domingo de la Santísima Trinidad


Con este domingo se cierra la parte principal del año litúrgico, de Adviento a Pascua de Resurrección. Luego entramos en el Tiempo Ordinario, hasta cerrar el año con la fiesta de Cristo Rey, en otoño. 
De la misma manera que hemos estado haciendo presente nuestra propia travesía como pueblo de Dios en marcha así también evocamos en este domingo el surgir de la tradición trinitaria. 

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La Santísima Trinidad como marco de referencia para nuestra fe cristiana apareció en la historia de las comunidades unos trescientos años después de la Resurrección (décadas más, décadas menos). Igual que hoy día, los cristianos “de a pie” en aquel entonces no eran filósofos, ni teólogos. Eran gente sencilla que vivían su fe en medio de los afanes diarios. 
Entre doscientos a trescientos años después de la Resurrección, compadre, los cristianos no tenían tanto tiempo para pensar mucho. De seguro preocupaba más el prejuicio contra ellos, comparable al racismo de hoy día. También eran víctimas del antisemitismo al asociárseles con sus orígenes en las comunidades judías de la Dispersión.
Sabemos que había preocupación y controversia sobre los obispos y presbíteros “traidores” (traditores, de donde también viene “tradición”), los que entregaban los libros de la comunidad a las autoridades ante la amenaza de tortura o muerte. No todos los cristianos estuvieron dispuestos a ser mártires, como es natural. Más tarde trataban de ser aceptados de nuevo y así se generaron discusiones sobre el tema. 
Más de un cristiano se tragó la lengua para poder convivir en el ejército, en el comercio, en las profesiones. Si le preguntaban, se quedaban callados. Si les invitaban a comer de los banquetes de los sacrificios a los dioses, allá iban a compartir. Véase Hechos y San Pablo, ya hablando de este asunto. 
¿Hasta dónde puede un obispo contemporizar? Desde aquellos primeros tiempos se dio el asunto. Uno puede tratar de mostrar el rostro benévolo del Salvador. La idea es atraer a los que andan en malos caminos y traerlos al camino recto. Pero hay una línea fina que se puede cruzar cuando el obispo, el párroco, pasan ser seducidos y desviados de su camino.

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La doctrina de la Trinidad surgió cuando amainaron las persecuciones, fuese por coincidencia, fuese como producto de las condiciones que entonces permitieron ponerse a pensar sobre otros asuntos. Fue por entonces que la cultura helénica se dejó sentir entre los cristianos. Los evangelios eran cosa de judíos, por así decir. Ahora se buscó entender la fe en términos de la filosofía de aquellos tiempos, influenciada por el filósofo Platón.
Platón vivió casi setecientos años antes de aquellos cristianos del tercer y cuarto siglo después de Cristo. Era algo así como lo que es hoy Santo Tomás de Aquino para algunos católicos tradicionalistas. Era el punto de referencia para pensar acerca del mundo, las cosas, el ser humano y todo lo demás. 
Desde la misma época de Cristo en Roma estuvo de moda dejar la educación de los niños en manos de tutores griegos, los “pedagogos” (del griego paidéia, la formación para llegar a ser un ciudadano “como Dios manda”). Así Grecia influenció a Roma, aunque fuese como la religión que se aprende y después se olvida, aunque siempre queda en el trasfondo del vivir.
De la misma manera que hoy hablamos del neotomismo, así también surgió el neoplatonismo. De esa manera los neoplatónicos, los filósofos que resucitaron formalmente a Platón, influenciaron a su vez a los pensadores neoplatónicos cristianos. 
La cosa llegó a tal punto que luego en la confusión de la Edad Media se llegó a decir que Platón como los profetas del Antiguo Testamento tuvo revelaciones divinas y fue un cristiano antes de tiempo. Ya para entonces la fe cristiana se entendía plenamente dentro del contexto o marco de referencia de las ideas platónicas. 
Así quedaron las cosas de manera tal que aun discutir a Platón sometiendo sus planteamientos a la crítica ya era peligroso. Ese fue el caso del mismo Santo Tomás de Aquino; dos años después de su muerte (murió en 1275) fue condenado como hereje en pública ceremonia en París.
En la Edad Media les encantaba quemar todo lo que se desviara de la doctrina establecida, como en el caso del papa Formoso que en el siglo noveno desenterraron para poder procesarlo con el cadáver presente y después quemarlo por hereje. A Santo Tomás, menos mal, sólo le quemaron los escritos.
Pero volvamos a los siglos tercero y cuarto.
Platón habló de este mundo como una dimensión de apariencias. Habló de la verdadera realidad, que tiene que ser única. Es como el niño que se pregunta, ¿Cómo es que la puede decir “silla” a dos cosas tan distintas como la silla del dentista y la silla de montar caballo? ¿Y las bolas, cómo llamarle “bola” a la de futbol, que no es lo mismo que la del queso de bola holandés? ¿De qué clase de bola estará hecho el queso de bola holandés? Claro, es que todas esas bolas son un reflejo de la verdadera bola.
Los que nos parecen ser muchos dioses son en realidad casos de la misma divinidad. A fin de cuentas el mundo entero emana de la divinidad, dirán los neoplatónicos. ¿Cómo llegamos de la realidad primera de Dios a este mundo de multiplicidad en que estamos? 
Remontémonos al momento supuesto antes que hubiera algo. En el principio sólo había Dios y en el fondo, dirán los neoplatónicos a base de pura lógica, sólo hay Dios. Fuera de Dios no podía haber nada. Dios es Todo.
¿En qué pensaba Dios? En nada, porque aparte de Él no había nada. Por tanto, Dios se pensaba a sí mismo, eternamente. De ese pensar de sí mismo emanó entonces el “demiurgo”, Dios mismo a la manera de una “emanación” de la divinidad. Ese fue el logos, la Palabra, idéntico con Dios, pero como “emanado”. Todo esto ya está en Platón y los neoplatónicos.
Es Dios como logos, como Palabra, el que crea el mundo de la nada. Nótese: este mundo es creado, no emana de Dios. Si hubiese sido emanado, el mundo sería de la misma sustancia divina. Unos cuantos platónicos opinaron que fue emanado. Los cristianos mantuvieron que fue creado. Así podemos encontrar el sentido de las palabras del Credo que rezamos en nuestras asambleas.
Aquí es que los cristianos dan un paso adelante y dicen: Jesús es el logos hecho carne. En el principio era la Palabra y la Palabra se hizo carne. Jesús estaba imbuido del Espíritu de Dios y en toda su misión el Espíritu actúa. Es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. 
En los evangelios el Espíritu aparece como algo distinto, aparte de Jesús. Entonces, debe ser otra emanación equivalente al logos. El Hijo y el Espíritu emanan de Dios. Son de la misma naturaleza que Dios. De Dios no puede emanar una naturaleza distinta a Él. Por tanto, hay un solo Dios, tres personas divinas.

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Jesús es la revelación del Padre y anuncia al Espíritu Santo que vendrá y completará nuestra comprensión de la fe. 
Después de la muerte del último apóstol terminó el momento de la Revelación de Dios en el tiempo, en la persona de Jesús. Posteriormente, el Espíritu nos ayuda a comprender mejor nuestra fe. No es que hay nuevas revelaciones. 


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