El día primero del año nuevo continuamos nuestra contemplación del misterio de la Navidad, de Dios hecho humano para compartir con nosotros y permitir que nosotros pudiésemos recibir el Espíritu de Dios compartiendo con él la divinidad.
Al meditar a Jesús como Dios con nosotros también fijamos la atención en María su madre, junto a luteranos y musulmanes. Ellos también la reconocen como figura central en este escenario de la llegada de Jesús, el que inaugura los tiempos de la cercanía entre Dios y nosotros.
La primera lectura está tomada del libro de Números 6,22-27. Es una fórmula de bendición, para bendecir e invocar el favor divino sobre los hijos de Israel, e igual, sobre nosotros, sobre todas las personas.
Con el salmo responsorial (salmo 66) invocamos la bendición de Dios sobre nosotros mismos: «Que Dios tenga piedad y nos bendiga,» cantamos.
Con la segunda lectura de la epístola a los Gálatas 4,4-7 evocamos la razón de ser de nuestra contemplación navideña: cuando llegó el momento indicado Dios envió a su Hijo nacido de una mujer para que fuéramos libres y no esclavos, para que fuésemos hijos herederos de Dios.
El evangelio es el mismo de la Navidad, de Lucas 2,16-21: los pastores vienen a Belén para adorar al Niño y ser a su vez evangelizadores, anunciadores de la llegada del Mesías. María, nos dice el evangelio, conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón.
En este día miramos a María, modelo de fe para nosotros. Dios pensó en ella decidió que ella sería la Madre del Salvador. Pero esto no podía darse sin la cooperación de ella. Dios no le impuso su misión; se la propuso. La obediencia de María no fue la de un animal que responde ciegamente a los estímulos. La obediencia de María fue la de un ser humano que escucha, ve, juzga, y decide por su cuenta. Ella no se dio a sí misma el papel en el escenario del Israel de su tiempo. Dios se lo presentó, se lo propuso. Y entonces ella estuvo de acuerdo. Esto es algo que no entienden los de las sectas religiosas que a nombre de la santa obediencia manipulan a sus miembros como animales, cosa que no es de cristianos.
La fe no es ciega, ni es algo que se queda dentro de la conciencia de cada uno. La fe es la relación dinámica con Dios y con el escenario en que vivimos. No somos espíritus puros; somos espíritus en el mundo en lo que es el vivir. Jesús no sólo asumió un cuerpo, asumió todo el escenario de estar en medio de una dinámica social que es temporal, que es histórica. Esa fue la misma situación de María, que aceptó el reto de ser la Madre del Salvador.

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