Tradicionalmente este es un domingo de alegría y según la disponibilidad en la celebración litúrgica se sustituye el morado de la penitencia por el color rosado, como en la vela de la corona de Adviento. Así fortalecemos nuestra esperanza y la fuerza para perseverar a la espera del Señor que vendrá como vemos en la segunda lectura.
La primera lectura de hoy es de Isaías 35,1-6a.10. Describe los tiempos en que Dios llegará para poner todo en orden. El desierto florecerá y habrá regocijo general. Todos contemplarán la gloria del Señor. Los débiles sentirán fuerzas y los inquietos sentirán ánimo. Se despegarán los ojos a los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán y los cojos brincarán como ciervos. Los desterrados y exiliados volverán a Sión con cantos de júbilo. Todo será alegría y gozo.
Los israelitas en el destierro nos recuerdan que todos estamos desterrados de la patria, fuera del Reino. Isaías habló de la restauración del restauración del reino del Israel y la vuelta del Destierro, del exilio. Y en su anuncio también vemos el anuncio de nuestra propia restauración con la llegada del Reino de Dios.
En esta vida ansiamos que las cosas se arreglen y esto es lo que Dios promete por boca del profeta. Llegará el día en que Dios traiga la salvación, la alegría de ver cumplidos nuestros anhelos. Notar que la llegada de los últimos tiempos no se presenta como algo amenazante. Dios no viene castigar, sino a rescatarnos y a salvarnos. Es lo que veremos cumplido con la llegada de Jesús, como lo veremos en el evangelio. Entre tanto, como nos dirá la segunda lectura, mantengámonos firmes en la fe y la esperanza de que esto se cumplirá.
Respondemos con el salmo 145, 7.8-9a.9bc-10, anticipando ese momento feliz en que Dios llegue para salvarnos. «El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos», cantamos.
La segunda lectura está tomada de la epístola de Santiago 5,7-10. El apóstol nos exhorta a la paciencia, firmes en la expectativa y la esperanza por la llegada y la vuelta del Señor. Mantengámonos en una conducta de personas decentes, evitando las habladurías y las faltas de caridad entre nosotros. Mantengámonos íntegros para estar preparados para la llegada del Señor.
El evangelio está tomado de Mateo 11,2-11. El Bautista, estando en la cárcel luego de haber sido hecho prisionero por Herodes, manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús si es él verdaderamente el enviado de Dios, el esperado. «¿Eres tú el que ha de venir?», le preguntan. Jesús entonces les muestra las señales de la llegada de los tiempos mesiánicos que profetizó Isaías en la primera lectura: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Nueva se le comunica a los pobres. «¡Bienaventurado el que no se escandalice de mi!», dice Jesús.
Ahí vemos el motivo de la alegría de la Navidad. Con Jesús la dimensión divina de la realidad, el Reino de los cielos, llega a este mundo y somos capaces de ingresar y formar parte del plan de Dios para nosotros. Dios viene a nuestro encuentro y nos habla y nos invita a responder a su amor para formar parte de los agraciados.
Los israelitas antes de Jesús y justo hasta el momento de la predicación del Bautista, todavía vivían en tiempos de la expectativa de la llegada del Mesías. Así podemos entender lo que dice Jesús al final del evangelio de hoy, «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él». Con Jesús el Reino ha llegado y Juan no alcanzó a formar parte del Reino, se quedó a la puerta (nota al calce de la Biblia de Jerusalén a este pasaje). En la tradición se propone que luego de su muerte Jesús bajó a los infiernos y rescató a Juan y a todos los justos de los tiempos anteriores a la redención mesiánica de la cruz.
Mediante el bautismo somos incorporados al Reino de los cielos, el bautismo del agua y del Espíritu, el bautismo de la experiencia de la fe. Entre tanto contemplamos este hecho que no hay que entender con la mente, sino reconocer con el corazón: Dios nunca se olvida de su creación y viene a nuestro encuentro constantemente para que tengamos vida y vivamos desde ahora la vida del Reino.

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