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La Transfiguración del Señor



Una primera observación: pareciera que la narración de la Transfiguración no fue puesta al azar en el lugar que ocupa en los evangelios. Pareciera que fue puesta de tal modo que confirmara que Jesús es el Mesías, si atendemos a la corriente de la narrativa de los evangelios, qué se dice que sucedió antes y después de este hecho.

El evangelio de hoy comienza (Mateo 17:1) con la frase, “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.” Lo que sucedió antes puede encuadrar lo que viene ahora, la transfiguración (al menos esta debió ser la intención del evangelista).

Al final del capítulo 16 de Mateo encontramos: la confesión de Pedro con la revelación de Jesús como el Mesías (“les preguntó, ¿quién dicen que soy?".16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".17 Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”); el primer anuncio de la Pasión (“21 Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.”); la llegada inminente del “Hijo del Hombre”: (“27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. 28 Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino.”).

Entonces, seis días después de esto, se dará la Transfiguración. Entonces, podemos decir que dentro del desarrollo de los eventos que establece el evangelista, se trata de un hecho que confirma que Jesús es el Mesías, que confirma la confesión de Pedro, lo mismo que la identidad de Jesús como el “Hijo del Hombre”. De hecho, al bajar de la montaña, en los pasajes que le siguen al final de la lectura del Evangelio de hoy, se dará el segundo anuncio de la Pasión: "22 El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: 23 lo matarán y al tercer día resucitará".

Una segunda observación. El modo con que se cuenta la Transfiguración recuerda las apariciones post pascuales al punto que hasta podría pensarse que se trata de hecho posterior a la resurrección que entonces los evangelistas intercalaron en la narración de la vida y hechos del Salvador.

Tercero. Jesús aparece con Elías y Moisés, que tradicionalmente se han entendido como representativos de la Ley y los Profetas. El profeta Elías estaba asociado con la llegada del “Hijo del Hombre”, en que Elías volvería. (En la continuación de la narración del evangelio de hoy, “los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?". 11 Él respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; 12 pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre". 13 Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.”).

De esta manera Jesús aparece en la Transfiguración como ese Hijo del Hombre cuyo mensaje queda validado por la compañía de Moisés y Elías. Pero entonces se da otro elemento que recuerda la narración del Bautismo de Jesús, que equivale por tanto a una teofanía (revelación de Dios): “5…una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".”
La nube o la “shekináh” de Dios es señal de la presencia de Dios a los largo de toda la Escritura. Los israelitas en el desierto así lo veían cuando les precedía, así baja sobre el templo de Jerusalén al momento de su consagración (I Reyes 8:10), es la sombra del Altísimo que cubre a la Virgen María (Lucas 1:35), lo mismo que la nube y voz desde lo alto que se manifiesta al momento del Bautismo de Jesús. De esta manera se valida la misión de Jesús, por encima de su relación con la Ley y los Profetas. Es Dios mismo que le llama “mi hijo amado” y así lo consagra como su Palabra para nosotros.

Es el Padre mismo que nos ha hablado en la persona de Jesús, escuchémosle.

* * * *

¿Cómo relacionar esto a la cuaresma? Hemos visto el sentido que podría tener este episodio dentro del curso de la narración que nos ofrecen los evangelistas. Ahora podemos preguntarnos también sobre la intención de los que diseñaron el ciclo de lecturas que usamos, de ubicar la Transfiguración en el segundo domingo de Cuaresma.

En cierto modo la clave está en la segunda lectura de hoy, de la segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo. Allí el apóstol le exhorta, “No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, 9 que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús,10 y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio”.

Esto significa: Dios se ha manifestado en Jesús Mesías que ha destruido la muerte y nos ha dado la vida, sin mérito alguno de nuestra parte. Seamos fuertes entonces y proclamemos sin timidez esta Buena Nueva. Todos, en cuanto cristianos hemos tenido nuestro encuentro con Dios a través de Jesús Mesías. Nos toca entonces ser también heraldos de algo tan magnífico.
Como los apóstoles, Escuchamos a Jesús cuando nos tomamos en serio sus enseñanzas y las llevamos a la práctica. Lo escuchamos también cuando seguimos su ejemplo y encomendamos a Él y a la fuerza del Espíritu estamos disponibles para llevar curación, consuelo, alivio y compasión a los necesitados y cuando intentamos permanecer fieles dentro de los sufrimientos que pueden sobrevenirnos en nuestras vidas.

Así, antes que ponernos a pensar en “la penitencia” que tradicionalmente asociamos a la Cuaresma, podemos comenzar a repensar y a descubrir el mensaje original que nos trajo Jesús Mesías.


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