La maternidad gloriosa de María nos remite necesariamente al hecho de la Encarnación del Hijo de Dios, de Jesús en cuanto verdaderamente divino, pero también verdaderamente humano. Hemos de referir la Virgen al contexto evangélico y en el contexto de la historia de la salvación o misterio de la salvación. Al considerar la Virgen como figura independiente se distorsiona el sentido de la fe. Es cierto que María puede ser considerada “Madre de todas las gracias” e “Intercesora nuestra”. En principio, en teoría, eso no contradice la figura de Jesús. Pero en la práctica, y ahí está la dificultad, el hecho es que eso fácilmente nos lleva a olvidar a Jesús como el Redentor, nuestro Salvador, por el que nos llegan todas las gracias y el que es nuestro único intercesor verdadero ante el Padre. (I Timoteo 2:5) En el momento de necesidad, como en el momento de arrepentimiento y conversión, la primera reacción de más de una persona es recurrir a la Virgen primero, sin acordarse de Jesús. En ocasión de un funeral, para algunos es más importante el rosario que ubicar el dolor de la pérdida de un ser querido en la historia de la salvación. Para más de uno es más importante recurrir a María, “auxilio de los cristianos y consoladora de los afligidos” (lo que es válido) que encontrar paz en la persona del Buen Pastor. Esto último suena a costumbres heterodoxas o protestantes, y sin embargo representa un cristianismo más auténtico. Es válido encontrar consuelo en la Virgen, pero que ella nos lleve al verdadero consuelo, que es Jesús. Resulta contradictorio que María nos haga olvidar a Jesús, pero así ha sido. Es como si la Iglesia encontrase que es más importante ser católico, que cristiano. La Iglesia no está para oscurecer u ocultar la figura o la realidad de Jesús como Dios con nosotros. Por eso siempre será un error si la Iglesia se predica a sí misma, en vez de predicar a Jesús, cuando la Iglesia subraya más el mérito de ser católico que la importancia de ser cristiano. (Me resultó curioso en una ocasión en que visité una casa parroquial y a la entrada tenían un gran cuadro del Papa y no había ninguna imagen de Jesús o la Virgen por todo aquello.) Algo parecido sucede con las devociones marianas. La Iglesia no está para promover la veneración a la Virgen María, y sin embargo así ha sucedido en el pasado. Nótese cómo en muchos templos católicos todavía la imagen de la Virgen ocupa el lugar central sobre el altar mayor. Algo parecido también podemos decir de la advocación de María como “corredentora”, que todavía resulta atractiva hoy día. Pero por algo SS Juan Pablo II se negó a declararla dogmáticamente con ese título cuando hubo un movimiento de reclamación a esos efectos. María no fue, ni es, divina. Sólo siendo divina podría ella ganar méritos para nuestra salvación. Esto fue lo que precisamente llevó a que en el Concilio de Calcedonia se declarase a Jesús como “Dios y hombre verdadero”. Si hubiese sido solamente hombre, no hubiese podido cumplirse nuestra redención.
No tiene sentido sustituir a Jesús por la Virgen como objeto de nuestra devoción agradecida por nuestra salvación. Decir que María fue corredentora se presta para asumir que ella ganó méritos para nosotros y los sigue ganando hoy día para nosotros. Ello sería herético: sólo Jesús salva. Para los que abogan por el título de “Corredentora” María hizo posible la salvación por su cooperación. Pero como apuntado antes, esto pareciera querer restar del papel de Jesús como Redentor. Igualmente se puede plantear la dificultad de cómo pudo ser posible que María fuera instrumental en su propia redención, ya que ella misma necesitaba ser redimida. Ciertamente, si María fuese reconocida como corredentora, entonces habría que decir que Dios no fue libre y sí dependiente de ella para lograr sus propósitos. Habría que decir que nuestra redención tiene un necesario componente humano, una referencia y fuente totalmente terrenal sin el cual no podía ser posible, que es la Virgen. No hay duda de que estaríamos en terreno herético. Hemos de ver a María, no tanto como asociada a Jesús, ubicada “al lado de allá”, sino asociada a nosotros, los humanos, ubicada “del lado de acá”. A partir de ahí encontramos a María como modelo de la fe y modelo de los cristianos en el contexto de ser ella también un miembro del Pueblo de Dios en marcha. La concepción de María vista “del lado de acá” en realidad abre un nuevo panorama rico en posibilidades en cuanto a la teología mariana y en nada implica una minimización de su papel dentro de la historia de la salvación. El eje central de la historia de la salvación es la Encarnación. Por eso, María debe ser vista, no por sí misma, sino en términos de la Encarnación. Fue escogida desde toda la eternidad, no por méritos propios, sino por el libre designio de Dios que la predestinó desde siempre para ser la Madre del Salvador. Por eso fue saludada por el ángel como “llena de gracia”. Así se convirtió en la Theotokos, la Madre de Dios. Esto a su vez fue posible gracias a la fe y humildad de la Virgen que permitió que se diera. De igual forma cada uno de nosotros está predestinado por Dios desde toda la eternidad, a lo que respondemos con nuestra fe y nuestra humildad al ver que no es por méritos propios que se nos concede la gracia. Igual que María cooperamos en la obra de nuestra salvación con nuestro consentimiento y nuestra incorporación al Pueblo de Dios.
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