Los primeros cristianos no adoraban la hostia. “Eucaristía” para ellos no era el nombre de una cosa, sino de una actividad, la reunión para expresar su cristianismo presente en su comunidad. Celebraban la presencia de Jesús entre ellos. Jesús estaba presente, igual que ahora, en el amor entre los hermanos, en la reunión en su nombre, en el pan de la Escritura y en el pan consagrado a través de la totalidad de la oración comunitaria.
La predicación original de los discípulos no descansó en unos tratados de teología. Tampoco dependió de unos conceptos complicados de filosofía. No fue tan siquiera una predicación de ideas o de intentos de convencer sobre unas verdades.
La predicación original presentó a Jesús mismo: su vida, la presentación del Reino de Dios, su entrega generosa de amor a los demás, la pasión, muerte y resurrección.
La fe en Jesús implicó –implica- creer que el Reino de Dios ya está entre nosotros. El Reino ya está en la comunidad cristiana, en el amor entre los hermanos, en el bien a los demás. “Cree en el Señor Jesús y serás salvo,” decían. Esto quería decir, ven a unirte a nuestro grupo. Ven a recibir el Espíritu Santo y a bautizarte. Ven a vivir, ya no según los criterios de siempre, sino según los criterios de la caridad, del amor. Mira como ya el Reino está entre nosotros.
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