Junto a Juan, Jesús nos llama a la conversión de vida, a enderezar nuestra dirección hacia él que es la Vida. Juan bautizó con agua, Jesús trae el bautismo del Espíritu Santo.
Con su bautismo, Jesús trae la liberación de las cadenas del pecado. Nos trae el perdón para nuestro pasado y la esperanza de un futuro mejor. Notar que esto se da en el contexto de una comunidad.
Las cadenas del pecado: estamos atrapados en las injusticias naturales de la vida en este mundo. Hay un desajuste entre nuestras metas y la realidad en que estamos inmersos.
Tomemos el caso de Martin Luther King, cuyo recuerdo celebramos el tercer lunes de enero. Igual que Mahatma Ghandi, nos demostró el camino de Jesús. Es el camino de la lucha contra el pecado, pero al modo de la no violencia.
“A Dios rogando y con el mazo dando”, decían los españoles en su cruzada contra los infieles. Ese dicho luego adquirió otras tonalidades de significado, pero en su forma original expresó la mentalidad de los que entienden que el Reino de Dios es de este mundo y hay que imponerlo al modo político.
Lo cristiano no es contestar la violencia con más violencia. La violencia de los demás no hace legítima la violencia de los cristianos. El pecado del otro no justifica mi pecado.
Fácilmente podemos caer en el fascismo, cuando la patria y la propia identidad nacional se proponen como valores absolutos. Sobre ese altar se sacrifican valores aún más superiores, como la dignidad humana de cada uno. En último término el nacionalismo extremo o la lucha violenta por la reivindicación de los propios derechos colectivos se torna en una idolatría.
Una vez más, el Espíritu nos empuja en una dirección de amor al prójimo, hacia un cambio de rumbo en la dirección de nuestra vida.
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Una vez más, el Espíritu nos empuja en una dirección de amor al prójimo, hacia un cambio de rumbo en la dirección de nuestra vida.
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