Las tentaciones de Cristo -- mosaico del siglo 12, Basílica de San Marcos, Venecia |
El pasaje de la primera lectura en este primer domingo de cuaresma corresponde al libro del Deuteronomio 26:4-10. Se ubica en el momento que Moisés le habla al pueblo en vísperas de entrar a Canaán, la tierra prometida.
Moisés le recuerda al pueblo que son todos descendientes de un “arameo errante”, de un antepasado nómada. Ese antepasado fue Abrahán. Sus descendientes fueron Isaac y Jacob y sus doce hijos, de donde vienen las doce tribus de Israel (Jacob). Su Dios es el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de Israel.
Moisés entonces le está diciendo a este pueblo que no olvide sus raíces, mucho menos olvide a su Dios. Porque ese Dios con su brazo poderoso los sacó de la esclavitud en Egipto y los trajo en peregrinación hasta el Jordán. Cuando Moisés le está diciendo estas cosas al pueblo, están en la orilla oriental del río, prestos a cruzar al lado occidental. Hasta hoy, como sabemos, esas franjas del río siguen siendo escenario de guerra entre israelíes que llegan a hacerse del territorio y los habitantes de la región que presentan una resistencia feroz a ese plan.
Pero en este caso ubicamos la lectura en el contexto de la liturgia. Moisés le recuerda al pueblo y a nosotros, que una vez fuimos esclavos y ahora, en una peregrinación por el desierto, se acerca el momento de entrar a la tierra que mana leche y miel.
Los israelitas clamaron a Dios y fueron escuchados. Dios los socorrió con signos y portentos. Dios aprieta, pero no ahoga. Nos guía en nuestra peregrinación y nos socorre.
De parte nuestra, nos toca, dice Moisés, ofrecer el diezmo a Dios, las primicias del fruto cosechado, de las riquezas que Dios nos da. Aquí también encontramos el tema del primogénito. Había que ofrendar a Dios todas las primicias, incluyendo el primogénito de los animales del ganado, de las ovejas, de las cabras del rebaño, del primer nacido de los esposos. Quién sabe si de aquí fue que se dio la costumbre terrible de la que nos llegan noticias, de los que cocinaban y se comían a sus propios hijos en un banquete de sacrificio a sus dioses.
Ya resuena aquí el tema de la cuaresma, de la misericordia y la limosna. Dios espera que seamos generosos con las riquezas que nos ha dado, por pequeña que sea nuestra hacienda.
Ahí estuvo el ejemplo de la viuda que dio lo último que le quedaba, una dracma y que Jesús señaló a sus seguidores.
Porque Dios dice, “Misericordia quiero y no sacrificios” (Deut). Cuando el cristiano se encuentre tentado por el diablo a hacer penitencia como quien practica un deporte olímpico (como los monjes del desierto en los primeros siglos del cristianismo) bien valdrá recordar esto.
Dios nos insta más por nuestra limosna, nuestra caridad y nuestra oración, que por todos los ayunos y penitencias que podamos hacer. Por eso Jesús aceptaba la invitación para comer con los pecadores.
El salmo responsorial, salmo 90:1ss, presenta el tema de la providencia de Dios. Como en la primera lectura, Dios no se olvidó de su pueblo en su errar por el desierto. Dios estará ahí para nosotros en medio de los peligros. Este salmo será citado en el evangelio más adelante.
La segunda lectura está tomada de la epístola de San Pablo, Romanos 10:8-13. “Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación,” nos dice. La Palabra de Dios está tan cerca de nosotros, en lo más íntimo de nosotros, en los labios y en el corazón. Basta despertar por la acción del Espíritu y brotará la invocación del nombre del Señor. Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.
Podemos asociar esta lectura al salmo responsorial. Invoca al Señor y él vendrá a ti, y te socorrerá.
También recuerda lo apuntado en otras reflexiones dominicales en este blog: en los evangelios el bautismo no es requerido por Jesús. Tampoco San Pablo pone como condición para la salvación el tener que bautizarse. La condición es la fe. Cree en el Señor Jesús y serás salvo; por la profesión de los labios llegamos a la salvación.
Los israelitas debían presentar las primicias de sus animales y sus cosechas al Señor como en la primera lectura. Pero no hay que “comprar” o “agradar” a Dios como un siervo que busca complacer a su amo. Basta descubrir a Dios mismo en nuestro corazón, que está presente en todos los que nacen a este mundo en todas partes del planeta.
La tercera lectura de hoy corresponde al pasaje en el evangelio de San Lucas que encontramos en el capítulo 4, versículos 1-13. Durante los domingos del ciclo C del año litúrgico se lee el evangelio de San Lucas. El tema de este domingo 1° de cuaresma siempre es, como en los otros años, el de las tentaciones de Jesús en el desierto, hoy en la composición de San Lucas.
El pasaje de la lectura es continuación de la narración del bautismo de Jesús en el Jordán. Después, nos dice, Jesús fue llevado por el Espíritu de Dios a errar por el desierto durante cuarenta días. Es una referencia simbólica a los cuarenta años del pueblo hebreo en el desierto.
Nos dice que todo aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre, lo que le brindó la oportunidad al diablo para tentarle. Cuando estamos cansados y hambrientos es cuando podemos llegar a tomar malas decisiones.
El diablo le sugiere que convierta unas piedras en pan para comer. Jesús le recuerda que más importante que el pan para el cuerpo es el alimento del alma y sería traicionar su alma, se entiende, ceder a esa necesidad de pan.
El tentador le ofrece autoridad y gloria al darle todos los reinos de este mundo, algo así como hacerle emperador de la tierra. La condición es someterse al diablo. Jesús le recuerda que sólo a Dios es que hay que recurrir y adorar, lo que otra vez recuerda el salmo responsorial. No tiene sentido venderle el alma al diablo.
Finalmente el diablo lleva a Jesús al pináculo del templo y le propone que se tire, que los ángeles vendrán y evitarán que se mate. Esta es otra referencia al salmo responsorial de hoy. Jesús le dice que no hay que tentar a Dios, no hay que provocar innecesariamente situaciones que requieran la asistencia divina. En nuestros proyectos no hay que arriesgarse de más sólo porque Dios nos socorrerá si las cosas no salen bien.
El diablo entonces, nos dice el pasaje, se marchó hasta que surgiera otra ocasión para tentarle.
Aquí vemos que Jesús también fue tentado. Si fue tentado, es porque pudo haber “pecado”. Si no hubiera habido posibilidad de pecar, entonces no hubo tentación de qué hablar.
Podemos pensar en las necesidades biológicas de Jesús (piedras, pan); necesidades de carácter (ser emperador, la vanidad, el egoísmo del poder); necesidades de mayor envergadura (retar a Dios; sentirse importantísimo, tan importante, que Dios no lo va a dejar caer).
Que tan siquiera Jesús haya tenido necesidades biológicas es algo que estremece a algunos. Que tuviera mocos y lagañas, o que de vez en cuando sufriera de estreñimiento, o que reconociera la belleza de una chica, son cosas que no se nos ocurren, o que nos parece una blasfemia imaginarnos. Que además se le pudiese llegar a ocurrir ser rey de este mundo en el sentido humano, o de retar a Dios también, mucho menos lo podríamos admitir. No se habla de eso.
Quizás por miedo a estos pensamientos es que algunos se alteran cuando alguien comienza a preguntarse sobre la manera específica con que Jesús fue Dios y hombre verdadero. Porque no solamente fue divino, sino que fue la mismísima Segunda Persona de la Santísima Trinidad. ¿Cómo explicarlo? Eso fue lo que llevó a unas cuantas generaciones de cristianos en los primeros siglos a unas discusiones sin fin que culminaron en los dogmas de los primeros concilios. De ahí que hoy también hablemos de las discusiones bizantinas respecto a asuntos enrevesados en que entramos en los más intrincados detalles de un tema. ¿Tuvo Jesús dos almas? ¿Tuvo dos voluntades, una divina y otra humana? Y así.
El meollo del asunto es: Jesús fue Dios y hombre verdadero. Sólo que ya desde aquel entonces, hubo la tendencia a descuidar su aspecto humano. La consideración de su divinidad nos hace olvidar su dimensión humana.
Que haya sido tentado con una posibilidad real de caer en el pecado no quita la ausencia de maldad en su espíritu. Una cosa es la debilidad humana y otra, la malicia que pueden tener algunas mentes. La debilidad es natural; no así la malicia.
En Jesús, siendo humano y divino, no pudo haber malicia (deseo y disfrute en hacer mal a otros, o dominar y tomar ventaja de otros). Y, si hubo debilidad como humano, también hubo soberanía de su voluntad sobre esa debilidad, una soberanía divina. Por eso, podía sentir hambre al extremo de llegar a pensar que tenía el poder real de convertir en pan hasta las piedras. Pero la soberanía de su mente y el elemento divino en él, no lo iban a permitir. Siendo humano, se enfrentó a tentaciones verdaderas, y siendo divino, tuvo la soberanía de no caer.
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Aparte de lo anterior, podemos considerar el relato mismo, la narración compuesta por los evangelistas.
Como en los relatos del Génesis, la narración de las tentaciones de Jesús en el desierto no puede tomarse en sentido literal. Se trata de algo más bien representativo, simbólico.
¿Quién acompañó a Dios cuando estuvo creando el mundo para entonces poner por escrito lo que pasó? ¿Qué observador estuvo presente cuando la serpiente tentó a Eva y luego ésta le pasó el fruto del pecado a su compañero? Por cierto, cuando son expulsados del paraíso, Dios no pone el requisito de una ceremonia matrimonial antes de poder juntarse para tener hijos.
De la misma manera, ¿Quién estuvo allí junto a Jesús en el desierto para ser testigo de la llegada del diablo con sus tentaciones?
Nos preguntamos entonces cómo se compuso y cómo se entendió entre los primeros oidores, esta narración de las tentaciones de Jesús. El lector puede seguir esta pista de la mano de los investigadores bíblicos.
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“Mi padre fue un arameo errante,” encontramos en la primera lectura.
El arameo era la lengua común en la Palestina de la época de Jesús. Fue un lenguaje que llegó al Oriente Medio con el grupo étnico de… los arameos. Vinieron provenientes de la India, llegaron a la región de los ríos del Tigris y el Éufrates, donde hoy es Iraq, hace más de tres mil años. Para la época de los babilonios y los persas y la desaparición de Israel (el Reino del Norte) y el Cautiverio de los judíos, el arameo era el lenguaje común de toda la región al modo con que el español es lengua común en Sudamérica.
En ese escenario fue que el Deuteronomio fue escrito en arameo, lo mismo que otros libros de la Biblia y el mensaje mismo de los evangelios en su formulación original. Jesús presentó su mensaje en arameo y sus seguidores también pasaron a otros el mensaje en arameo.
Cuando la secta judía de los cristianos se internacionalizó y se propagó por el mundo romano, entonces el mensaje se comenzó a reformular en griego. En Roma mismo se tomaba el griego como el lenguaje oficial, al punto que hasta los edictos públicos se presentaban en griego. Así, los evangelios se produjeron en versión griega. Es como hoy día pasar un mensaje al inglés para que pueda difundirse por la Internet.
Hoy día hay que manejar el inglés para las comunicaciones más importantes, aun si los países anglófonos como Inglaterra y Estados Unidos ya no tienen el poderío que una vez tuvieron. Los chinos han adoptado el calendario occidental cristiano y escriben en sus computadoras en inglés, con el alfabeto occidental. Lo mismo, con los evangelios. Igual, hoy la versión inglesa de la Biblia reviste importancia.
Así, la versión de la predicación original de Jesús que nos llega a nuestras manos es la que se preparó en griego, a partir de unas tradiciones orales y quizás algunos supuestos textos en arameo. De los textos arameos que subyacen bajo los evangelios no queda evidencia directa. Las versiones copiadas, los manuscritos más antiguos de los evangelios, son versiones griegas.
Todavía pasaron unos doscientos años antes de que aparecieran versiones en latín, que terminaron en una versión defectuosa, que sin embargo se estuvo usando hasta el Concilio Vaticano Segundo en el siglo 20. Algunos funcionarios del Vaticano llegaron a argumentar que la iluminación divina sólo se encuentra en esa versión latina…
Si fuéramos a tener la misa como se debe, habría que usar el arameo y no el latín. De hecho, hay liturgias de las iglesias cristianas orientales que son en arameo. En el Concilio Vaticano Segundo, todos los días se comenzaba con una misa en un rito distinto y verla en los diversos idiomas hizo que los padres conciliares cayeran en cuenta del sentido del uso del idioma en la misa.
En la Última Cena Jesús consagró el pan en arameo. Por eso, no es tan importante que las palabras de consagración en latín sean tan precisas o exactas, como fue requisito durante siglos. Una cosa es la Iglesia de la fe, del Pueblo de Dios en marcha; otra, la Iglesia de los abogados, de los fariseos legalistas, y de los administradores preocupados por hacer valer su autoridad.
Lo principal no son los detalles. Los fariseos se preocupaban por los detalles al pie de la letra. Jesús les invitó a ver que eso no es importante.
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A continuación unos apuntes sobre la cuaresma como tiempo de penitencia, de ayuno y abstinencia.
En su sentido propio la cuaresma es tiempo de conversión. El enfoque principal de estas semanas no debe ser el sacrificio, la auto flagelación y el auto castigo. El enfoque debe ser el abandono de la mentalidad pagana y el cultivo de la perspectiva cristiana.
De esa manera también engarzamos con lo que significó este tiempo para los catecúmenos, los que se preparaban para el bautismo la noche de la Vigilia Pascual. El ayuno y la abstinencia típicos de la tradición cultural y popular, son expresiones, medios, no fines. Representan algo distinto, son otra cosa.
Los medievales hablaban de la “purificación del alma”; nosotros hablamos de concentrar sobre nuestra meta, enfocarnos y reorganizarnos en nuestra vida. Las grandes compañías internacionales también traen auditores externos de vez en cuando, para revisar la marcha de la empresa y repensar las metas y objetivos.
¿Qué significa “enfocarnos”? Es decir, ¿A dónde es que vamos? ¿Qué hacemos?
Para comenzar, nuestra alma, nuestro “espíritu interior”, nuestra mente, no es que se haya ensuciado y necesitemos ir a la lavandería. Nuestras tendencias no son malas, para empezar. Nuestras tendencias no son buenas ni malas; son parte de nuestra naturaleza. Lo que Dios hizo, no lo juzgue el hombre, diríamos.
¿Y aquello de la “naturaleza caída”, el pecado original? Tales expresiones se refieren más bien a la dimensión de nuestra vida en compañía con los demás. Nuestro vivir se da como un convivir y esa convivencia conlleva unas exigencias que pueden entrar en conflicto con nuestras tendencias heredadas de experiencias pasadas, tanto en nuestros genes, como en nuestra biografía personal.
Decir “pecado” no equivale a referirnos a una suciedad en nuestros genes, que habría que limpiar, purificar. Apunta más bien a la dificultad para balancear las exigencias de nuestras necesidades biológicas y genéticas con las exigencias de nuestra convivencia. Implica, para el cristiano, el reto de convivir al modo de quien ha tenido un encuentro con Cristo, con el Evangelio. Quien dice que tiene una relación íntima con Dios y no sabe convivir, se engaña a sí mismo, o miente.
En ese contexto una vida en el pecado equivale a vivir desenfocados. No es algo constitutivo en nosotros. Pero en vocabulario tradicional podríamos decir que en ese desenfoque es que está el pecado, “el diablo”. Por eso el papa Pablo VI pudo llegar a decir que se sentía el humo de Satanás en el Vaticano, porque sufría en su espíritu angustiado el desenfoque de los miembros de la curia que recurrían a subterfugios para oponerse a las reformas de inspiración en los evangelios y en las prácticas de los primeros cristianos.
Quien cree al modo de poseer unos postulados que hay que imponer y que predica al modo de quien está en guerra contra los que piensan distinto, no sabe lo que es la experiencia de la fe, no es un cristiano. Es más bien un político, o un militar al servicio de una ideología, de un elenco de “verdades”. El error de Satanás cuando se rebeló contra Dios fue un error de perspectiva (Ortega y Gasset).
Cuando decimos “naturaleza caída” con el vocabulario tradicional, apuntamos a nuestra incapacidad para ser certeros en nuestros enfoques. Nuestro punto de partida al revisar nuestros enfoques es reconocer que podemos estar equivocados. Es lo que descubrimos en la “modernidad”. Uno creía que la tierra es plana y ahora resulta que no lo es, aunque siga viéndose plana. De la misma manera, el mayor peligro es partir de la premisa que la verdad está con uno. Uno nunca sabe si lo que uno cree puede ser una soberana estupidez.
Las verdades en juego cuando nos planteamos el asunto de la fe cristiana y la convivencia con los demás no son de tipo lógico, sino de índole práctico, de cómo ser cristianos en las relaciones diarias. Nuestro punto de partida entonces es buscar la manera adecuada de traducir tal meta a la acción.
Nuestra convivencia con los demás dentro de los criterios del amor al prójimo al punto de amar a los “malos” como Dios mismo los ama, no es algo que se da en un instante milagroso. Nuestra capacidad para saber convivir es un trabajo de toda la vida. Y no depende de nosotros, depende también de los demás. Y sobre todo, depende de la acción del Espíritu en nosotros y entre nosotros.
Por eso, la cuaresma es una época de conversión, también en su dimensión comunitaria. Son unas semanas del año litúrgico que separamos para revisar nuestro camino y enfocarnos. Lo del ayuno y la abstinencia es sólo un elemento en la ecuación. Si tomamos distancia, veremos que en su conjunto, la tarea de la conversión, de revisar cómo vivimos nuestra fe en medio de los asuntos diarios, conlleva otras cosas además del ayuno y la abstinencia. Lo que hay que atender en sus detalles es más difícil de ajustar que solamente dejar de comer carne ciertos días, o comer menos durante otros días.
Además, cuaresma es tiempo de recordar que el Espíritu es quien nos permite pensar en esto y nos guía en nuestra peregrinación, en nuestro caminar por el “desierto”, con sus inspiraciones.
Somos miembros del Pueblo de Dios. Nuestra fe no se vive en la soledad. Una traducción práctica de la vivencia cuaresmal se puede dar en las actividades de la comunidad, sea en la parroquia, como en otras comunidades cristianas.
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