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Domingo 22, Tiempo Ordinario, Ciclo C



Jordaens, Diógenes el cínico


Primera Lectura
Sirac 3,17-18.20.28-29. El pasaje de la primera lectura anuncia el tema que encontraremos en el evangelio de hoy, la humildad: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que el hombre generoso”. Es mejor hacerse pequeño en las grandezas humanas y así Dios nos mirará con agrado. Porque Dios revela sus secretos a los humildes. 
Por eso, porque sólo los humildes conocen los secretos de Dios, es una pérdida de tiempo tratar de “curar las heridas” de los cínicos, nos dice. Los humildes son sabios y aprecian las palabras de los sabios y esa sabiduría les dará alegría.


No hay que curar las heridas de los cínicos. En aquella época los filósofos de la escuela de los cínicos a menudo vivían como deambulantes, al estilo de Diógenes el cínico. Se les veía sucios y abandonados, mientras se reían de los que pasaban en sus afanes por “las cosas de este mundo”. Tenían llagas en su cuerpo, igual que los deambulantes.
Sirac parece dar por sentado que los cínicos, a pesar de su pobreza, de su repudio inteligente de las vanidades de este mundo, eran personas orgullosas. Eran fariseos. Se creían sabios, pero no lo eran. Nada peor que tratar de dialogar con un “sabio”. 

Pareciera que discutir con los cínicos era como discutir con un Testigo de Jehová. Una cosa es estar firme en lo que uno cree y otra, entrar en diálogo con otra persona tratando de entender el otro punto de vista. No por comprender al otro uno va a dejar la firmeza de las propias convicciones. Pero si uno se confía del pensamiento crítico, estará dispuesto a revisar o cambiar las propias convicciones. Para dialogar con otro es necesario admitir la posibilidad de que uno esté equivocado.

Para tener presente el pensamiento crítico hay que tener humildad. Si no hay humildad, no hay diálogo; hay discusión, forcejeo, asunto de abogados. Es cosa de fariseos. Y de filósofos seguros de sí mismos. 
Peor aún si es cosa de políticos argumentando, que no creen en lo que defienden. Y aún peor si son políticos que no reflexionan sobre lo que defienden. Los ignorantes con iniciativa son peligrosos. Un político puede ser ignorante, pero un buen político se rodeará de buenos consejeros y sabrá llevar la dinámica del grupo de consejeros. 

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No es fácil reflexionar sobre lo que uno cree. Requiere una cierta energía de espíritu. La mayoría de nosotros simplemente miramos las fórmulas de pensamiento recibidas y adoptamos las que nos parecen adecuadas. 
Las ideas recibidas son como las tecnologías recibidas y las soluciones recibidas. Por ejemplo, el uso de una noria de cangilones para sacar y distribuir agua. Para los efectos, ya eso resolvió ese problema. No hay que pensar más sobre eso. Baste echar mano a la solución que ya está ahí. Pasa lo mismo, por ejemplo, con las fórmulas de la filosofía tomista, o las de la filosofía marxista. 
Las ideas recibidas son como recetas heredadas. Si ya está la receta, ¿Para qué ponerse a pensar sobre ella? No hay que buscarle cinco patas al gato. 
Si ya existe la iluminación con velas, ¿Para qué usar quinqués de kerosén? Si ya tenemos iluminación a gas, ¿Necesitamos la electricidad? Mon. Iván Illych, vice canciller de la Universidad Santa María de Ponce, decía que una curandera de Guayama le recetó un baño de yerbas que le curó una enfermedad. ¿Quién necesita médicos? 
Si los médicos no saben pensar sobre los achaques y dolamas de los pacientes, quizás estaríamos mejor con computadoras expertas que nos receten. A menudo médicos y computadoras razonan igual, diagnostican mediante algoritmos y formularios. De la misma manera piensan sobre la eutanasia y el aborto, al modo de los abogados y los teólogos legalistas. Claro, están bajo la sombra de los legisladores de la asamblea de diputados, que ni tan siquiera se plantean el asunto, porque el criterio es ganar el voto popular, o agradar al cacique del partido. Buenas estamos.

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No hay que olvidar que toda palabra, todo concepto, idea, tiene múltiples sentidos. “Cabo” se refiere al extremo de algo: cabo del machete, cabo de cigarrillo. El cabo del ejército era el que estaba al extremo de la fila al marchar. 
La misma palabra con un mismo sentido aduce a realidades distintas. 
Eso mismo sucede con “humilde”, “humildad”. No es lo mismo cuando se habla de la humildad de un pobre, que cuando se habla de la diferencia entre la humildad de un cínico y la humildad de uno que piensa críticamente. 
No es lo mismo un pobre al que le falta dinero y bienes materiales, que un pobre “de espíritu” que tiene limitaciones que no son materiales, algo de lo que no necesariamente está al tanto. También está el pobre de espíritu que se da cuenta de sus limitaciones. Sirac parece hablar con este último sentido. 
Pero Sirac también mezcla los sentidos. Lo que propone en el caso de dialogar con los cínicos no es lo mismo que cuando aconseja hacerse pequeño en las grandezas humanas. Aquí engarza con el evangelio.

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El libro del rabino Sirac también se conoce como Libro de la Sabiduría y en la tradición, libro del Eclesiástico. Por ser de composición tardía, no fue reconocido por los judíos como parte de los libros sagrados y por esa misma razón no fue aceptado por los luteranos, pero sí es reconocido por los católicos y las iglesias orientales. Episcopales y luteranos lo aceptan y leen en la liturgia como un libro de sabiduría. 




Salmo responsorial
Salmo 67,4-5ac.6-7ab.10-11. Los huérfanos, las viudas y los necesitados se regocijan en la protección de Dios. “Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.” Dios no se olvida de nosotros y derrama su bondad sobre los pobres.


Segunda Lectura
Hebreos 12,18-19.22-24a. En la continuación de la lectura de esta epístola encontramos el énfasis sobre el nuevo pueblo de Dios. No nos acercamos al monte Sinaí como los israelitas, ni escuchamos el retumbar de Dios en la nube y el fuego. Los cristianos nos hemos acercado al nuevo monte, a la Jerusalén celeste, a la asamblea de los ángeles y los santos. Nos acercamos a Dios con Jesucristo, “Mediador de la nueva alianza”.

La relación con el tema de hoy, la humildad, puede entenderse así. Somos el nuevo pueblo escogido por Dios. Eso no es motivo de orgullo en cuanto no es algo que nos ganamos por nuestra cuenta, sino que ha sido gracias a Jesucristo que esto ha sido posible.



Tercera Lectura
Lucas 14,1.7-14. En la continuación del evangelio de San Lucas, Jesús llega un sábado a casa de un fariseo para comer. El dato que fue un sábado es un contexto que aquí no parece ser relevante.
Como de costumbre, los de la casa lo están observando a ver qué hace, qué dice. Jesús ve que a medida que llegan los convidados, se buscan los primeros puestos. Esto da pie a una admonición. “Cuando te conviden a una boda,” dice Jesús, “no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto”. Más adelante añade un dicho, “todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
A lo anterior se añaden otras consideraciones. Jesús le dice al anfitrión que la próxima vez no invite a los amigos y a los que pueden corresponderle con otra invitación. Mejor que invite a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, porque ellos no podrán corresponderle. Ellos le pagarán cuando resuciten los justos. 


Si uno llega a un banquete y se sienta atrás con el propósito de provocar que venga el “jefe” y te vea y te ponga al frente, eso no es virtud. Que uno tenga cualidades y las niega para que entonces los otros insistan que las tiene, eso no es virtud. Jesús no pudo referirse a ese tipo de cosa.
La reacción de Jesús posiblemente estuvo motivada por la misma indignación que nos da al ver algunas personas que se dan importancia de forma exagerada. 
Y también, la indignación ante los que no tienen los méritos y se adelantan para ocupar los mejores sitios sin tener derecho. 
Lo mismo, con el caso de los que con disimulo se acercan al principio de la fila y se cuelan y son atendidos enseguida. Tuve una tía que nunca creyó que ella tenía que hacer fila porque ella no era como los demás. Sin querer pensaba como los fariseos. 
Mejor es ponerse al final de la fila, como corresponde. Si luego llega el que manda y ve a uno con necesidad de hacer una excepción, entonces le dirá a uno que pase enseguida para ser atendido. 
Es decir, mejor dejar que el que tiene la autoridad para hacerlo te autorice, aparte de tus méritos. Ese es el punto. 

“Los primeros serán últimos y los últimos serán primeros” es un dicho independiente que Lucas intercala aquí. Puede aplicarse a diversos puntos, temas. 
Puede referirse a los israelitas, que fueron los primeros; sólo que ahora los cristianos, los últimos, ahora son los primeros. 
Podría ser un lema de sabiduría que circulaba entre los filósofos y los judíos de la época que Jesús adoptó, o que algún redactor puso en su boca. Jesús pudo haberse estado refiriendo a la naturaleza de la actitud cristiana, a la humildad auténtica, la del que no alardea y camina con su yo detrás y no al frente. 
Puede referirse a la actitud del que sabe que eso de los puestos es un asunto de vanidades y apariencias. Si el que manda dice que uno amerita el primer puesto, vale. Pero no es que uno tiene que estarlo anunciando como la gran cosa. 
Ciertamente no puede tratarse de la falsa humildad que denunció Nietzsche, la de los resentidos y mezquinos, de los que envidian el bienestar de otros y entonces enfatizan su propia situación de limitaciones como algo bueno. “Boca no criticó aquello que no gustó.”


Un asunto aparte es la recomendación de Jesús al anfitrión, de invitar a los que no pueden compensarle. Es lo que hace Dios, que nos da de sí, sabiendo que no podemos compensarle. Nada hay que podamos regalarle a Dios que sea proporcional o que compense lo que él nos da. 
Cuando Manuel Kant, filósofo prusiano del siglo 18, desarrolló su Crítica de la razón práctica, señaló este tipo de gesto como el que expresa la verdadera libertad. Es el gesto que no tiene propósito alguno, ni finalidad alguna. Es el que se hace “porque sí”, como expresión pura de la voluntad pura. Es el que no se da por interés alguno. 
Desde esa libertad de espíritu es que se pueden reconocer los verdaderos valores. 
Esa segunda parte es la que dejaron fuera los nazis hitlerianos, algo análogo a los que no ven que la salvación por la sola fe también implica ser una buena persona, porque alguien que tiene un encuentro con Dios y con Jesús pasará de inmediato a las buenas obras. De la misma manera los nazis se quedaron con la soberanía de la voluntad sin la otra mitad de la ecuación, que es el reconocimiento de la jerarquía de los valores.
Los valores como las estrellas, no obligan, pero están ahí y llaman la atención, atraen. Pero eso no quita la soberanía de la voluntad que se decide por cuenta propia. Es precisamente desde la libertad de la voluntad que es posible reconocer los verdaderos valores por sí mismos, y no por nuestro interés.
Una voluntad soberana sin otra motivación que la belleza de poder decidirse por cuenta propia se queda en lo que llaman un formalismo, un gesto que sólo tiene sentido como una formalidad. Sólo que hemos visto lo terrible que esto puede ser cuando fue personificado por unos imbéciles que se creían “alguien”.

Entre tanto un cristiano ama como Dios ama; la verdadera caridad es dar sin esperar nada a cambio. Dios nos dio su propio Hijo pasando por el riesgo que todo fuera un esfuerzo perdido. Hay gestos que merecen hacerse, aunque no tengan resultado alguno. 

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De la misma manera los misioneros cristianos en China en la primera mitad del siglo 20 consiguieron muy pocos conversos relativo a una población de millones de habitantes. Pero había que hacerlo. Lo que importa es proclamar el evangelio, aunque no haya conversos.

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Cuando publiqué mi libro sobre el Concilio Vaticano Segundo un obispo me dijo que cometía un error, porque la Iglesia estaba en el proceso de desmantelar todo lo que el Concilio inició. Llegué a pensar que quizás él tenía razón. 
De todos modos mi publicación sigue ahí como un recurso para conocer mejor al Concilio en su momento histórico. Y en el transcurso de unos años el ambiente ha cambiado, gracias al papa Francisco. No creo que alguien pueda decir hoy por hoy que están desmantelando las propuestas del Concilio. Al contrario, se están llevando a la práctica ahora que hay más facilidad para hacerlo. La curia romana, por ejemplo, es una institución desprestigiada. 



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