En Norteamérica pareciera que para los católicos el asunto del aborto es más importante que cualquier otro dogma de fe. Algo parecido encontramos en los partidos políticos que llevan su ideología con unción religiosa; hay ciertos temas que no admiten discusión.
De la misma manera, pareciera que para algunos católicos la adoración del Santísimo es la expresión máxima de la fe y de la vida espiritual. Pasaría lo mismo en otra época cuando ser católico y rezar el rosario iban de suyo. Entre tanto muchos clérigos y muchos religiosos y muchos católicos no tenían idea de lo que es ser un ser humano decente. Mucho menos tenían un sentido cristiano de amor al prójimo.
Recuerdo cuando el papa Juan Pablo II fue a México en 1979, poco tiempo después de la desaparición del papa Pablo VI, su antecesor, que hasta entonces estuvo llevando a la práctica las implicaciones del concilio Vaticano II. En aquel momento el nuevo papa anunció que volvería a promover las devociones populares. El caso más llamativo de esta tendencia se dio cuando años más tarde la Santa Sede insistió en reconocer la veracidad histórica del milagro de la imagen de la Virgen de Guadalupe sobre la tilma de Juan Diego, contra toda evidencia.
La devoción popular como expresión de la fe es algo válido y legítimo y…también inevitable e incontrolable. No importa lo que diga la Santa Sede, el pueblo siempre seguirá con sus creencias y costumbres. Eso siempre sucederá. Por eso es que en casos como el manto de Turín o la tilma de Juan Diego lo mejor sería ni hablar del asunto. La Santa Sede puede dedicar su tiempo a otros asuntos más urgentes para la vida de la fe católica.
El problema surge cuando la devoción sustituye la fe; cuando es más importante ser católico, que cristiano. Hasta ese momento no habría inconveniente con las devociones, mientras no haya conflicto con nuestra fe básica, cristiana. Las devociones deben contribuir a nuestra fe, no ofuscarla.
El problema también se da cuando asuntos como este toman el color de una polémica. Entonces, como causado por la misma situación, surgen unas posiciones extremas. “Peca, peca fuertemente,” dijo Lutero, para que se manifieste lo que es la fe. En una situación normal pienso que no lo hubiera dicho. De esa misma manera, pienso, se ha dado la posición calvinista y anabaptista del rechazo total a las devociones populares. En la catedral de Guatemala, por ejemplo, subsisten prácticas propias de los indígenas precolombinos. Un ministro bautista una vez dijo que el diablo estaba allí presente, instigando todo eso.
No sé si el diablo es el que instiga la ceguera de algunos católicos como los presbíteros que decían misa y adoraban la eucaristía mientras abusaban de los monaguillos; o de los eclesiásticos que trataron como un objeto cualquiera a las mujeres madres de hijos de curas. El cura con ir al confesionario tenía. La mujer, que se las arreglara. Los hijos, no había que pensar en ellos. Algo así sucedió, cuando se atendió a la ley, no a las personas, cuando el Vaticano anunció la anulación del matrimonio de Ted Kennedy. Ethel, su esposa, reaccionó: “¿Me va usted a decir que después de seis hijos y tantos años de matrimonio ahora resulta que nunca estuvimos casados?”
Cristo hubiera reaccionado con “Raza de víboras”, el vituperio contra los fariseos. El pecado de la Santa Sede ha sido muchas veces el pecado de los fariseos: considerar que la ley por sí misma establece lo que es un hombre justo, cristiano. Es como pensar que el hábito hace al monje. El hábito puede expresar la santidad del monje, pero no la garantiza. Esto habría que tenerlo en cuenta al momento de poner los énfasis.
Las devociones son como el hábito del monje. Ser monje no consiste en vestirse con un hábito.
De la misma manera, ser católico no consiste en practicar unas devociones. Consiste en ser cristiano de acuerdo a la fe recibida de los apóstoles que encontramos en los evangelios. En época de los apóstoles no hubo adoración del Santísimo. Tampoco hubo celibato del clero como condición inevitable de ser presbítero, u obispo.
Las devociones que luego han aparecido a través del tiempo son válidas, pero no para sustituir la tradición original, la fe que recibimos expresada en los evangelios. Han surgido como un enriquecimiento de los modos de expresar nuestra experiencia de fe.
Cuando el Sagrario se interpone y no nos deja tener la verdadera experiencia de fe, de esa fe que nos llega por una tradición que se remonta a los tiempos de los apóstoles es hora de detenernos a pensar sobre este asunto.
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