Pájaro en una rama de árbol de mostaza (1965) por Van Thees Meesters, Holanda |
La primera lectura para este domingo está tomada del profeta Ezequiel 17,22-24. “Así habla el Señor,” dice Ezequiel, “Yo también tomaré…un gran cedro, cortaré un brote…y lo plantaré en una montaña muy elevada, la montaña más alta de Israel.”
El brote –el esqueje como decían en el campo– representa el “resto de Israel”. Fue lo que quedó después de la invasión de los asirios y los babilonios. Luego de casi cien años muchos de los hijos y nietos de aquellos que fueron llevados allá habían abandonado la identidad hebrea, al modo con que muchos judíos hoy día sólo son judíos de apellido, pero no de convicciones, o de estilo de vida. En el Exilio de Babilonia fueron un pueblo al borde de la extinción, como un árbol que se seca en la espesura de los caldeos.
Pero Dios saca aquel resto de allí, anuncia Ezequiel y lo planta en el monte más alto de Israel para que brote de nuevo. Es la resurrección, el renacimiento de Israel. De haber casi desaparecido, pasará a ser como un árbol frondoso. Porque Dios humilla al árbol elevado y exalta al árbol humillado, según le place –nos dice.
Esto no quiere decir que ser humilde es bueno; que ser elevado es malo. Si esto incita a unos sentimientos de resentimiento y deseos de venganza contra los elevados, eso no viene de una inspiración divina.
Esto más bien apunta a que no somos autores de nuestros triunfos, ni responsables de nuestros fracasos. En esto consiste la sabiduría, en darse cuenta de que sólo a Dios pertenece la gloria. Eso no equivale definir los triunfos como algo malo, ni condenar la alegría de verse exitoso.
El salmo responsorial (Salmo 92(91),2-3.13-14.15-16) reacciona a la primera lectura al seguir el tema de la imagen del árbol frondoso. Es bueno dar gracias al Señor, ser agradecido, porque…
El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios.
Unas líneas más adelante dice, “se mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor”. Esta sí fue la base para el fariseísmo, algo que se ha dado sin malicia desde entonces. Se piensa que si alguien es “justo” (cumple las leyes) entonces Dios lo mirará complacido y lo favorecerá.
Pero acá nosotros observamos: si partimos de que Israel se mereció lo que le sucedió, entonces la salvación que Dios le dio no fue algo que se lo ganó. Es como el perro que se escapa de la casa, que no se merece que uno salga a buscarlo. Como el hijo pródigo que no se merece que el padre lo reciba en casa. Y entre tanto al hijo fiel, ni un becerro para celebrar con los amigos.
La segunda lectura corresponde a la Carta II de San Pablo a los Corintios 5,6-10. Es una continuación de la lectura de esta carta de San Pablo que venimos viendo desde los domingos anteriores.
Habitamos en estos cuerpos como exiliados en este mundo, dice el apóstol. Pero nos sentimos seguros. Es que caminamos en la fe. Preferimos abandonar nuestro cuerpo para estar con el Señor. Pero no importa; sea aquí o en el cielo, nuestro único deseo es agradarlo, dice.
Porque a fin de cuentas, habremos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba lo que merece de acuerdo a sus obras buenas o malas, termina San Pablo.
Uno puede pensar, ¿no es que eso contradice la reflexión anterior? ¿No es que contradice la sola fides de la Carta a los romanos? Cierto. Ahí tenemos un ejemplo de las contradicciones en la Biblia, algo innegable.
Personalmente pienso que Dios le pedirá un rendimiento de cuentas a cada uno y nos pondrá sudar la gota gorda. Veremos que no somos santos por haber cumplido, ni que podemos exigir entrar al cielo simplemente por haber sido fieles al modo del hermano del hijo pródigo. Es en ese sentido que más de un político (de los que han mandado a encarcelar y a torturar por simple capricho) creo que tendrá que reconocer su maldad. Otra cosa es la misericordia divina, cosa que desconocemos.
Es interesante cómo muchos católicos se meten en sus asuntos de la vida diaria y se olvidan de vivir según su fe. Es como meterse en un juego y obedecer las reglas, el juego de los negocios o de las relaciones sociales. Entre tanto, enfocados en el juego, no consideran si en un momento dado la regla contraviene la decencia, o los criterios de cristianos. Así se encontraron los que siguieron órdenes de los nazis alemanes. Así quizás se encontrará más de un legislador cuando caiga en cuenta de que fue cómplice de la miseria de muchos.
Hay hasta clérigos que mienten, tergiversan los asuntos, no tienen sentido de responsabilidad, con tal de que ellos queden bien. Es más importante “quedar bien”, mantenerse dentro de un esquema social, que hacer lo correcto. Es sintomático de lo que aqueja nuestro país, en que no se tiene idea de lo que es ser un profesional, mucho menos de lo que es ser un cristiano.
Recuerdo también esto que se dio hace unos cuantos años atrás en la parroquia a la que asistía. Uno de los miembros prominentes del gobierno de Pedro Rosselló enfrentaba cargos ante la corte federal por corrupción en el manejo de dineros (luego fue convicto). Para mi sorpresa fue objeto de un homenaje antes del comienzo de la misa dominical. Fue como decir públicamente, “Lo acusan de pillo, pero él es un ciudadano moral, buen católico. Viene a misa todos los domingos”.
Dios juzgará en el tribunal de Cristo, pero no a la manera que nos imaginamos.
El evangelio de hoy corresponde a San Marcos 4,26-34. El pasaje para este domingo presenta a Jesús predicando y anunciando la Buena Noticia con parábolas. “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. ” Luego llega el momento de la cosecha, y entonces “Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz”.
Marcos de inmediato presenta una segunda parábola, la de la semilla de mostaza. “A qué compararemos el Reino de los cielos,” dice, “se parece a un grano de mostaza.” El grano de mostaza es una semilla muy pequeña. Pero una vez germina y crece, se convierte en un árbol grande y frondoso, “llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Marcos termina este pasaje de la lectura de hoy señalando que Jesús explicaba todo en parábolas.
La parábola del árbol de mostaza nos remite necesariamente a la imagen de Israel como un árbol que Yahvé plantó en lo alto como lo anunció el profeta Ezequiel en la primera lectura. Quién sabe si los que escucharon a Jesús originalmente entendieron que se refería a eso. Lo que quedaba del pueblo hebreo estaba ahora en lo que una vez fue el territorio de Judá, o el Reino del sur, Israel del sur. No es de extrañar que algunos entendieron que Jesús anunciaba el resurgir, el restablecimiento del reino de David. La Galilea “de los gentiles” volvería a ser la Galilea de Israel.
En la parábola se menciona que llegado el momento de la cosecha el dueño vendrá a recoger el fruto. Esto recuerda la imagen que se encuentra en una parábola parecida, la del que sembró en su campo y por la noche vino el enemigo y le sembró cizaña. Al momento de la cosecha los recogedores separan el trigo de la cizaña y hace una hoguera con la yerba mala: una imagen del momento inminente del juicio de Dios que está a la vuelta de la esquina.
Pero no importa lo que hagamos, el reino de Dios ya está sembrado entre nosotros. Hagamos o no hagamos, el reino de los cielos crece como la semilla que crece oculta en la tierra. Para esto es necesario que la semilla se descomponga y en cierto modo muera para poder liberar la vida que lleva adentro, imagen de la muerte y resurrección del cuerpo.
Dios escribe derecho sobre caminos torcidos, dice un refrán popular. Lo único que uno sabe es que los caminos están torcidos. Quizás no hay manera de que lleguemos a saberlo aquí, ni “allá”; porque aunque él quisiese explicárnoslo, nuestra mente no tiene la capacidad para entender a Dios. Con pensamiento crítico uno puede añadir, “Si es que Dios existe”. A lo que Unamuno también añadirá, “Fe que no duda no es una fe auténtica”.
Uno no lo ve, no entiende; pero el Reino de Dios sigue creciendo como semilla, como fermento.
Qué papel nos toca en eso, tampoco es asunto que esté claro. Pero ciertamente el llamado de la fe, de la experiencia del encuentro con Dios en Jesús, tiene consecuencias en nuestras vidas.
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