Representación del siglo 6° en el monasterio de Santa Catalina en el desierto del Sinaí. |
La primera lectura para este domingo está tomada del Libro de los Proverbios 9,1-6. La personificación de la Sabiduría anuncia: construí una casa y he preparado un banquete. La mesa está lista, vengan todos los “simples”, los faltos de juicios, los inexpertos, todos están convidados. Atrás queden “las simplezas”, las necedades, “la inexperiencia”.
Una vez uno come y bebe de la mesa de la Sabiduría, la vida anterior es necedad. De esta manera se anuncia la continuación del tema de los domingos anteriores que volveremos a encontrar en la segunda lectura y en el evangelio de hoy, la exhortación a abandonar las necedades de los paganos y venir al banquete eucarístico.
Igual que en el banquete de la Sabiduría, en que la misma Sabiduría es la comida y bebida, así la predicación de Jesús es comida y bebida.
Pero la predicación de Jesús y él mismo son la misma cosa.
Jesús se predica a sí mismo. “Conocerme a mi es conocer al Padre,” le dirá Jesús a Felipe en la Última Cena (Juan 14,9); porque “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti [Padre], el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo”. (Juan 17,3).
El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 34(33),2-3.10-11.12-13.14-15 como reacción a la Primera Lectura. “Bendigo al Señor en todo momento,” cantamos, con palabras que recuerdan el canto del Magnificat de la Virgen.
Nada les falta a los que respetan a Dios, a los que por eso viven de acuerdo a criterios de consideración a Dios y al prójimo.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor;
…………
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella.
La segunda lectura es de la Carta de San Pablo a los Efesios 5,15-20. Continúa la lectura donde se quedó el domingo pasado. Continúa asimismo el tema de la insensatez de algunos cristianos, cuando viven de acuerdo a unos criterios que no compaginan con su experiencia de la fe. “Hermanos: Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos,” dice.
Eso recuerda la primera lectura, el tema del que participa del banquete de la Sabiduría. Una vez que uno ve lo que hay, encuentra que lo anterior fue disparatar. Participar en el banquete equivale a un abrírsele los ojos a uno.
“Daos cuenta de lo que el Señor quiere,” les exhorta. “Por eso, no estéis aturdidos, no os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu”.
¿Es que por haber pasado por la experiencia del encuentro con Cristo los cristianos son ya santos? Una cosa es el caer en cuenta y entender que uno está en malos caminos y otra cosa es salir de esos malos caminos. No es fácil abandonar las costumbres, a veces de toda una vida. Peor aún si se trata de una adicción. Dígale a un alcohólico que abandone el licor.
En el caso del cristiano esperaríamos entonces encontrar una actitud de espíritu, un reconocerse débil y necesitado de Cristo. Es lo que se ve en más de un personaje en los evangelios.
Otra cosa es el orgullo del que cree que se vale por sí mismo y que piensa a la manera de los que no se ven de continuo en la presencia de Dios. No son personas que viven con un sentido de respeto a Dios. Son los que en la Biblia no tienen temor de Dios y que los romanos llamaban impíos.
Paréntesis
En la historia de la institución de la Iglesia sabemos que de continuo fue más importante hacer valer los intereses institucionales, políticos, diplomáticos, antes que la consideración de las personas en su condición de cristianos y seres humanos.
Esto aplica también a las otras iglesias, aparte de la romana. A manera de ejemplo reciente están los pastores que con su discurso meloso le han robado el dinero de los feligreses para su propio beneficio (la actriz que cayó en cuenta de lo que sucedía cuando vio la casa del pastor) y el de los pastores tele-evangélicos que fueron sorprendidos solicitando servicios de prostitutas.
La historia de la iglesia romana está tan llena de escándalos que ni habría que citar ejemplos. Los crímenes de los curas pedófilos (abusadores de niños de ambos sexos) y su encubrimiento oficial ha sido el más reciente.
Tanto el hecho de que sucedió, como el hecho de que lo encubrieron sin sentir culpabilidad o indignación es algo inaudito.
En vísperas de la Guerra Civil en España (1936-39) los milicianos saquearon y quemaron iglesias y conventos y fusilaron frailes y monjas. Luego se les presentó como analfabetas ignorantones. Pero de seguro más de uno estaba dando rienda suelta a esa indignación acumulada.
Cierto, están los frailes, monjas, clérigos y pastores que siguen juzgando de acuerdo a los criterios de este mundo debido a su inconsciencia. Simplemente desconocen su propia fe. Desconocen la distinción entre los que juzgan según la carne y los que juzgan según el espíritu, algo sobre lo que San Pablo llamó la atención, como en la segunda lectura de hoy. Esos “carnales” equivalen a los que llamaríamos hoy “materialistas”. Hay que cristianos que lo son sin querer.
Mejor es beber el vino de la Sabiduría y dejarse llenar del Espíritu, nos dice San Pablo.
El evangelio de hoy está tomado del evangelio de San Juan en el capítulo 6,51-58. La lectura de hoy continúa el pasaje del domingo pasado, justo donde se quedó. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo,” le dice Jesús a sus oyentes. Esto a su vez está asociado a dos temas: (a) “el que coma de este pan vivirá para siempre”; (b) “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Cuando “los judíos” reaccionan como perplejos, Jesús les sigue subrayando:
Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mi.
Pareciera que también hay un tercer tema adicional, el de la unión con Jesús que sería una unión como la de Jesús con el Padre. El que coma del pan que Jesús ofrece, el que comparta su carne y su sangre, entrará a formar parte de la unión mística con Jesús y por ende, de la unión mística con el Padre.
En la mentalidad materialista, alguien podría preguntar a lo puertorriqueño, “¿Con qué se come eso?” – es decir, ¿Qué significa eso en concreto, explicado como un proceso en la dimensión de la realidad que conocemos?
Ahí es que los filósofos comienzan a teologizar.
Claro, aun en la reflexión más sencilla sobre los evangelios ya estamos teologizando. Y los evangelios mismos ya son obras de teología; cada uno adelanta algo así como una tesis. Pero igual que hay diferentes tipos de bola (la de golf y la de baloncesto, por ejemplo), así también hay teología y hay teología.
Está la teología complicada, bizantina, rebuscada. Está la que busca simplificar y se queda en unos niveles de abstracción, siempre con una terminología organizada. Y está la que, digamos, es ingenua como la de los evangelios. Esta última es la que pareciera ahora apropiada.
Jesús habla de pan que es comida, de pan que es su carne propia. Obviamente no puede estar hablando de canibalismo. Pero a la vez, está hablando en el contexto de una remisión a la Última Cena, o de la cena eucarística que luego los cristianos celebramos. Recordemos una vez más los relatos pascuales: le reconocieron en la fracción del pan.
Entonces, qué tal tomarlo a la manera ingenua: comer el pan eucarístico equivale a entrar en unión mística con Jesús, sin más explicaciones. Y Jesús es pan de otras maneras, no sólo en términos del pan eucarístico. “El pan que yo ofrezco es verdadera comida” puede también entenderse como referido a la fe en él como enviado del Padre, a sus palabras como revelación de Dios mismo.
Entonces podemos plantearnos lo siguiente. Este pan que yo ofrezco, dice Jesús en otras palabras, equivale a la vida eterna. Igual que la carne es alimento para el cuerpo, esta sabiduría que ofrezco es pan espiritual que robustece el alma hasta la vida eterna.
Comentario breve
Algo curioso: en la narración de la Última Cena, en el evangelio de San Juan no se da la narración de lo que se toma como consagración del pan y el vino, de las palabras “Esto es mi cuerpo”, “Esta es mi sangre”. Pareciera que San Juan no conoció esa tradición.
Entre tanto el evangelio de San Juan se caracteriza por una polémica con los “judíos”, un encontrar necesario establecer diferencias con las tradiciones hebreas o judías. Esto es un síntoma del momento en que los cristianos como grupo particular dentro de las sinagogas se desprendieron y formaron congregación aparte, asamblea aparte. Es algo que se dio en los mismos primeros tiempos del cristianismo.
Originalmente los cristianos fueron una secta de judíos entre judíos. Por eso las celebraciones eucarísticas asumieron la forma del culto en las sinagogas, sobre todo luego que los romanos destruyeran el templo de Jerusalén en el 70 AD.
Aquellos primeros cristianos seguían perteneciendo a la tradición judía, de una manera particular. Esto vale para hoy día también.
Paréntesis
Quién sabe si ahí está una explicación para el antisemitismo de los medievales que también llega hasta nuestros días. Es como el racismo de los que se sospechan ser también mestizos. Algo a notar es que ese antisemitismo es característico de Occidente, una vez que los pueblos germánicos entraron al espacio cultural del mundo romano. Podemos imaginar la mentalidad de nuestros antepasados godos en su ignorancia de la raíz judía del cristianismo. Y luego piense el lector las otras capas que posteriormente se añadieron a nuestro catolicismo español, como los componentes árabes y los elementos precolombinos y africanos en América. A eso añádase la simpatía romántica por lo folclórico.
En ese contexto también hemos de tomar el llamado de SS Juan XXIII para desempolvar, limpiar las capas acumuladas en la religión católica, cuando habló de abrir las ventanas y dejar que entrara el Espíritu Santo, para un aggiornamento, una puesta al día. Si había que desempolvar, no era para ponerle ropa nueva al mugriento. Había –hay– que limpiar la mugre antes de ponerle ropa nueva.
Como quiera que fuese, los cristianos hemos de recapturar nuestras raíces judías, el sentido de la piedad judía. Es algo que está tras el velo medieval que nos separa de aquellos tiempos. Esas raíces judías son la clave para entender cómo San Juan no necesita de las palabras de la consagración para definir el carácter eucarístico de la Última Cena.
El carácter eucarístico lo pone la presencia real de Cristo en la celebración de la asamblea, tanto en la Última Cena, como hoy por hoy. Es cosa que no se explica ni se define, sino que se vive.
Paréntesis
Algo de esto encontramos en la anáfora de Addai-Amari. Se trata de la oración eucarística más antigua que todavía se usa hoy día en la liturgia de las iglesias sirio caldeas en Siria y la India, y en Estados Unidos y otros lugares donde se han refugiado los perseguidos de esas iglesias. Según la tradición esta anáfora se remonta a la época de los apóstoles, siendo San Addai un discípulo del apóstol Tomás. San Mari a su vez fue discípulo de San Addai.
Esa oración eucarística tan antigua no contiene las palabras de la consagración tradicional, como encontramos en Marcos 14,22.
La anáfora de Addai-Mari pone en evidencia, lo que aquí muestro. La interpretación literal, materialista, “carnal”, de las palabras de consagración fue algo añadido posteriormente, aunque no podamos precisar el momento justo cuando surgió esto.
Otro Paréntesis
La interpretación literal, materialista, de las palabras de Cristo (“Yo soy el pan de vida”; “Yo soy el camino”), se filtró a través de la mentalidad germánica, de la mentalidad individualista.
A diferencia de los medievales, los helenistas y judíos se sentían primero miembros del grupo (de la ciudad, de la asamblea) y luego, en segundo lugar, se daban importancia como individuos. Cuando a Sócrates se le dio a escoger entre suicidarse o ir al exilio, escogió suicidarse. Desterrarse de la ciudad era algo más terrible que la muerte.
Los germanos, sin embargo, eran individualistas. En la perspectiva germánica el eje de su vida, la perspectiva desde la que se ve el mundo, es el yo de cada cual. El ideal de la caballería, el héroe de los Westerns, el empresario que va de la miseria a la fortuna, todos representan ese ideal individualista. La manera de pensarse en la realidad no es desde un “nosotros”, sino como un yo solitario frente al mundo.
Recordemos que al decir “germánicos” también hemos de incluir a los godos, nuestros antepasados en España, además de otros integrantes de nuestra genealogía cultural.
En la mentalidad germánica medieval ir a misa no tiene que ver con los demás que van allí. Tiene que ver con ir como individuo a encontrarse con Jesús. Y si el grupo es invisible, no es posible siquiera imaginar que Jesús esté presente en el grupo, que el encuentro con Jesús ha de darse en el grupo.
Entonces se buscará a Jesús en el altar, o en el Sagrario. En la primera mitad del siglo 20, cuando yo era monaguillo, el cura era el que “decía” y rezaba, de cara a la pared. Los feligreses rezaban por su cuenta y por separado: unos, el rosario y otros sabe Dios qué. Aun cuando el coro cantaba el Padre Nuestro en latín, el cura tenía que rezarlo porque sólo el de él “valía”.
Ese también es el obstáculo para comprender la celebración eucarística en su sentido propiamente cristiano. Hemos de acercarnos a la celebración en términos de un “nosotros”. Al venir a la misa el domingo, venimos a celebrar la fe que ya tenemos, al Cristo que ya nos acompaña, que habita en nosotros de la misma manera que en un Sagrario. Por eso, al ir a la misa lo primero a pensar es el encuentro de Cristo también presente, además de en nosotros, en la asamblea.
Por eso la misa no la celebra el presbítero, o el pastor, sino la asamblea, el grupo. De ahí que después de Vaticano Segundo no hablemos de que el cura “dice” misa, sino que preside la celebración eucarística.
Como planteara el teólogo Karl Rahner (uno de los principales en el Concilio Vaticano Segundo), en la medida que la celebración eucarística misma es un sacramento de la presencia real de Cristo a manera de una cena, la eucaristía como celebración que anticipa el banquete celestial es la manera con que se concretiza el Cuerpo Místico de Cristo. En ella se cumple la realidad de la Iglesia como sacramento de Cristo para el mundo, lugar de encuentro con Cristo. Y Cristo es el sacramento del encuentro con el Padre.
…………
Comentarios