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Domingo 18, Tiempo Ordinario, ciclo B




La primera lectura para este domingo está tomada del Libro del Éxodo 16,2-4.12-15. Narra el episodio en que los israelitas protestan contra Moisés y Aarón al verse perdidos en el desierto. No necesariamente hemos de visualizar un escenario como el de las arenas del Sahara, o un horizonte árido y pedregoso como en la Palestina moderna. “Desierto” también significa “soledad”, “despoblado”. Podían estar perdidos en un páramo desconocido.
Hoy sabemos que Palestina y el Sinaí antes estuvieron arropados de bosques, al igual que en España. En época de Roma tenemos testimonios oculares de aquellos bosques hispanos. En Jerusalén, para el templo de Salomón se usaron los famosos cedros del Líbano, que ya no existen. 
De hecho, esto encierra una enseñanza sobre la historia del desastre ecológico que sufrimos hoy. A fuerza de talar bosques para la agricultura, para casas y edificios, para hacer fuego y cocinar, para alumbrarse, para barcos y muebles, fuimos eliminando la capa vegetativa de la tierra. 
Tala de un área de bosque para una autoruta en Francia
(Cjp24, Wikimedia Commons) 
Desaparecieron los animales que dependen de los bosques y los árboles, junto a tantos otros seres vivos que dependen de ese ecosistema. Fuimos eliminando una fuente de oxígeno y refrigeración. En la dinámica térmica los bosques van asociados a las nubes y la lluvia. Desaparecido el bosque, aparece el panorama de la España central. Otro caso es el de Haití. Por más que se trate de sembrar árboles, los haitianos terminan talándolos para cocinar.
El pasaje del Éxodo que leemos hoy puede visualizarse en el sentido de andar por un mundo inhabitado. No es que no hubiera para comer. Es que no sabían cómo procurárselo. Les pasaba lo mismo que si nos soltaran en la jungla del Amazonas a ver si sobrevivimos. En ese momento pedimos volver a la civilización, como los israelitas.
Los santos padres de los primeros siglos del cristianismo vieron en esto una imagen de la travesía por la que hay que pasar cuando uno abandona la vida de pecado. Es como la travesía de quien abandona la droga y tiene que pasar por un periodo de destete. 
La crisis de los israelitas perdidos en el páramo (lugar desértico) también evoca la idea de nuestra condición de seres débiles y llenos de necesidades. 
En el relato de hoy, Dios manda al atardecer una banda de codornices sobre el campamento. Y al otro día por la mañana encuentran una capa de rocío sobre el suelo.
Cuando se evaporó el rocío, apareció un polvo fino, parecido a la escarcha. “Cuando los israelitas vieron esto, se dijeron unos a otros: "Manna", o sea: "¿Qué es esto?" Pues no sabían lo que era. Y Moisés les dijo: "Este es el pan que Yavé les da para comer.””

No soy especialista estudioso de la Biblia. Me está curioso que en la lectura de hoy se dice que vieron una bandada de codornices volar sobre el campamento al atardecer. Lo lógico hubiese sido poner a continuación que los israelitas de inmediato sacaron arco y flechas, piedras o lo que fuese para matar algunas y luego asarlas. Pero no lo dice en el texto. La narración salta a la mañana siguiente, a la escarcha, el maná. ¿No sería que la escarcha era la excreta de las codornices? 
¿Qué tal si entendemos de esa manera a Moisés? Moisés les dijo, «Es el pan que el Señor les da para comer». Y entonces les enseña cómo prepararlo como una masa para cocinar, como el pan de pita que se hace hasta hoy día. 
Algo parecido sucede con tantos otros alimentos que no son apetecibles en su forma natural, pero que resultan deliciosos luego de cocinados. En cierto modo es la historia de las tradiciones de cocina en el mundo. Algunos platos servidos en restaurantes caros fueron originalmente remedio de hambrientos desesperados, como ceviche, espárragos, insectos al horno, ancas de rana, patas de gallina fritas. El pollo a lo Marengo fue el invento que hizo el cocinero de Napoleón con lo que tenía a la mano para cenar la noche de la batalla: un pollo, mantequilla, aceite de oliva, harina de trigo, nuez moscada, tomate, huevo, langostino. Recordemos que en un tiempo no se acostumbraba comer crustáceos, otro ejemplo del origen “mata hambre” de algunas materias primas de la cocina.


El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 77,3.4bc.23-24.25.54. De esta manera reaccionamos a la primera lectura, alabando a Dios por las cosas buenas con que nos bendice. Originalmente el salmo está dedicado a alabar a Dios mientras recuerda la historia de Israel.
Dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste. 

Y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.

Dios manda el maná del cielo, es cuestión de saber ver, tener imaginación. Ahí, el ejemplo de un tubérculo de uso universal, la patata, o papa. 

La segunda lectura continúa con la Carta de San Pablo a los Efesios 4,17.20-24. En las líneas de la lectura de hoy San Pablo continúa el tema del domingo pasado: un cristiano no ha de seguir criterios paganos en la conducta de su vida. 
“Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios.” Andar en la vaciedad de los criterios paganos no es lo que se espera de un cristiano, ni es la doctrina que los efesios recibieron, les dice. Si fuese que recibieron una enseñanza que no se mete con los criterios paganos, entonces esa no fue una enseñanza cristiana. 
La experiencia de fe por fuerza ha de llevar al abandono del “hombre viejo”, el “hombre-vicio” corrompido por los deseos que le llaman y le atraen. Por eso les exhorta a vivir según su condición de bautizados, según la justicia y la santidad verdaderas. Esto implica revestirse de un “nuevo hombre”, una especie de resurrección a la verdadera vida. 

El evangelio de hoy está tomado del evangelio de San Juan en el capítulo 6,24-35. El pasaje continúa la lectura del domingo pasado, luego de la multiplicación de los panes y los peces. La gente, excitada, no se conforma con que Jesús se haya ido y lo buscan. Este buscarle pudo haber tomado varias semanas, porque no se trata de un film en que las secuencias son rápidas.  Entonces se embarcan para cruzar el lago a la otra orilla, a Cafarnaún. Conjeturaron acertadamente que allí se había ido.
Cuando lo encuentran le reprochan indirectamente. Jesús les dice que le han estado buscando, pero no porque hubiesen entendido su mensaje. No le buscaban porque se hubiesen percatado de que el milagro fue un signo. Le buscaban más bien con criterios paganos, porque habían podido comer hasta saciarse. 
Pero no todos que le buscaban ávidamente estaban así de confundidos. También los que se percataron de que era un signo habrán tenido una gran inquietud por confirmar lo que pensaban. Pero normalmente los cortos de mente son los más; son como la tinta que por poca que sea, altera el color del agua. 
Como quiera, Jesús se dirige a ellos, según el evangelista, como que no habían entendido. 
Podemos conjeturar que entonces ellos habrían sentido vergüenza, porque le habían estado escuchando por un tiempo y más o menos sabían de qué se trataba. En todo caso, Jesús les estaba recalcando el valor negativo de los referentes de los alejados de Dios. 
“Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna,” les dice Jesús. Esto es algo que siempre habrá de caracterizar al cristiano, el desprendimiento frente a sus necesidades materiales para lograr algo mejor, que es vivir según el amor a Dios y al prójimo. Como dirá el mismo Juan en sus epístolas, cómo vamos a decir que amamos a Dios, si no amamos al prójimo. 

Lo que Jesús afirma puede visualizarse en el contexto de las Escrituras. Recordemos los caminantes de Emaús, cuando Jesús les abrió la mente al citarle pasajes de la Escritura. Aquí sigo las remisiones de la Biblia de Jerusalén a Juan 6,27.

“Venid a mí los que me deseáis, y hartaos,” dice la Sabiduría en el libro del Eclesiástico 24,19. 
“Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado,” nos dice también la Sabiduría en Proverbios 9,5. En el siguiente versículo añade, “dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia.”
En el salmo 19,10-11 también encontramos esta imagen. “…los juicios de Yahveh, justos todos ellos, apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; sus palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales.” Es un salmo que merece verse completo.
El pasaje clave en el contexto de lo que Jesús le está diciendo a sus seguidores quizás es el que encontramos en Isaías 55,1: “¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche!”

Jesús le recuerda a sus seguidores que les ha estado predicando una comprensión más cabal de las tradiciones hebreas. El salmo 19 antes citado, por ejemplo, es uno de esos ejemplos de la actitud que se esperaría de un judío justo. Con mayor razón hemos de asumirla los conversos al cristianismo. 
Así hemos de entender lo que Jesús dice dentro del escenario de aquel momento, de los que le escuchaban: “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre”. Es decir, trabajad para alcanzar la sabiduría que propongo. Entonces, en ese momento el pan no es el alimento que propone. El pan fue un signo asociado al banquete que a su vez fue un símbolo y signo de la llegada de los tiempos en que se les ofrecerá la sabiduría bajada del cielo.
Cuando ellos le preguntan, “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”; Jesús les indica, “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado”. 
No les dice que se bauticen, mucho menos que coman del pan eucarístico. No se remite al pecado original. Les dice que deben creer en él, eso es todo. Es lo que probablemente sirvió de consigna entre los primeros cristianos, “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”.
San Pablo dirá, “…si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. (Romanos 10,9) Algo parecido encontramos en Hechos de los apóstoles, pero no tengo la cita a la mano. San Juan en su primera carta, 4,15 vuelve a decirlo: “Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

Los interlocutores de Jesús vuelven a hacerse los tontos, quién sabe. También es posible que es un versículo intercalado, fuera de lugar. Preguntan, “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo”. Es como si la multiplicación de los panes y los peces no se hubiese dado. 
Quién sabe si el versículo responde a unos grupos hostiles que no habían participado de las experiencias de los demás. Como quiera que fuere, Jesús les dice que no fue Moisés el que les dio el pan del cielo. El verdadero pan del cielo (aquí empata con lo que estaba diciendo antes) no es comida material, porque es el pan que el Padre manda. “…mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo,” dice.
Responden ellos, “…danos siempre de este pan”. Quizás son los anteriores, que ya no depusieron su animosidad. Quizás son los verdaderos seguidores de Jesús, que buscan comprender lo que les está predicando. 
Entonces Jesús les vuelve a decir lo que ya quedaba declarado en sus palabras anteriores. Recordemos lo que Jesús les había dicho,“La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado”.
Así, Jesús les dice lo mismo, de otra manera: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. 
Jesús es la verdadera sabiduría divina que alimenta a los que se acercan y creen en él. De esa manera es el pastor que viene a buscar las ovejas perdidas de Israel. 

Comentario breve
Las palabras pueden llegar a encubrir lo que ellas significan. Es lo que vemos cuando hurgamos en la historia de las palabras. Cuando aparece una palabra nueva, todos captamos el hecho al que apunta la palabra. Con el uso y el paso de las generaciones, la palabra se convierte en una moneda de intercambio cuyo significado queda opacado y finalmente oculto detrás de la palabra misma. 
Paradójicamente la palabra, el símbolo, evita captar lo simbolizado. Algunos filósofos como Heidegger han llegado a plantear que ya desde el primer momento la palabra provoca encubrimiento, ocultamiento. Se sustituye la idea abstracta por la experiencia concreta. No es lo mismo “delicia” (palabra), que “delicia” (experiencia).
Lo mismo puede decirse de la presentación de Jesús de sí mismo como pan del cielo, enviado por el Padre. La transmisión de la fe eventualmente lo transformó en la adoración eucarística en el contexto de la polémica con los que negaban la presencia real de Cristo en la hostia consagrada. Ya desde los cátaros y los albigenses del siglo 12, quién sabe si desde antes, se dio la controversia. 
Cuando uno está en una discusión fácilmente echa mano de hipérboles con tal de convencer. Así se distorsionan los términos de la discusión, porque una respuesta invita a otra respuesta igualmente hiperbólica. Al final ya ni se acuerdan de los términos originales del asunto. Más aún si la discusión dura varios siglos. No fue sino hasta el siglo 18 que los ánimos se tranquilizaron. 
Unos años atrás un sacerdote me contó de una experiencia mística en que durante la misa encontró que el vino tenía sabor a sangre. El lector de seguro ha escuchado anécdotas y testimonios parecidos. 
Pero, como sabemos, uno puede ser de misa y comunión diaria sin ser un verdadero cristiano porque vive según criterios paganos y materialistas. Tales cristianos desconocen el sentido con que Jesús se dijo pan bajado del cielo, el signo que presentó a sus seguidores.
El verdadero catolicismo no es sólo rosarios, medallas, adoración del Santísimo. Es eso, pero también es algo más sin lo cual se quedaría corto. Es lo que el papa Francisco, papa Pancho, intenta recordarnos ahora.
Recordemos a los discípulos de Emaús, que lo reconocieron en la fracción del pan. En este sentido podemos repasar los relatos pascuales, como el desayuno a orillas del lago. No lo reconocieron en el pan; sino en la fracción del pan.


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