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Domingo 19, Tiempo Ordinario, ciclo B


La primera lectura para este domingo está tomada del Libro 1° de los Reyes, capítulo 19,4-8. Narra cómo el profeta Elías, huyendo de la reina Jezabel que le decretó la muerte, se tira cansado bajo una retama, sin más fuerza para seguir. Según encontré la retama es un árbol que también encontramos en Puerto Rico, sobre todo en el sur, que resiste la sequía y ofrece algo de sombra. 
Que en su huida Elías se haya detenido bajo la sombra de un árbol en medio de la soledad o desierto, recuerda la idea bíblica de “la sombra del Altísimo”. Es una imagen de la protección de Dios, “estar bajo el ala de Dios”. 
Dios fue al frente del pueblo hebreo en forma de una nube que los protegía. Luego, en varias ocasiones, los que él protege, los cubre con una nube o sombra. Esa sombra es indicativa de la presencia de Dios, su asentarse momentáneamente entre nosotros. 
“¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!,” dice Elías, exhausto, sin sentirse capaz de poder seguir. Entonces se duerme. Al rato un ángel le toca y lo despierta y le dice que se levante y coma. Frente a él está un pan cocido sobre piedras y una jarra de agua. Nótese que no es algo que Elías pidió, ni algo que él esperaba.
Se acuesta otra vez y otra vez el ángel lo despierta y le vuelve a decir que se levante y coma. Con ese alimento Elías entonces sigue caminando cuarenta días hasta el monte Horeb. Aquí concluye la lectura de hoy.
Igual que en los domingos anteriores, aquí podemos encontrar el tema del alimento que baja del cielo, el alimento que Dios envía. Un ángel le da apoyo al profeta para que pueda coger fuerzas y seguir su camino. Es el socorro de Dios que viene en nuestra ayuda.


El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 33,2-3.4-5.6-7.8-9. De esta manera reaccionamos a la primera lectura, alabando a Dios por las cosas buenas con que nos bendice. Dios nos bendice de continuo, y de continuo alabamos a Dios, en todo momento. 
Es que “El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege.” Este es un versículo a recordar cuando sintamos que la vida nos ahoga.

La segunda lectura es de la Carta de San Pablo a los Efesios 4,30-32; 5,1-2. Continúa la lectura del domingo pasado. “Hermanos: No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final,” comienza el apóstol. San Pablo dice esto en el contexto de la ausencia de un sentido cristiano entre los miembros de la comunidad de Éfeso.
Uno que ha sido bautizado, que ha sido sellado en el Espíritu, que ha tenido la experiencia del encuentro con Cristo, por fuerza cambia su estilo de vida. Como lo vimos el domingo pasado, el cristiano pasa por la experiencia de conversión y abandona las malas mañas del “hombre viejo” para revestirse de la nueva inocencia del “hombre nuevo”, para resucitar a una nueva vida.
Vale recordar que San Pablo no aparece bautizando, ni pidiendo que la gente se bautice. Más bien, como vimos el domingo pasado, establece la condición del “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”. 
Vale recordar también las palabras del Bautista: “Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.” (Marcos 1:8). En Hechos de los Apóstoles se menciona el bautismo del Espíritu como suficiente, que puede darse aun directamente, de inmediato. Es el episodio (Hechos 11,15) en que Pedro comienza a predicarle a un grupo de gentiles y el grupo comienza a profetizar, poseídos del Espíritu Santo.
Vale recordar, finalmente, la idea que se tenía en aquel tiempo, de que los dioses ponían ideas y sentimientos en nosotros. Era el modo de explicar cómo se nos ocurre de repente una idea algo así como de la nada; cómo surge en nosotros una pasión, como si fuera de la nada. Por eso parecía natural pensar que el Espíritu Santo se comunicaba a nosotros y provocaba la experiencia de la fe. 
Es dentro de ese escenario que Pablo hablaba de recibir el sello del Espíritu Santo. ¿Cómo podía ser posible que entonces los cristianos de Éfeso volvieran a las malas costumbres de los que no han recibido el Espíritu? “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó,” les dice.

El evangelio de hoy está tomado del evangelio de San Juan en el capítulo 6,41-51. Los judíos reaccionan al Jesús presentarse como el pan bajado del cielo. Había sido como escuchar a Jesús decir, “Mírenme. Yo soy el don de Dios para ustedes”. 
Pero ellos lo que veían era a un ser humano; más todavía, uno que ya conocían como un vecino del barrio. “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?,” dicen. Era el equivalente de, “¿Qué se cree este?”
Nótese que la reacción no tiene que ver con el pan eucarístico, como más de un predicador ha dicho. “Yo soy el pan bajado del cielo” equivale a, “Represento el rescate de Dios para ustedes” – como en el caso del ángel que vino a socorrer a Elías, en la Primera Lectura. No fue tanto un decir que, “Yo soy pan para comer”. Fue más bien decir, “Yo soy la bendición de Dios que ha bajado del cielo”.
Estaba diciendo: yo soy el punto de encuentro entre ustedes y el Padre; yo represento la llegada del socorro, del rescate final de los judíos dispersos.
Pero entonces la gente se extraña y Jesús continúa con un largo párrafo que vale desglosar por partes.
  1. Jesús les recrimina mientras les indica que sólo por la fe pueden captar lo que dice.
    1. “No critiquen. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado,” comienza. 
    2. Más adelante dice, “Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí”. 
    3. Y un poco más adelante, “No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre.”
      1. Es como decir: “Yo estoy autorizado para hablar a nombre del Padre”.
      2. Y sepan, ustedes no son de los escogidos de mi Padre. Si mi Padre los hubiera atraído hacia mi, no estarían con esa actitud.
      3. iii.Esto confirma a su vez lo apuntado antes sobre la Segunda Lectura: sólo mediante el Espíritu Santo podemos confesar que Jesús es el Señor.

  1. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios.” Es decir, “Esta es mi misión, atraer a todos hacia el Padre. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver…”
  2. “Y yo lo resucitaré el último día.” Equivale a, “Todo el que viene a mi yo lo resucitaré”. Más adelante añade, “Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.”
  3. Y finalmente, el párrafo principal del evangelio de hoy:
“Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”

El maná era un alimento material. El pan que Jesús ofrece es de naturaleza espiritual y hace que el que lo coma tenga vida eterna. Y lo que ofrece, el pan, es él mismo. 
Uno podría pensar que esto es algo análogo a los amantes cuando dicen, “Cómeme,” en un momento de pasión. Ese no parece ser el sentido, toda vez que Cristo no se anuncia a sí mismo excepto en la medida que es el punto de enlace con el Padre. Tampoco es que los discípulos y apóstoles sacaron los cuchillos para recortarle músculos para comérselos. 
Creo que también podemos tomar esto en términos de un anuncio del martirio, del sacrificio de la cruz. El contexto puede ser la tradición del anuncio de la fe entre los primeros cristianos, como lo vimos al final de la Segunda Lectura, de Efesios: “…vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor…”.
Vale también observar que, con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos en Jerusalén, los Doce dicen,
No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra. (Hechos 6,3)

Nótese la preocupación central de los apóstoles: el ministerio de la palabra. “No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración,” dicen. Luego ponen, “…nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.”
Lo importante para ellos no era la transubstanciación, la transformación del pan en el cuerpo de Cristo.
El lector puede cotejar lo propuesto el domingo pasado: Cristo está presente en las asambleas eucarísticas: como cuerpo místico formado por la asamblea de los presentes; en las Sagradas Escrituras entronizadas sobre el altar; en la misma piedra del altar; en la persona del celebrante; en el pan eucarístico que se comparte.
Comentario breve
De la misma manera que el pasaje del evangelio de hoy continúa donde se quedó la lectura del domingo pasado, así también es una continuación del mismo tema: Jesús como pan de vida. Recordemos otro dicho de Jesús en ese mismo evangelio de San Juan: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida” (Juan 12,6).
Recordemos también lo que le dijera Jesús a los que le escuchaban: “"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Juan 4,34). Su alimento era cumplir la voluntad de Dios; el alimento de todo cristiano habrá de ser lo mismo. 
Este domingo se reitera entonces esta experiencia de los que conocieron personalmente a Jesús. Aquí estaba un profeta que no sólo decía que pronunciaba “palabra de Dios”, sino que añadía que él era la puerta, el camino, y ahora, el alimento de vida como la misma Sagrada Escritura.
Recordemos que en la tradición de las Escrituras la Palabra de Dios era alimento cosa que los católicos olvidamos. Olvidamos que la Palabra es alimento para el alma y presencia de Dios entre nosotros. Dios está tan presente en la Escritura como en el Sagrario del altar.
En la Iglesia católica esto se olvidó. Primero, con el desconocimiento del latín en la Edad Media y luego, en la controversia con los luteranos, cuando los papas llegaron a declarar que leer la Biblia es pecado. Roma no levantó la prohibición de leer la Biblia hasta el siglo 20. Los curas mismos tenían que obtener permiso para leer la Biblia, en latín. En español…eso era cosa de herejes.
En las iglesias orientales el sentido de la Biblia no se olvidó, porque las Escrituras se conservaron en la versión griega que todos pueden leer hasta hoy día. En las iglesias de tradición griega la Biblia se coloca en un lugar prominente, como se hace en las sinagogas judías todavía. Una de las experiencias que preparó el camino a las reformas de la liturgia fue la ceremonia con que comenzaban las sesiones del Concilio Vaticano Segundo, cuando se entronizaba la Biblia sobre el altar mayor. 
Algo de esto queda cuando se porta el Leccionario en las procesiones solemnes y cuando la lectura del evangelio va acompañada por dos cirios encendidos. Hemos de pensar que Cristo está tan presente en las lecturas, como en el pan eucarístico.
Los católicos hemos de tomar consciencia del hecho que la misa es un banquete de principio a fin. La primera parte es el banquete de la Palabra, que para los judíos todavía hoy día es más real que el banquete de compartir el pan de la pascua. Si los católicos volvemos a esa mentalidad judía podemos visualizar la dificultad que tuvieron los contemporáneos de Jesús cuando les dijo, “Yo soy el pan de vida”.
No les estaba diciendo que él era pan; tampoco que había que comérselo a la manera de los caníbales. Les estaba diciendo que él era lo mismo que la Palabra de Dios. Él era la Palabra de Dios hecha carne. 
De su lado, ellos quizás vieron un profeta extraordinario que ahora decía que él era el que es. Y que nadie podía tener acceso a Dios sino a través de él. Y que no había otro pastor que él. No en balde reaccionaron diciendo que era una doctrina difícil de tragar.
Pero también los hubo que creyeron en él. “Tú tienes palabras de vida eterna,” le dirá Pedro en otro pasaje (Juan 6,68). Esas palabras, ese encuentro con Jesús, siguen siendo alimento para el alma.




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