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Domingo 21, Tiempo Ordinario, ciclo B




La primera lectura para este domingo está tomada del Libro de Josué 24,1-2a.15-17.18b. “Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir,” le dice Josué al pueblo. Y les ofrece otras dos alternativas, la de los dioses cananeos del país en que están, y la de los dioses a los “que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates”. Pero el pueblo responde unánimemente, “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!”.

Y al igual que otras tantas veces se repite una síntesis de la historia de Israel. Dios los rescató de Egipto y los acompañó con grandes prodigios hasta llegar al punto donde estaban. Todos ellos reconocen al Señor y se comprometen a servirle, en una especie de ceremonia de compromisos.
Josué cruza el Jordán con los israelíes.
Los israelíes vagaron por el desierto por cuarenta años después de su salida de Egipto, al punto que Moisés murió sin pisar la Tierra Prometida. Luego de la muerte de Moisés, Josué asumió el encargo de dirigir al pueblo y él fue quien se puso al frente cuando cruzaron el Jordán y entraron en tierra cananea. 
Luego de vencer muchas tribus y reyes y de conquistar ciudades, llega el momento de consolidarse en su asentamiento. Este es el escenario de la lectura de hoy. 
Paréntesis
Josué reúne las tribus en la encina de Moré en Siquén, un lugar lleno de referencias históricas.
Encina milenaria de Ambite, España
Aquel fue (sigo las referencias de la Biblia de Jerusalén), el lugar en que Dios se le apareció a Abrahán para anunciarle que todo aquel territorio le pertenecería a sus descendientes (Génesis 12,6). Allí Jacob enterró los dioses traídos de Mesopotamia al entrar de nuevo en Canaán (Génesis 35,2-4). 
Siquén estaba –está– a mitad de camino entre Galilea y Jerusalén, en territorio de la tribu de Efraín, que fue luego reino de Samaría. En sus alrededores fue que se dieron algunas de las narraciones sobre Jesús y los samaritanos, como la del pozo de Sicar y la de la samaritana que le dijo que los perros también merecían poder comer de lo que caía de la mesa de sus amos. 
Siquén también fue capital del Reino del Norte, del reino de Israel. Allí hubo también un templo que fue destruido con la conquista de los asirios y luego reconstruido por judíos disidentes a la vez que se reconstruyera el templo de Jerusalén luego del cautiverio babilonio.  

En el contexto de las lecturas para hoy, aquí ya encontramos el tema de nuestra opción fundamental por Dios como nuestro Señor. Otros pueden encontrar que el cristianismo es difícil de aceptar. Y aun otros puede ir tras otros dioses. 

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23 como reacción a la Primera Lectura. Continúa el salmo del domingo pasado y repite el tema de los últimos domingos: “Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos”. Cuando el justo sufre muchos males el Señor viene a socorrerle.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha

el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.

Dios se enfrenta con los malhechores para borrar de la tierra su memoria. Al verse protegido de Dios el justo alaba a Dios con toda su alma.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.


La segunda lectura es de la Carta de San Pablo a los Efesios 5,21-32. Continúa la lectura donde se quedó el domingo pasado. Recordemos el hilo de pensamiento que desarrollaba San Pablo en esta carta a los efesios: no tiene sentido que los cristianos vivan en el egoísmo, el desenfreno, el desorden o la esclavitud al dinero, la vanidad, el deseo de poder. Esos son los estilos y costumbres de los paganos. 
Un cristiano que ha experimentado el encuentro con Cristo, un bautizado en agua y el espíritu, tiene otra escala de valores y criterios. Es absurdo que en la comunidad cristiana, en las celebraciones dominicales, alguien pretenda ser superior a otro; o que hayan riñas y discusiones enconadas. Es natural que haya diferencias de opinión, pero en Cristo todos somos uno. En ese contexto podemos tomar las palabras con que comienza el pasaje de la segunda lectura de hoy.
“Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano,” dice San Pablo. 
Dentro de ese contexto podemos tomar todo lo que sigue respecto a la conducta de la mujer respecto a sus maridos. “Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer,” dice. 
Paréntesis
El texto. El grueso de la segunda lectura de hoy tiene como tema la relación de la mujer a su marido y del matrimonio como imagen de la relación entre Cristo y la iglesia.
Parece haber un salto entre el tema anterior de los problemas en Éfeso y el de la sumisión de la mujer al marido. Podríamos pensar que el texto sobre el matrimonio fue intercalado. 
Pero también hay una conexión entre lo anterior y lo que sigue, algo que podría haber tenido en mente el que intercaló al editar/compilar. Igual, podría haber sido el mismo Pablo que pasó al siguiente tema en el flujo asociativo de su pensamiento. Recordemos la manera con que se redactaban las cartas en época de San Pablo: pergamino/papiro con puya afilada para escribir y tinta. Quizás dependió de un secretario/escribano que fue el que armó todo.
Puede que en su escenario original (opinión de un aficionado, no de un estudioso) la referencia a la sumisión de la mujer es más bien un ejemplo, un punto de referencia. No está hablando de la mujer como tal, sino de la mujer como ejemplo. Es algo así como, “Ahora se me ocurre que la sumisión entre los hermanos cristianos debe ser como la que se debería dar entre marido y mujer. ¿Que esto suena fuerte? Es que esa es la misma sumisión/relación entre Cristo cabeza y la iglesia mujer.”
Recordemos que esto viene al hilo con la preocupación anterior: la conducta propia de un cristiano. De ahí que podemos tomar la afirmación así: “Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo”.
La mujer sumisa. Esto quiere decir que la enseñanza de Pablo se entremezcla con los elementos específicos de la cultura de la época. Que la mujer deba ser sumisa a su marido de manera total no cuadra con nuestra mentalidad de hoy en los países que participan de las tecnologías de avanzada. Nótese que esto puede incluir a los que antes se llamaban países tercermundistas. 
Por eso hay que separar el trigo de la cizaña, o distinguir la fruta madura de la podrida. Hemos de distinguir lo que es el ropaje cultural de lo que realmente Pablo dice. Igual que al vaciar el canasto en la basura podemos tirar la fruta buena con la mala, puede darse que al querer rechazar lo superfluo (la concepción de la mujer), rechacemos también lo fundamental (la concepción de la sumisión propiamente cristiana).
Durante siglos se interpretó “sometimiento” a la manera monárquica. Hoy nos toca volver sobre el tema a la manera democrática. 
Muchos cristianos y muchos católicos prefieren quedarse con la imaginación de otros tiempos. El ideal cristiano sería el de los mormones y los Caballeros de Colón: familias de clase media norteamericana en la década de 1950. Los cristianos ideales son blancos descendientes de caucásicos o negros, indios y mestizos con mentalidad de blancos occidentales. A los que piensan así hay que recordarles que el mismo papa Juan Pablo II habló de la inculturación del evangelio.
Esto no quiere decir que hay que ponerse agresivos, indignados, belicosos. Los cristianos no son así. Pero tampoco son como lo quisieran los evangélicos que propagan una visión de mundo ajena a nuestra verdadera atmósfera cultural. 
Hay que meditar más a fondo lo que nos proponen las Escrituras.

El cristiano sumiso. Este tema se queda para luego. Pero, evidentemente, debe ser reinterpretado. Al modo del buen papa Juan XXIII, hay que limpiarle el barniz de los siglos. 

Podemos enlazar esta segunda lectura con las otras dos lecturas del día. Se nos plantea el sometimiento a Yahvé en la primera lectura. En el evangelio se nos plantea el sometimiento a las palabras de Jesús. 


El evangelio de hoy está tomado del evangelio de San Juan en el capítulo 6,60-69. La lectura de hoy continúa el pasaje del domingo pasado. “Yo soy el pan bajado del cielo,” había dicho Jesús, “Quien come de este pan vivirá hasta la vida eterna”. Al comienzo del pasaje del evangelio de hoy muchos discípulos encuentran que sus palabras son duras y comentan entre sí que no es posible hacerle caso.
Para visualizar lo que quizás fue la reacción de ellos (de una manera imperfecta) imaginemos que llegamos al templo y uno de entre los que están allí se levanta y dice, “Soy el hijo de Dios, pero no se lo digan a nadie”. De seguro algunos comentará entre sí por lo bajo, “Está loco”.
En la narración de San Juan Jesús había dicho el equivalente de, “Yo mismo soy la Palabra…la Palabra de Dios hecha carne”. Antes la Palabra nos había llegado –siempre hablando en el contexto de la fe entre judíos y para judíos– por boca de Moisés, la ley, los profetas. La Palabra era el texto de la Escritura. Ahora la Palabra es Jesús. 
La piedra de tropiezo en la predicación de Jesús no es por tanto el asunto de “comer” el pan de vida a la manera con que en Ezequiel 3,1-4 el profeta se come el rollo de la palabra de Dios para proceder a anunciar sus revelaciones. 
Las expresiones duras parecen ser, “Yo soy la Palabra”; “Yo soy el pan bajado del cielo”. No está diciendo que es un profeta que hace de ventrílocuo de Dios. Está diciendo que él mismo equivale a la palabra de Dios.
El redactor/compilador del evangelio de Juan no asocia la dificultad de los discípulos que lo rechazaron, con el pan eucarístico, sino con la condición de Jesús como Palabra de Dios. 
De esta manera el redactor/compilar expresa la fe que busca proclamar con su evangelio redactado al poner a continuación lo siguiente, que él recibió de la tradición oral de los primeros cristianos,
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
- «¿Esto les hace vacilar?, ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen.»

Cuando muchos lo abandonan Jesús confronta a los Doce. «¿Quieren marcharse también ustedes?», les pregunta. Está quien dice que Pedro era el “atrevido”, el impetuoso, entre los apóstoles. Como quiera que fuese, el redactor/compilador pone a Pedro a intervenir de inmediato:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Esa es la fe de Pedro, la fe de la Iglesia. 
Esa fe es un regalo de Dios que nos baja del cielo. Jesús lo puso claro, “nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Comentario breve
Al oír lo que Jesús estaba diciendo algunos discípulos encuentran “muy duro” lo que está diciendo. ¿Qué habrá querido decir el texto original en su contexto? ¿Qué en específico de lo que decía Jesús era “muy duro”? 
Normalmente un hablar “duro” está asociado a algún reproche, un regaño, un llamar la atención. Normalmente implica palabras fuertes que pueden ser hasta hirientes. A una palabras duras siempre corresponde una versión más suave de esas mismas palabras. 
“Palabras duras” equivale a “no dorar la píldora”. Pero Jesús no está diciendo algo que requiera un tono “duro” al hablar. De ahí que tengamos que decir (desde nuestra opinión de aficionados) que se trata de un texto a aclarar.

He escuchado a más de un predicador aprovechar esta ocasión para despotricar contra los que quieren ajustar el evangelio a sus caprichos y a su comodidad. Son predicadores que interpretan “palabras duras” como “doctrina imposible de aceptar”, mientras asumen que la doctrina consiste en creer en el pan eucarístico. 

Por eso hemos de plantearnos la dureza de lo que Jesús dijo, que provocó que muchos lo dejaran y se fueran.


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