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Domingo 28 del Tiempo Ordinario, Ciclo B



La primera lectura para este domingo está tomada del libro de la Sabiduría 7,7-11. El autor canta alabanzas a la Sabiduría: “La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza”. El dinero y las riquezas materiales no tienen valor para el sabio; tampoco para el cristiano. De esta manera se anuncia el tema del evangelio del hoy, el rol de las riquezas en el horizonte de la fe cristiana. 
La sabiduría es el valor mayor, superior a todos en esta vida. “La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables”.
La sabiduría, dirán luego los autores cristianos, es una participación en la misma mente de Dios. Es amar y apreciar lo creado como Dios mismo ama y comprende el mundo, las cosas, los seres humanos. Ser sabio es como descansar en el espíritu de Dios.

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 89,12-13.14-15.16-17. Respondemos a la primera lectura con las líneas de este salmo, pidiéndole a Dios que nos conceda poder “calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”.
De inmediato con el salmista pasamos a la súplica en medio de la desdicha. “Danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas.”
El corazón sensato deriva del espíritu de sabiduría. De ahí deriva la paz de corazón, la disposición del alma en medio de las zozobras de todos los días. 

La segunda lectura está tomada de la Carta a los Hebreos 4,12-13. Como el domingo anterior, el pasaje de hoy es la simple continuación de la lectura de la carta a los Hebreos. Siempre podemos escucharla pensando en el tema de hoy.
Para los cristianos atentos y orientados hacia la sabiduría, “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo”. Penetra en nuestras almas y revela lo que somos. Nadie queda fuera de la mirada de Dios. “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas,” nos dice el autor de la carta. 

El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 10,17-30.
Igual que el domingo pasado, veamos el evangelio por partes.
  1. La pregunta sobre la vida eterna
Mientras Jesús continúa su recorrido por la Galilea junto a sus seguidores, se le acerca uno corriendo y le pregunta, “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. 
Uno se puede preguntar en qué mundo vivía él, si había sido criado desde pequeño en el seno de alguna familia observante. Y si no, tendría que estar enterado de las enseñanzas religiosas de su pueblo. La Ley le garantizaba la vida eterna.
Es posible que el sentido de la pregunta fue el siguiente. Un joven de buenos medios económicos ve que un hombre malo puede cumplir la Ley, igual que un mediocre. Ante los ojos de Dios, ¿será visto como un hombre justo?
No es que alguien actúe como un malvado, sea malvado. Más bien cumple la Ley, aun si no se preocupa por los pobres, por su prójimo. La justicia en el mundo le trae sin cuidado, lo mismo que el orden de las cosas. Hay muchos cristianos hoy día, también, que van a misa los domingos, se confiesan, rezan el rosario, hasta puede que usen cilicios y se azoten de vez en cuando en la madrugada. Pero no se ocupan de nada más. ¿Es que eso no es suficiente?
Alguien puede hacer como los abogados y como los confesores de la moral casuística: uno puede evitar violar la ley aun cuando en su foro interno lo haga con malicia. Los tales no son malos; no violan la ley; no dicen mentira; pero ocultan la verdad, sin justificación adecuada; lo hacen más por egoísmo y vanidad…y por otros motivos que no son los de un hombre a carta cabal, o de buen cristiano. Son como los fariseos cuando pensaban que era más importante parecerlo, antes que serlo.
Recuerdo las dos parejas de amigos que se fueron a comer langosta un Jueves Santo. No violaban la ley de la abstinencia. De la misma manera un religioso podría observar la regla de su orden al pie de la letra. Pero eso no es suficiente. Pasa lo mismo en un matrimonio. Uno puede ser fiel. Pero puede cometer adulterio en su mente.

Quién sabe, pienso, si el joven había escuchado de las enseñanzas de Jesús sobre el ayuno, el sábado, las obligaciones de la Ley. 
Grupo de oración frente al Muro de las lamentaciones
Jesús, precavido (quién sabe si los fariseos estaban presentes), le dice, “Ya sabes los mandamientos”. El joven le responde que todo eso lo ha cumplido desde pequeño. Le plantea lo apuntado en los párrafos anteriores: si bastará con cumplir la Ley. 
Jesús “se le quedó mirando con cariño”. Al menos un autor que he consultado entiende que el verbo griego que aquí se usa (γάπησεν) implica que lo abrazó con cariño; al menos, que tuvo una reacción afectuosa hacia el muchacho. Quizás fue como descubrir de veras el sentido de la pregunta, el equivalente de “Ya sé lo que quieres decir”.
Antes de pasar a la contestación de Jesús, un paréntesis.
  1. La forma de la pregunta
El joven formula la pregunta, “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contesta, “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios”.
No sé qué pensar. Jesús le reprende por haberlo ensalzado como alguien bueno. 

  1. La contestación de Jesús: ser pobre
Jesús le dice entonces al joven rico, «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
Está diciendo que no basta con cumplir la Ley. Faltaría todavía algo más: venderlo todo, repartirlo entre los pobres y seguir a Jesús. 

Jesús no está dando un “consejo evangélico”.
La pregunta fue: ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
La contestación: cumple con la Ley.
Insiste: pero ya cumplo.
Jesús (con cariño): veo que eres un buen judío, un hombre justo. Pero la preocupación con el dinero (una idolatría, dirá San Pablo en Efesios 5,5) te lleva fácilmente a alejarte de Dios. 
Por tanto, renuncia al dinero y sígueme. Así tendrás garantizada la vida eterna.
  • Sería como decir: un cristiano no puede meterse en política porque termina en componendas que no son cristianas. 
  • De la misma manera, un cristiano no debe meterse en negocios, porque terminará en componendas.
  • En época de Jesús no había políticos, pero sí había fariseos. 
Un cristiano no puede ser rico
Entonces, los cristianos no pueden ser ricos. Esto es lo que dice Jesús. 
Un templo de un predicador tele evangélico en el 2013.
Calcule el lector el diezmo de más de cien mil fieles.
El Vaticano no se queda atrás.
Aquí no valen las citas al Antiguo Testamento para justificar un “evangelio de las riquezas” como han hecho algunos predicadores. Esta es una enseñanza netamente evangélica. 
Jesús dice, repito, “vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres…y luego, sígueme”. No lo está diciendo como algo optativo. Si quieres ser cristiano, esto es lo que hay. Eso es lo optativo: (1) con la Ley y los fariseos, o (2) con Jesús y la libertad de los hijos de Dios. 

Marcos dice que el joven hizo un gesto de contrariedad y se marchó pesaroso. No estuvo dispuesto a dejar sus riquezas. 
  1. Los ricos y la riqueza
Igual que cualquiera de nosotros, los discípulos se extrañaron al escuchar esto. “Ellos se espantaron y comentaban: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?»”.
Jesús se los subrayó: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”; “¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”. Quién sabe, quizás al ver su reacción, Jesús los tranquiliza. “Es imposible para los hombres, no para Dios.”
Jesús propone la comparación con intentar pasar un camello por el ojo de una aguja. No es cierto que hubiese una puerta en Jerusalén que se llamaba el ojo de la aguja; eso fue un invento medieval para aliviar la consciencia de unos cuantos. 
La conversación termina al volver a la pregunta del joven rico. ¿Observar la Ley basta? No; es necesario seguir a Jesús. “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.”
Paréntesis
Encontramos otro pasaje difícil de entender. Jesús reitera el sentido de la pobreza cristiana, que equivale al desprendimiento, dejar todo para seguirle. Es lo que se necesita para llegar a la vida eterna.
Lo que no está claro es lo que se recibirá en este tiempo, en esta edad presente: “…recibirá,” dice Jesús, “cien veces más -casa y hermanos…con persecuciones”. El sentido literal será: uno recibirá cien veces más casas que las que tiene; cien hermanos más de los que tiene; cien madres más de las que tiene; cien hijos más, cien porciento más en tierras, con cien veces más en persecuciones”. 
Probablemente es un asunto de redacción, o de género literario.
En base a lo anterior, las primeras comunidades cristianas practicaron un tipo de lo que hoy llamamos comunismo. Ponían todo a disposición de la comunidad y la comunidad lo administraba para todos y para los necesitados a los que socorría. Es lo que encontramos en Hechos de los apóstoles, como en el pasaje de Ananías y Safira (Hechos 5,1). 
Es posible que entre las primeras comunidades era necesario renunciar a todas las posesiones materiales y compartir todo. No era sólo asunto de un diezmo, como hoy día. El pasaje de la lectura del evangelio de hoy sobre el joven rico sería un reflejo de esa situación. 

  • Jesús habla de abandonarlo todo para seguirlo. Sabemos que los generales arengaban a los soldados de una manera parecida antes de entrar en batalla. 
  • Ni la misma Roma, hasta el siglo primero antes de Cristo, no había un ejército profesional. Los soldados eran ciudadanos que se entrenaban anualmente para prepararse para cuando fuese necesario. 
    • Al llegar el momento, podían estar los que fuesen vagos, estuviesen más preocupados de su finca, o de su familia, o de sus negocios. No estaban dispuestos a ir, a responder al llamado de defender la "patria", ir a la batalla.
    • Pero el que respondía, ése podía contar con la solidaridad de sus compañeros. Si no, se quedaba solo y el enemigo te perseguía a muerte. 
Recuerde el lector que esto es una conversación entre aficionados, una reflexión más que una cátedra. 
En el siglo 4° cuando triunfó el cristianismo se desvirtuó ese sentido de los bienes en comunidad. Con el triunfo del cristianismo, los obispos y presbíteros pasaron a ser parte del status quo, del estado de cosas en la sociedad. El bautismo dejó de implicar el abandono de los bienes propios. 
Entonces los ermitaños del desierto –mi conjetura– buscaron retener la práctica original de extrema pobreza, pero como una iniciativa individual. Ya se había perdido el sentido de pertenencia a una comunidad que hubo en los primeros tiempos. 
Ese sentido de lo que fue el cristianismo de las primeras comunidades entonces se recuperó en el movimiento cenobítico, en los monasterios. Pero se dio en otro contexto, el de la huida de una sociedad en proceso de descomposición. 
En Occidente el cristianismo fue rescatado por la conversión en masa de los germanos, como sucedió en el caso de Clodoveo en París.

Alrededor del año 496-499 Clodoveo se bautizó en Reims que desde entonces será la catedral donde se coronarán los reyes de Francia. El mismo día invitó a todos los francos a bautizarse, algo así como las ofertas del Padrino en la película homónima. Cientos se bautizaron sin saber lo que estaba pasando, sobre todo si no sabían latín, ni griego. Esa sería la historia del campesinado occidental hasta el siglo 20.
Esa situación de germanos injertándose en la cultura del mundo romano produjo lo que es el cristianismo occidental posterior, que también adoptó de manera refractada las ideas y prácticas del cristianismo oriental. Ello produjo una consecuencia que en el siglo 20 el Concilio Vaticano Segundo quiso corregir.
La interpretación medieval del pasaje del joven rico que se lee en el evangelio de hoy llevó a crear división entre los cristianos. Es algo que el Concilio Vaticano II buscó rectificar cuando subrayó “la vocación universal a la santidad”. 
Algunos grupos de espíritu sumamente clerical se autodenominan “institutos laicos” y siguen fomentando la división entre los cristianos “de verdad” que se definen por sus prácticas clericales y monacales, y los demás que serían cristianos de segunda clase. 
Así no era como se veían “los santos” a quienes se dirigía San Pablo en las primeras comunidades cristianas. No es que unos eran “monjes de coro” y otros eran “frailes legos”. Esas son malas costumbres medievales, por así decir. 
Una manera de entender cómo llegamos al clericalismo
El mundo romano era como un mundo de adultos y con la llegada de los bárbaros se convirtió en un mundo de adolescentes. Esto ni es bueno, ni malo. Es la manera con que se dan las cosas. Quizás es un ciclo natural. El punto es: la vida monacal surgió como una respuesta a una situación histórica específica. 
Fue algo así como el vestido de los monjes, que después se hizo algo normativo, de rigor. Los Hermanos de las escuelas cristianas llevan baberos por esa misma razón. El bonete de cuatro picos en época de San Ignacio era lo que utilizaban los bachilleres. 
Jesuitas ecuatorianos
No tenía que ver con el atuendo eclesiástico como tal, pienso. Tenía que ver con la autoridad académica de los jesuitas en su predicación. Lo que comenzó como algo que respondió a su momento, luego se volvió una tradición incomprendida. 
Es lo que podemos decir del monasticismo. En su momento fue necesario y sin los frailes el cristianismo no hubiera sobrevivido, al menos en lugares apartados como Irlanda. 
En época de suma ignorancia y con el desplome de las instituciones romanas, los obispos y clérigos fueron los únicos que pudieron sostener el orden público. Como dijera luego un autor, la religión fue el policía que acompañó a cada uno en su vida. 
Pero los obispos y clérigos no salían del vacío, ni vivían en el vacío. Ellos también salían de las filas de los que resolvían sus conflictos a la manera de los mafiosos sicilianos y eran analfabetos. 
Está el caso del papa Gregorio Magno, que abandonó el claustro monacal de su palacio familiar para asumir la administración de la ciudad de Roma. La división entre cristianos de verdad, los monjes, y los cristianos de segunda clase, los legos y laicos, surgirá espontáneamente. 
Esa división ya no tiene sentido. No la tuvo en los primeros siglos del cristianismo.
El Espíritu Santo, creo, se está ocupando de echar por tierra el tinglado del clericalismo. Como todo periodo de transición es algo doloroso. A mí también me hace falta a veces aquel mundo que me cobijó cuando era monaguillo antes que se complicara todo con el Concilio. 
En otros ensayos aparte de este blog desarrollo reflexiones sobre la idea cristiana del dinero y la riqueza. El lector entre tanto podría ver Martin Hengel, Property and Riches in the Early Church




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