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Domingo 29, Tiempo Ordinario, ciclo B



La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Isaías 53,10-11. Son unos versículos del Canto al Siervo de Yahvé. “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación,” nos dice. Por eso prolongará sus años y verá su descendencia. Es que, “lo que el Señor quiere prosperará por su mano”.
El Canto al Siervo de Yahvé siempre ha intrigado. Quién sabe, pienso, si se entremezclaron, ya desde la primera producción del manuscrito, líneas de diversos contextos. Por un lado, dice que Dios quiso triturarlo y entregar su vida; por otro, si al Señor le parece le hará prosperar. 
Que Dios es soberanamente libre para hacer lo que le parezca, eso es innegable. En la tardía Edad Media los escolásticos se plantearon esto mismo. ¿Quiénes somos para imponerle a Dios lo que tiene que hacer? No es posible obligar a Dios con nuestras oraciones y penitencias y cosas parecidas. 
No es que uno puede llegar al cielo y obligar a Dios a darle a uno el boleto de admisión. Dios no está obligado con nosotros. Nada que hagamos nos puede autorizar para pedir un certificado del permiso para ir al cielo.
Esto, como ya he apuntado en domingos anteriores, lo reconoció el Vaticano el 31 de octubre del 1999, en el aniversario de la Reforma.
Pero volvamos al texto de la primera lectura de hoy. 
Uno puede –nos dicen los estudiosos– interpretar así: el Siervo de Yahvé es símbolo del pueblo de Israel. El pueblo fue entregado para que diera su vida como expiación por sus pecados. Los asirios los invadieron y desapareció como nación. Desde entonces perviven los enconos entre israelitas y sirios. 
Al ser triturado de esa manera, el pueblo se convirtió en ejemplo de la ira de Dios. Aunque también, recordatorio de la generosidad de Dios hacia los que andan según sus caminos. De ahí la intercalación del versículo, “Por los trabajos de su alma verá la luz, El justo se saciará de conocimiento”. Esto también aplicaría a Judá y al resto fiel de Israel. 
El Siervo Sufriente: cadáveres de judíos en Buchenwald
Los nazis estaban preparándolos para desaparecerlos
antes de que llegaran las tropas norteamericanas.
Así es como “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”. La muerte de Israel (Reino del Norte) permitió el retoño, el resurgir del pueblo de Israel en el reino judío de Jerusalén. 
En ese escenario aparece Jesús, que dice: los escribas y fariseos han descarriado al pueblo, igual que los mercaderes del templo. Los publicanos y las prostitutas que se arrepienten conocen mejor a Dios, en la sinceridad de corazón, que los judíos observantes. El verdadero retoño de Israel no es el templo de Jerusalén, sino los corazones de un pueblo que rinde culto a Dios con su conducta. Esa es la resurrección de Israel y la resurrección de cada uno a la vida eterna, al Reino de Dios.

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 32,4-5.18-19.20.9-2. Declaramos nuestra confianza en Dios, que no olvida a los que confían en él. Dios ama la justicia y el derecho, pero también su misericordia llena la tierra. Nuestros ojos están fijos en el Señor en medio de nuestra necesidad. Y también “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles…para librar sus vidas de la muerte”. 
Esta pudo ser también la oración del Siervo de Yahvé y es nuestra propia oración. 
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

La segunda lectura continúa la Carta a los Hebreos 4,14-16. Como apuntado el domingo pasado, el autor de la carta enfatiza el sacerdocio de Jesús. “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado,”  nos dice.
De esta manera la segunda lectura sigue el mismo hilo conductor del tema de este domingo, Cristo como el Siervo de Yahvé. Enlaza con los versículos del salmo responsorial cuando nos dice, “…acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para…encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”.


El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 10,35-45. Se da una escena como la del evangelio del domingo pasado, cuando un joven rico se acercó y demostró que no entendía lo que Jesús anunciaba. En esta ocasión los que no entienden son los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Van y le piden ser los más importantes cuando él llegue a su gloria. 
“No sabéis lo que pedís, ” les dice Jesús. Para llegar a su gloria había que pasar por la Pasión. Pero como Jesús se lo dice en lenguaje velado (el cáliz que tendrá que beber y el bautismo con que tendrá que ser bautizado) ellos insisten que están dispuestos a beber del mismo cáliz y pasar por el mismo bautismo. Jesús les dice que eso mismo es lo que va a suceder. Y añade, “el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Esta última afirmación es difícil de aclarar. 
Los otros apóstoles resienten que Santiago y Juan quieran hacerse los más importantes. Entonces Jesús los reúne a todos y les aclara. “el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Y añade, “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sir­van, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Comentario a la tercera lectura de hoy
  1. El primero entre los apóstoles.
Si vamos a seguir a Jesús, ya es un desacierto hablar del primero y el más importante entre los apóstoles. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que en los textos más antiguos no hay distinción entre apóstoles y discípulos. Pareciera que fue una distinción que surgió con la dispersión causada por los eventos de la crucifixión y muerte, o por la destrucción del templo, setenta años más tarde. En ese escenario imaginado, los apóstoles habrían sido los discípulos más allegados a Jesús según se identificaron en los años inmediatamente después. También resulta curioso que hubo al menos una mujer apóstol, algo confirmado por las fuentes.
Es curioso que el pasaje incorporado aquí por el evangelista no toma en cuenta a Pedro. Sabemos que Santiago fue luego el líder de la comunidad de Jerusalén. La opinión y la figura de Pedro tuvo mucho peso, como sabemos por el libro de los Hechos de los apóstoles. Si Santiago fue el líder de la comunidad, puede que ya había el tipo de organización nuestra: una junta de directores (los presbíteros, con Pedro a la cabeza) y un director ejecutivo (la figura episcopal, Santiago), más los diáconos (los del trabajo del día a día).  
Una representación tipo Hollywood del concilio de Jerusalén.
Con el tiempo, y esto es un hecho, las comunidades fundadas por los apóstoles fueron las que gozaron de mayor prestigio. Eran las que habían recibido el mensaje del evangelio directamente de la boca de los que estuvieron cerca de Jesús. Tal fue el caso de Antioquía, la primera comunidad cristiana fuera de Jerusalén y que fue fundada por Pedro. 
Recordemos que en los primeros tiempos sólo había una tradición oral, testimonios personales que se repetían de boca en boca. El evangelio se predicaba mediante radio bemba. Por eso era importante que el mensaje fuera transmitido en “sucesión apostólica”.
 Entonces, es un hecho que la noción de “sucesión apostólica” en su acepción original equivalía a eso: la idea de que las comunidades apostólicas, las que fueron originalmente fundadas por los mismos apóstoles, eran responsables del “depósito de la fe”, es decir, del testimonio original del apóstol fundador. De ahí que en los casos de dudas, se hacían consultas entre esas comunidades, ya que eran las que gozaban del prestigio mencionado. 
Con las disputas teológicas que se desataron luego del Concilio de Nicea (año 325) se fue dando un distanciamiento paulatino entre la comunidad de Roma y las otras comunidades apostólicas. El hecho de que la comunidad de Constantinopla se declarara apostólica de un día para otro causó aún mayor fricción. 
Como Roma estaba políticamente subordinada a Constantinopla, cuando se elegía un obispo en Roma se esperaba la confirmación del emperador antes de que el resultado de la elección fuera oficial. Así se mantuvieron las cosas, en que hasta la liturgia romana era en griego. Luego vino el desmoronamiento de las instituciones civiles. El obispo de Roma tuvo que asumir las veces de autoridad civil y aquello de estar dependiendo de Constantinopla pasó a la historia. 
Llegando al milenio la historia de los obispos de Roma (años 900-999) fue algo más que deplorable, hasta peor que la de los renacentistas. Así, el papa Gregorio VII comenzó la llamada reforma gregoriana en el siglo XI. El resultado fue la iglesia católica romana que conocimos hasta 1960, un milenio. Y hoy, de nuevo, estamos lidiando con los desórdenes de los que debieron ser líderes religiosos y resultaron fariseos.

El pasaje de la lectura de hoy apunta en una dirección distinta a la que tomaron los papas en la historia. De boca siempre hablaron de sí mismos como “servidores de los siervos de Dios”. Pero en la práctica no sólo se presentaron como príncipes, sino como emperadores ellos también. 
  1. Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen.
Recuerdo alguien que decía en broma y en serio, “El matrimonio es la tumba del amor”.
También recuerdo a un compañero: “La fe necesita darse dentro de una institución.”
El amor y la fe son como el agua. Las instituciones son los recipientes en que ponemos el agua. 
En las diversas culturas el matrimonio y la fe asumen diversas formas. Esas formas pueden degenerar en formalismos, en recipientes vacíos. 
Pero no necesariamente tiene que ser así. Hay modos de evitar que lo que está contenido en el recipiente se dañe, se desvirtúe, o se evapore. El agua que echamos en el recipiente –el amor, la fe– no es algo inerte, sino dinámico. Por eso, el agua original no será la misma unos años después. Es “ley de la vida”. 
Pero la política es otra cosa. La política tiene que ver con la administración de la convivencia en los grupos. Jesús está diciendo que la política inevitablemente lleva a la lucha por el poder, como decimos hoy. La política termina en tiranía, aun en la democracia. El alma o el agua de la convivencia humana se daña en los recipientes políticos. 
En todo caso podemos decir que las instituciones –la iglesia, el matrimonio, la política– son inevitables. Toca a nosotros buscar la manera de que no sean un mal necesario. 
Por eso la institución religiosa, el vaso de nuestra fe, no puede adoptar la forma de una administración política, nos dice Jesús. Debe adoptar la forma de una convivencia entre sirvientes, entre servidores. 
Es en ese sentido que nuestros hermanos separados prescindieron de la institución con sus príncipes y jerarcas. Pero luego no han podido sacudirse la tentación de la idolatría del dinero, la vanidad, el espanto a la inseguridad o el deseo de tener prestigio y peso social. 
Multitud en un templo de un tele evangelista, 2013. Recuerda las multitudes en el Vaticano.
  1. Política como un mal y nuestro quehacer
La política siempre se rige por la ley del más fuerte. Aun en la democracia, donde se busca fortalecer a las minorías de manera explícita, siempre está en juego esa ley de los poderosos. Hoy, sabemos, siguen presentes los versos de Quevedo, “Poderoso caballero es don Dinero”. El dinero manda, no importa si en una dictadura, una monarquía, una democracia parlamentaria.
El peso de un país, de una sociedad, de una aldea, se mide por la musculatura de su producción económica. Y los que tienen en sus manos esa producción, ellos son los que controlan el gobierno. 
En ese contexto es preferible una sociedad donde uno pueda criticar abiertamente y se le reconozcan unos derechos inalienables. 


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