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Domingo 4° de Adviento, ciclo C


La primera lectura para este domingo está tomada del profeta Miqueas, 5,1-4a. Anuncia que de Belén saldrá el jefe de Israel. Cuando él aparezca “el resto de sus hermanos retornará…Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz ”.
En los tiempos mesiánicos aparecerá el que brillará como descendiente de la línea del rey David y atraerá a los israelitas dispersos para que vuelvan a establecerse alrededor del monte Sión, Jerusalén.
Pero Jesús se presentó, no como un rey que vino a gobernar, sino como un pastor.

El salmo responsorial para este domingo canta los versículos del salmo 79,2ac.3b.15-16.18-19. Nos hacemos eco del anhelo del pueblo de Israel, “Pastor de Israel, escucha… Despierta tu poder y ven a salvarnos. ” 
Dios nos enviará el líder que nos sacará de la situación en que estamos. “Que tu mano proteja a tu escogido… danos vida, para que invoquemos tu nombre.”
El pueblo de Israel primero pasó años en el desierto y luego pasó años en el cautiverio babilonio, además de los tantos que tuvieron que irse a la Diáspora, a la dispersión por todas partes. Esperaban un nuevo Moisés, un nuevo Elías, que fuera el líder que los llevaría de nuevo a la Tierra Prometida. 
Los cristianos nos hemos incorporado al Pueblo de Dios que va camino al encuentro final con Dios. 

La segunda lectura está tomada de la Carta a los Hebreos 10,5-10. El autor de esta carta enfatiza el carácter sacerdotal de Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima expiatoria de una manera final, definitiva. Así, “todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre”.
De esa manera Cristo es el líder que nos muestra el camino al Padre.

El evangelio de hoy, está tomada del evangelio según San Lucas 1,39-45. María va a visitar a su prima Isabel. Cuando se encuentran, el niño de Isabel (Juan Bautista) salta de gozo en su barriga. Isabel se llenó del Espíritu Santo “y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Dichosa tú, que has creído!”
Bienaventurada, dichosa, Santa Virgen María, porque creíste. 
María es el modelo de la fe. Contemplamos a la Virgen ahora, de la manera con que ella también contempló su vientre durante los nueve meses antes del parto.

Comentario breve

Imágenes en la catedral de León y Valencia, en España


En algunos lugares de España se da la devoción a la Virgen de la O. Es la Virgen de las Antífonas de la O, las que se cantan en las vísperas de la novena antes de Navidad. Es la Virgen embarazada. Ver, por ejemplo, la explicación del origen histórico de esta devoción en esta página WEB (tendenciosa, pero informativa). 
 Esta advocación también se conoce como la de la Virgen de la esperanza. Es una devoción ampliamente difundida en España, Portugal y en Iberoamérica. 
Podemos tomar esta devoción en términos de la predestinación de María, que es la misma de todo cristiano. 

Al modo tradicional, la intentaríamos ver “desde arriba”, como los escolásticos de la Edad Media. Terminaríamos en guerra, como católicos, calvinistas, molinistas y arminianos, suma y sigue. Los iluminados masónicos nos tildarían de oscurantistas.
Pero veámoslo “desde abajo”, desde el punto de vista de nosotros, de lo que se ve desde nuestro vivir en este mundo.
Entendemos que Dios nos habla, nos interpela. Como le sucedió a María. Es lo que representa el ángel de la Anunciación. 
Pero visto el ángel en términos modernos, éste puede ser el equivalente de los elefantitos rosados que el paciente ve flotando en la oficina del psiquiatra. 
Vista las cosas desde arriba, desde la mirada escolástica, con especulaciones, no hay manera de justificar nuestra fe. El único argumento es “porque sí”. 
(Claro, eso es un argumento muy español.)
Vista las cosas desde abajo, el hecho es que nos hace falta algo. El mundo no se entiende y sin embargo sentimos que podríamos entenderlo. La felicidad y la justicia nunca se darán, parece. Y sin embargo, nos hacen falta. 
Es la pregunta de Platón, ¿de dónde esta théia manía, esta inquietud divina? En la misma pregunta supuso que en su corazón él sabía que había respuesta.
Platón pensó que se puede llegar a satisfacerla. Creyó que así es, con fe ciega. Desde que los cristianos helenistas se integraron a las comunidades cristianas judías de los primeros tiempos, seguimos creyendo que esa divina inquietud responde al llamado de Dios.
Los cristianos creemos que sí, que así es. 
Pero hoy día no lo creemos desde una convicción cerebral platónica. Lo creemos “desde abajo”, desde la experiencia. Y la experiencia puede ser engañosa. Uno puede ver elefantitos rosados por ahí y estar alucinando, o bajo los efectos de la química en el cerebro, de alguna droga. 
El moderno ilustrado preguntará, ¿cómo saber que no es una neurosis, una fantasía? Ahí está el estudio de los éxtasis de Santa Teresa de Jesús, que coincidían con sus ciclos mensuales. La alegría y la tristeza derivan de la química del cerebro. No hace mucho se argumentaba que eran un gran riesgo confiarle a una mujer un avión que costó millones de dólares en su fabricación. Las alteraciones químicas de su cerebro podrían llevarle a cometer errores fatales. Las mujeres no podían ser pilotos. La especulación ha sido desmentida en la práctica.
Como decía Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932), en el futuro con una bebida uno podrá mantenerse alegre. Cuando él escribía esto ya existía la Coca Cola, “la chispa de la vida”. Sólo que todavía no hemos encontrado la dosis que produzca resultados duraderos… Ese, por cierto, es el argumento contra los remedios naturistas. Puede que sean lo indicado, pero nadie habla de la dosis adecuada. Un té para dormir lo mismo puede envenenarte. 
Los cristianos podemos decir que el camino que Jesús vino a enseñarnos no es el camino para llegar al éxtasis. Lo que le dijo a los escribas y fariseos sobre la ley, que no era asunto de observarla al pie de la letra, también aplica a nuestra fe, que no es asunto de estar pendiente a experiencias místicas. Es asunto de lo que indicó el Bautista en el evangelio del domingo pasado: ser una persona decente (los recaudadores de impuestos, los publicanos, lo centuriones y militares…) y de socorrer a los huérfanos y a las viudas. 
Vista las cosas sobre el terreno, es decir, en nuestra experiencia en este vivir en esta vida, nadie es capaz de negar que socorrer al necesitado y cobrar lo justo es lo deseable. Nadie es capaz de decir que mentir es bueno y matar es bueno; que decir la verdad es malo, o que curar a un enfermo es malo. 
Otra cosa es tener presente que en algunos momentos lo correcto es mentir (un prisionero bajo tortura); matar se justifica (en la guerra y en casos de aborto); curar no es lo recomendado (mantener vivo a un vegetal). No todas las bolas son iguales (la de baloncesto, la de golf…) y no todas las mentiras son iguales. 
Ese sentido que tenemos de los valores fundamentales y de la existencia de Dios es algo que no necesita justificación. 
El cristianismo es asunto de valores, antes que de convicciones.
Claro, por pensamiento crítico estamos dispuestos a revisar esa posición. Puede que estemos equivocados. De ahí nuestra vida de cristianos en el “temor y temblor”, que decía Kierkegaard.
Pero al momento sentimos que Dios nos interpela, como invitó a la Virgen a tener fe, a aceptar el camino que se nos presenta y a echar a andar por ese camino. 

Aun antes de nacer María, ya Dios dispuso que ella vendría al mundo para ser la madre del Salvador. María no tiene que aceptarlo. Pero dio el sí al ángel de la Anunciación. Y hasta que Santa Isabel le dijo, “¡Pero si estás encinta! Lo supe cuando el mío dio salto ahora que nos vimos…”; María entonces cayó en cuenta de que el camino de su vida ya estaba trazado. Es lo que sucede cuando una chica sale encinta, que su vida cambia, su futuro cambia.
No propongo esta reflexión en términos naturales, sino en términos de nuestra condición de cristianos, en términos de la fe. En términos naturales tenemos un destino, el de nuestra condición natural. Están los que nacen con un cerebro de hombre en un cuerpo de mujer, y viceversa. Esa es su condición natural. Están los que con el tiempo se topan con la realidad que su voluntad no es muy fuerte y viceversa; que tienden a ser melancólicos, o coléricos (como decía Aristóteles). Están los que no pueden evitar ser bajitos y no pueden ser estrellas del baloncesto. Y están los que tienen manos grandes pero no se sienten atraídos al piano, aunque sí resultan ser excelentes mecánicos reparadores de máquinas. Están los que tienen manos grandes y se empeñan en ser otra cosa y se ven torpes e incapaces, sin conciliarse consigo mismos. Está el de la leyenda, que gustaba de ver correr la sangre y se convirtió en un excelente carnicero, y su hermano llegó a ser un gran cirujano plástico.
Está esa condición natural que es nuestro destino. Está nuestra condición social que también es nuestro destino. Si alguien nació pobre y no tuvo acceso a una educación de altos vuelos, ya se sabe que no llegará lejos si se empeña en ser un inventor famoso. Bueno, es que ni tan siquiera pensará en eso. Hijo de gato caza ratones. De tal palo, tal astilla. No es solo por la genética. 
Pero también está el destino de cristianos, igual que el de la Virgen María. Si Dios no lo hubiese dispuesto así, ni tan siquiera seríamos cristianos. Pero Dios nos llamó, como llamó a María, a ser cristianos.






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