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Solemnidad del Bautismo del Señor (Domingo 1 del Tiempo Ordinario, ciclo B)

 La solemnidad del bautismo del Señor es la celebración más antigua entre los cristianos, junto a la Vigilia Pascual. Cuando el bautismo se tomaba como un sacramento para adultos, es decir, en los primeros tiempos cristianos, sólo se daba unas tres veces al año: Pascua, Epifanía y Pentecostés. Se daba en grupos, como una celebración comunitaria.

Tanto Pascua como Epifanía están asociadas al nuevo día del ciclo solar. La Epifanía está asociada al equivalente de la madrugada del año solar. La medianoche del año solar se da alrededor del 21 de diciembre, el momento en que paulatinamente las noches comienzan a acortarse, después de la noche más larga del año. Tiene sentido que desde los primeros tiempos los cristianos asociaran este momento a «nuevo año, nueva vida» y por lo tanto lo marcaran con la Solemnidad del Bautismo del Señor, motivo para los bautismos de los grupos de catecúmenos. 

Quizás por eso apareció más tarde la costumbre de bañarse en algún cuerpo de agua entre algunos cristianos. En la iglesia copta, o iglesia egipcia, que se remonta a los tiempos apostólicos, la Epifanía se celebraba bañándose en el Nilo, algo así como los puertorriqueños en la fiesta de San Juan. 

En algunas localidades de Grecia hoy día se hacen procesiones hasta algún cuerpo de agua. El sacerdote tira una cruz al agua y los que se animan nadan buscando la cruz. Entre los rusos, algunos fieles se bañaban en las aguas invernales de algún río o algún lago. Se daba el caso, se nos dice, en que rompían el hielo de la superficie para entonces tirarse al agua. Esa costumbre se discontinuó bajo el comunismo. Entre los rusos ortodoxos esta tradición se está retomando, ahora con la presencia de socorristas por si alguno cae en shock. 

A la celebración de la Epifanía se le asoció también el milagro de las bodas de Caná, quizás por la idea de la transformación del agua por la acción del Espíritu. Lo que antes era agua ahora adquiere cualidades espirituales.

Así, la Epifanía se desdobla en una triple celebración de la Manifestación, de la Revelación, de Jesús al mundo. Es la manera de celebrar la triple epifanía, manifestación y reconocimiento de Jesús como Dios y hombre verdadero. 

Los Reyes Magos adoran al Niño, en representación de todas las razas de la tierra. En el bautismo en el Jordán el Padre revela a Jesús como «Hijo de Dios». En las bodas de Caná comienza el ministerio de Jesús al señalar la llegada final de los tiempos mesiánicos. Jesús se revela como el Mesías esperado.

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La única manera que tenía Dios para hablarnos era al modo nuestro, al modo humano. Por eso la Palabra de Dios no podía ser divina, propiamente hablando, sino palabra humana. Dios nos habló por los profetas y ahora, mediante la persona humana de su Hijo.

Dios amó tanto al mundo que nos dio a su propio Hijo (Juan 3,16). Pero esto no quiere decir que Dios tuvo que «sacrificarse». Para Dios no hay tal cosa; no tiene sentido pensar eso. Tiene más sentido decir: Dios amó tanto al mundo, que se hizo humano.

Uno se puede preguntar, ¿cuál es la diferencia? Si uno lee esas líneas en sentido negativo, entonces Dios se habría sacrificado. Pero eso no tiene sentido. Tiene más sentido tomarlo de manera positiva: el mundo es algo tan bueno, que Dios mismo también quiso disfrutarlo. Hemos de tomarlo algo así como al modo de la película reciente de Disney, Soul

Al hacerse humano, Dios nos enseñó el camino para tomar el mundo en el sentido con que él mismo lo creó. Jesús nos mostró el camino para entender el verdadero sentido de las cosas. 

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¿Qué pensar entonces del tema de la humildad? Pareciera que entonces no hemos captado bien lo que significa la humildad para Jesús (Dios-hombre), que es como decir que no hemos entendido bien lo que es la humildad para Dios. 

Veamos.

A menudo se habla de la humildad del Salvador. Se cita, por ejemplo, Filipenses 2,5ss («Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: »). Es como decir: mira como el rey fue capaz de rebajarse a sí mismo, cómo es que tú no vas a hacer lo mismo. Tienes derecho a tu amor propio, igual que Dios. Pero mira como Dios renunció a su dignidad de Dios y se humilló. Te toca a ti echar a un lado tu dignidad y tus derechos y ser obediente como lo fue Cristo, hasta la muerte. 

Pero eso es una distorsión, típica de las mentes torcidas. Con ese modo de pensar justifican la manipulación de los que caen en sus redes. Veamos en qué consiste ese error.

Los privilegios de los reyes y los gobernantes, igual que el de los líderes empresariales tienen sus orígenes históricos en lo siguiente. 

Cuando nos vemos amenazados por algún enemigo, necesitamos un héroe para dirigirnos y defendernos. Cuando estamos ante un problema grande y la necesidad de tomar unas decisiones, necesitamos un líder, un atrevido para dirigirnos y asumir responsabilidades. 

Esos héroes y esos líderes asumen los riesgos de ocupar esa posición de liderazgo. 

Por tanto, les mostramos agradecimiento otorgándole privilegios.

(Un aparte: los envidiosos sólo ven los privilegios, sin atender a los riesgos que corren y la necesidad de vivir en constante alerta.)

(Otro aparte: por diversas razones históricas llegan a esos puestos de privilegio personas sin cualidades heroicas, o de liderazgo. Es cuando se dan tiempos decadentes.)

En un momento dado el líder rey ve que es necesario asumir un papel que no le corresponde, como asumir el papel de un siervo.

Por ejemplo: el capitán de un barco ve que los maquinistas no saben hacer su trabajo, o que necesitan una orientación para que el barco camine bien. Entonces se quita el gabán, se enrolla las mangas, y se ensucia las manos dando la orientación. Eso no significa que el capitán abandonó su status de capitán, o que renunció a su propia autoestima. 

Creo que es de esa manera que hemos de entender la encarnación de Dios. Dios no renunció a su dignidad. Simplemente se enrolló las mangas para enseñarnos el camino. 

«Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre,» le dijo Jesús a Felipe en Juan 14,9. 

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Si Jesús hubiese actuado como Dios en su vida terrenal, entonces no podría ser «el Camino» al Padre. 

De la misma manera no es que nosotros vamos a renunciar a nuestra dignidad humana para convertirnos en animales mansos y obedientes. La obediencia de Jesús no es la de humanos que renuncian a pensar por sí mismos y se comportan como animales que necesitan ser adiestrados. Seguir a Jesús no es entrar en una vida de disciplina y de adiestramiento militar en que los soldados obedecen ciegamente lo que los altos mandos deciden; en que los soldados son instrumentos de los altos mandos.

Seguir a Jesús es renunciar al egoísmo y a los propios intereses. Pero eso va en función de una decisión personal. Veamos.

Salimos al mundo como quien sale a un escenario, sin saber de qué se trata. Poco a poco nos enteramos de lo que está pasando, por lo que hablan y hacen los demás. Estamos en el gran teatro del vivir. 

Entonces, encontramos que es necesario hacer algo con nuestra vida. El vivir mismo nos impone tener que decidir sobre nuestro futuro. Tener futuro es algo que nos distingue de los animales. Otra cosa que nos distingue es también vernos desde la presencia de los demás. Esos dos elementos, entre otros, no los tienen los animales, ni las computadoras androides (robots).

Con nuestras intervenciones en ese escenario vamos trabajando lo que somos. A medida que seguimos decidiendo sobre la orientación de la biografía que nosotros mismos nos trabajamos, vamos definiendo quiénes somos. 

En ese contexto, «renuncia a ti mismo, carga con tu cruz y sígueme» quiere decir: decídete, no por criterios paganos, sino por el criterio de «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Eso en sí es una cruz. No necesariamente buscarás ser crucificado, ni necesariamente tendrás que meterte a redentor. Pero en un momento dado puede que se te venga todo encima, como le sucedió a Jesús en el Huerto de los olivos, y entonces tendrás que llevar tu decisión hasta las últimas consecuencias. 

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Para Jesús ser obediente al Padre implicó nunca dejar de ser humano. Para nosotros ser obedientes al Padre implica buscar el bien común según nuestras propias luces, sabiendo que la crucifixión siempre es posible, pero no necesaria. 

Hay un cuento que nos hacían en el seminario, que en los monasterios orientales ponían a prueba a los novicios y los mandaban a sembrar en medio del invierno. Se suponía que el novicio obedeciera sin cuestionar y saliera a sembrar a la ciega. 

Esa es la mentalidad del ejército. El general da una orden y él es el único humano. A los demás, del coronel para abajo, sólo les toca obedecer como máquinas, como animales. 

Esa no es la visión de un ser humano. Tampoco, por tanto, puede ser la visión de Dios. Por eso el papa Francisco intenta sustituir la curia romana por el sínodo de los obispos, algo que fue dispuesto por el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium). Los padres del Concilio entendieron que ya era hora de dejar atrás el modelo dictatorial, militar, absolutista, y adoptar el modelo de una monarquía democrática. 


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