Afiche oficial para esta semana. «Permanezcan en mi amor y darán abundancia de frutos» (Juan 15,1-17)
Del 18 al 25 de enero se celebra todos los años la semana de la unidad entre los cristianos. El 18 de enero es la fiesta de San Pedro y el 25 de enero, la fiesta de la conversión de San Pablo. En muchos países a través del mundo hay múltiples actividades ecuménicas. Además de conferencias y paneles, hay actos ecuménicos públicos en que representantes de diversas denominaciones cristianas rezan juntos.
Los esfuerzos por la unidad de los cristianos (lo que conocemos como movimiento ecuménico) se remontan a finales del siglo 19. En las misiones en Asia y África los misioneros de las diversas iglesias establecieron lazos de cooperación y amistad como para compartir espacios de culto y ocasiones de confraternización. Se sobreentiende que esto no se dio con los católicos romanos.
A comienzos del siglo veinte se comenzó a formalizar la cooperación internacional a partir de una iniciativa predominantemente anglicana, de tradición «High Church» (afines con el catolicismo romano tradicional), de la mano con las iglesias luteranas (para los efectos «High Church» también). Para la década de 1920 el movimiento ecuménico mereció la atención del Vaticano, cuando el papa Pío XI señaló que respaldaba el ecumenismo en la medida que significase una vuelta al rebaño papal.
Los diferentes esfuerzos y organizaciones ecuménicas confluyeron finalmente en 1946, en la fundación del Concejo Mundial de Iglesias en Ginebra, Suiza. Roma no participó en esa iniciativa.
El papa Juan XXIII le dio un impulso a la participación romana con la fundación del Secretariado para la unidad entre los cristianos con la encomienda oficial de promover el diálogo con los no romanos. El Concilio Vaticano II promulgó un decreto sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio. En ese documento ya no se habló de «herejes», sino de hermanos separados, entre otros puntos. «Progreso» en el Vaticano es algo que se mide en siglos.
Valga apuntar que en 1965 el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras de Constantinopla levantaron sus mutuas excomuniones de siglos atrás, de manera que se logró la reunificación del cristianismo de Oriente y Occidente. Esto es algo que muchos católicos han olvidado luego. Ya el papa Juan XXIII recibió oficialmente al arzobispo de Canterbury en la primera ocasión desde el siglo dieciséis en que un líder de la Reforma pisó el Vaticano. Bajo el papa Pablo VI comenzó el envió observadores oficiales como delegados del Vaticano en el Consejo Mundial de Iglesias.
El Octavario de la unidad entre los cristianos comenzó en 1908 a iniciativa de los anglicanos y fue cobrando interés a lo largo del siglo 20. Desde la segunda mitad del siglo el Consejo Mundial de Iglesias coordina diversas actividades durante esta semana. Invitación a una actividad ecuménica en una iglesia Adventista. En el mundo hispano esto todavía está por verse.
Aquí lo importante no es quién se lleva la gloria de ser el líder. Aquí lo importante es reconocer que somos cristianos en la práctica de la unidad comunitaria y en el amor al prójimo. Eso es algo aparte de la doctrina y las sutilezas doctrinales que cada uno defienda. Lo importante es el amor al prójimo, que es igual que decir: el amor al que anda en malos camino, tanto como al hermano que no piensa como nosotros.
«Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.» (Juan 17,21)
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