(Ilustración: El actuar del cristiano - Ciudad Redonda) |
De un tiempo a esta parte (digamos en las últimas décadas) los obsesionados con el tema del aborto han hecho del 27 de diciembre su especie de fiesta anual. La utilizan para hablar de los cientos de bebés víctimas del aborto. Propongo que una cosa es la seriedad e importancia de ese tema y otra la obsesión con la denuncia del aborto.
Para mí hay un tema aun más importante que el asesinato físico de seres humanos. Un asesinato siempre es un crimen. Pero hay crímenes de más peso y hay crímenes de menor peso. Unos crímenes son más criminales que otros.
Pasa lo que con el homicidio. No todos los homicidios son asesinatos culpables, como en el caso del que mata en defensa propia, o el soldado que va a la guerra.
Sucede que a veces los más feroces en denunciar el aborto son los más grandes partidarios de la pena de muerte. Al menos reconocen que no todos los homicidios son iguales.
Para mí es más importante lo que Jesús mencionó acerca de la inocencia del cristiano y la inocencia de los niños. Si vamos a hablar de los santos inocentes, hablemos de esto también, recordando lo que dijo de este tema.
Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar.
— Mateo 18,2-6
A esto no tengo más que añadir, porque no lo digo yo; lo dice Jesús en el evangelio.
Ay de aquellos clérigos que abusaron sexualmente de niños y de monjas. Tan homicidio es el aborto, como el asesinato de la inocencia de un niño. Con todo, esos también pueden volverse a Dios con la seguridad de ser acogidos. Para esos hay que seguir leyendo más adelante en Mateo 18,12 — «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?»
Valga recordar que «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Juan 3,17). Por más pecador que sea alguien, Dios ofrece la vía de salvación en Jesús.
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