En el evangelio de hoy Jesús confirma la llegada del Reino
Juan manda a preguntar a Jesús si él es el Mesías. "Eres tú el que ha de venir," le preguntan. Jesús le contesta a los discípulos de Juan, "los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados".
La enfermedad y el mal en el mundo son a causa del desorden en la naturaleza. En lenguaje de los tiempos evangélicos diríamos que Dios en su infinita sabiduría permitió el desorden y el mal. Permitió el pecado.
En Jesús Dios se hizo humano para demostrar su amor por su creación. El mundo de por sí no es malo, ni despreciable, sino que merece ser amado. Tanto amó Dios al mundo que quiso él también vivir con nosotros. En Jesús Dios lloró con nosotros. Y vino para anunciar el día en que todo se pondrá en su sitio. Ese día ya comienza con él y la llegada del Reino de los cielos.
Sólo que el Reino no se da sin nosotros, sin nuestra cooperación mediante la fe en Jesús y las consecuencias que trae esa experiencia de fe.
¿Llegará el día en que no haya más sufrimientos y miserias?
De esa misma manera se habrán sentido los cojos, los ciegos, los leprosos en época de Jesús. Escuchan hablar de Jesús, se acercan, creen con la misma fe con que Pedro lo confesará, "Tú eres el Hijo de Dios". Entonces, es cierto que ha llegado el Reino de Dios.
Tengamos paciencia, se acerca nuestra liberación. Es una realidad doble. No está y ya está entre nosotros. Es lo que celebramos sacramentalmente en el año litúrgico: Dios con nosotros, a pesar de que pareciera que todavía está por llegar.
El Reino de Dios se concretiza en la comunidad cristiana y en las expresiones de su fe, en el radio de toda la actividad comunitaria, desde la celebración eucarística hasta los grupos de acción social, de socorro a los enfermos, a los encarcelados, a los deambulantes, así.
Invito a ver mis apuntes del 2019 con más anotaciones sobre las lecturas de este domingo.
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