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Domingo 31, Tiempo Ordinario, ciclo B


La primera lectura para este domingo está tomada del libro del Deuteronomio 6,2-6. Es un texto que todo judío se aprende desde pequeño, el Chema Israel, “Escucha, Israel”. 
El pasaje de la lectura de hoy es parte del texto del discurso de despedida de Moisés antes de morir. El pueblo está a punto de cruzar el río Jordán y entrar en la Tierra Prometida, pero Moisés no irá con ellos. 
Moisés les subraya el temor de Dios: el respeto a Dios. 
Hoy día decimos que hay muchos que confunden el temor con el respeto. Si te tienen miedo, o si necesitan pedirte un favor, te tratan con mucho respeto. De lo contrario te tratan como cualquier cosa. Hay personas que así es como se comportan con Dios.
Por otro lado, sabemos que el respeto es un asunto de educación. Un gobernante, un alcalde, un concejal, pueden ser personas despreciables por lo sinvergüenza que son. Un malhechor, un facineroso, un criminal o delincuente, pueden ser personas también despreciables en cuanto a su conducta. Pero eso no quita que deben ser tratados como seres humanos, con todo el respeto que un ser humano se merece. En el mundo hispano esto no es fácil de entender, porque no entendemos las cosas como los nórdicos.
Un policía, un funcionario nórdico, se pone el uniforme y asume el papel, el personaje del funcionario que él representa. Él puede pensar muchas cosas, pero en su función pública, piensa lo que se supone que piense un funcionario en su mismo puesto. Por eso un conserje nórdico limpia los baños como un profesional. 
Claro, nuestras virtudes son nuestros vicios. A los nórdicos les resulta difícil expresar sentimientos o dejar que otros entren en su mundo íntimo. Los hispanos llevamos nuestros pensamientos a flor de piel. Y si una tarea es desagradable, cuando el jefe es un maleante, nos resulta difícil tener sentido de respeto y cumplimiento del deber.
El temor de Dios es eso: el respeto a Dios. Pero no por miedo, sino porque nos anima algo así como la cortesía. “Lo cortés no quita lo valiente,” decían aquellos españoles de capa y espada. Había que subrayarle a los ignorantes que la cortesía no es síntoma de debilidad. 
Así, Moisés exhorta a los israelitas: “Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos…. Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”.
Temer al Señor es como respetar al jefe, o temerle a la esposa. Puede ser algo motivado por la cobardía, la pequeñez de espíritu, la mediocridad. Pero también puede ser algo que nace del sentimiento de caballerosidad, de sentido del honor. De ahí deriva el sentido de profesionalismo.
Lo segundo es cosa de hombres libres, de seres humanos (hombres y mujeres) que viven en libertad y hacen lo que hacen sin que nadie los obligue.

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 17,2-3a.3bc-4.47.51ab. Con las líneas de los versículos del salmo de hoy nos hacemos eco del tema de hoy presente en la primera lectura: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza”. Dios está siempre con nosotros y es la fortaleza que nos rodea y nos defiende de los que nos atacan: “Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Recuerda el himno que Martín Lutero compuso, a su vez inspirado en el salmo 46, “Castillo fuerte es nuestro Dios” (YouTube). Es la alegría que brota en el corazón cuando nos vemos seguros, protegidos. “Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador.”


La segunda lectura continúa la Carta a los Hebreos 7,23-28. Como apuntado en los domingos anteriores, el autor de Hebreos enfatiza el carácter sacerdotal de la figura de Cristo. A diferencia de los sacerdotes del antiguo Testamento, Cristo vive para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. Vive siempre para interceder por nosotros. “Él no necesita ofrecer sacrificios cada día…porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo,” nos dice. 
Como en el caso del versículo del salmo de hoy, esto nos recuerda la contención de Martín Lutero, de que la misa no repite el sacrificio expiatorio y salvador de Cristo, porque ese sacrificio es uno e irrepetible en el tiempo. Podemos decir que, en armonía con la oración pascual judía, la misa recuerda la historia de la salvación y al recordarla la hace presente, pero no como una realidad, sino como un memoria, “el memorial de la cena del Señor”. 
De la misma manera y, también en armonía con el tema de hoy, podemos decir que en nuestra oración personal llevamos a Dios presente con nosotros, le respetamos y amamos al prójimo como él mismo ama al prójimo. 


El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 12,28b-34. El texto de hoy continúa con el texto del evangelio de Marcos que vamos leyendo todos estos domingos. 
La narración de hoy forma parte de una cadena de momentos en que algunos (mayormente escribas y fariseos) vienen a retar a Jesús, o a tratar de entender mejor su mensaje. Le preguntan sobre el tributo al César, sobre la viuda de varios maridos en secuencia y de quién será ella esposa en el más allá. Entonces se adelanta un escriba como para tratar de determinar de una vez por todas qué es lo que Jesús dice. Claro, esto de seguro no sucedió así. Marcos junta en secuencia las narraciones. 

Los escribas eran los copistas de los textos sagrados. Pero esa tarea, creo que así es hasta hoy, se consideraba un oficio sagrado. El copista iba inspirado por Dios y de esa manera podía hasta cambiar el texto; estaba autorizado por su profesión. Pero no lo cambiaba a capricho. Las correcciones eran consideradas al modo del concepto del desarrollo de la doctrina, sobre la que escribió John Henry Newman. 
Los especialistas hablan de los Tikkunei Soferim, las correcciones de los escribas entre el 450 al 350 antes de Cristo (en ese caso la cuenta de los años es regresiva).
El escenario entonces se aclara: los fariseos y los escribas están intrigados por la persona de Jesús. Pero más que eso, están indignados que alguien pueda arrogarse una autoridad que sólo les pertenece a ellos. Sólo ellos tienen la inspiración y la asistencia divina para entender en los asuntos que ellos plantean. Sería una situación parecida a la del párroco frente a un feligrés.
No hay malicia en sus preguntas (si es que las narraciones fueran históricas), sino que están siguiendo el método de diálogo en la época, de la misma manera que Jesús predicaba en parábolas. 
Como en otros lugares de estas reflexiones, recordemos que en la época de Jesús “pensar” significaba una actividad. Pensar era hablar en grupo. No había tal cosa como retirarse a pensar las cosas en privado. 
En la época moderna Descartes dirá que “yo soy un yo que pienso”; pero en aquella época no había ese sentido del yo. Uno no podía concebirse aparte del grupo. Para pensar un asunto había que ponerse a discutir y la verdad era la que emergía de la discusión. Mi verdad personal era eso, algo personal, parcial. Por mi cuenta no podía llegar a la verdad de un asunto. Era como yo ciego tratar de ver el elefante sin el recurso del diálogo con los otros ciegos que estén palpando al elefante en el proverbial ejemplo. 
No es que el “diálogo socrático” fue un invento de Sócrates. Podemos ver esa falta de sentido para el pensamiento privado en el resto de la literatura antigua. En aquellos tiempos cuando a un individuo “ve” una gran verdad (como la estrategia acertada para la batalla, o la solución a un problema matemático) no lo hace por cuenta propia, sino por intervención de los dioses. Se necesita la inspiración y la asistencia divina.
En la narración del evangelio de hoy un escriba se acerca y pregunta, “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” Es como preguntar cuál es el mandamiento más importante que hay que cumplir, por encima de todos los demás. Es como considerar cuál es el valor mayor, por encima de todos los demás valores. En el mercado cada cosa tiene su precio. 
A veces la gente propone una u otra práctica como lo más valioso. Para algunos es más importante ser católico, que ser cristiano. Para algunos, aun más que ser católico lo importante es “que se note”: pegatinas en el carro, cosas así. Otros no piensan igual y para ellos lo importante es la denuncia del aborto como un crimen. No pueden pensar en otra cosa. Y con esa mentalidad, para la iglesia romana ha sido más importante defender a sus curas, obispos y cardenales, que considerar a las mujeres víctimas de los abusos sexuales, sin tener que ir más lejos.
Es como el ejemplo que cito a veces del catecismo catalán del siglo 17: “Es pecado matar,” preguntaba. Entonces, la contestación: “Sí, es pecado matar. Pero no es pecado matar franceses”. 
Volviendo al texto del evangelio de hoy, Jesús le contesta al escriba recordando el texto de la primera lectura de hoy, el Deuteronomio 6,4: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. 
Ese sería el mandamiento mayor, el más importante. De inmediato Jesús continúa, “El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.”
Jesús le recuerda un segundo mandamiento que está implícito en toda la Ley, comenzando con el mismísimo primer mandamiento de la Chema. Quizás Jesús estaba haciendo constar lo que los escribas y fariseos sabían, que el respeto a Dios implica el respeto al prójimo. 
Es lo que vemos, por ejemplo, en Éxodo 20,17 – “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.” (Un amigo una vez me dijo que esto confirma el status de la mujer en aquella época, al nivel del buey y el asno de la familia.)
Ese mismo amor al prójimo está en Levítico 25,17; Salmo 40:7-9; I Samuel 15,22. Es posible que esto lo tuviesen presente Jesús y sus interlocutores.
En la narración el escriba felicita a Jesús como un maestro a un estudiante que ha recitado bien la lección. Es que, como apuntado antes, los escribas eran gente con autoridad, algo así como los catedráticos y los obispos hoy día. Quizás eran vistos como algunos ven al papa, que todo lo que dice y hace está inspirado por Dios.
Entonces Jesús le añade algo que es lo que indignaba a los escribas. Pareciera que le habla de manera condescendiente. Le dice, “No estás lejos del reino de Dios.” 
Pero Jesús no es un engreído. Tampoco se supone que nosotros lo seamos. No es asunto de sentirnos superiores; eso sería caer en el fariseísmo. 
Jesús le está señalando que sin embargo le falta una iluminación completa sobre este tema, de qué es lo más importante en la Ley. Le dice que no comprende bien esto y cuando llegue a captarlo, habrá entrado en el reino de Dios. 
Para captar el mensaje de Jesús no basta con decir, “Hay que amar al prójimo”. Para entrar en el reino de Dios no se puede tomar esto como un mandamiento, como una ley. Eso era lo que le faltaba captar al escriba. Estaba cerca, pero le faltaba dar ese paso.
La vida de la fe no es asunto de dar respuestas correctas, ni ganar un debate y ver cómo le callas la boca al oponente. Puedes saber la respuesta correcta, pero para entenderla hay que forcejear con ella. Es la diferencia entre los graduados de universidad que se saben el manual, pero entonces tienen que forcejear con la realidad: el ingeniero sobre el terreno, el abogado en el tribunal, el médico en el hospital.
Lo mismo pasa con el cristiano. Saber las respuestas sólo nos acerca al reino de Dios. El reino de Dios no es una realidad. Es un proceso, igual que Dios.



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