En los últimos cincuenta años hemos caído en cuenta del desajuste entre nuestros instintos y nuestra vida cotidiana.
Tenemos un cerebro que se comunica con el cuerpo de forma vegetativa (las hormonas) y también, de manera electrónica (las neuronas). El paso de un estado de conciencia a otro tiene un ritmo distinto en cada caso. Las hormonas siguen circulando en nuestro cuerpo, aun cuando la circunstancia a que respondieron ha pasado, por eso seguimos molestos o alegres aun cuando ya hemos pasado a otra situación distinta. Entre tanto las neuronas de nuestro cerebro siguen activas, llevándonos de una impresión a otra, de una idea a otra. (“Usted es como el paisaje alrededor de su yo,” decía Ortega y Gasset en “Buscando un Goethe desde dentro” – cito de memoria)
Esto explica algo de lo que sucede cuando personas que normalmente son amables de pronto se convierten en “animales” agresivos detrás del volante de un auto. Pero lo que también ha llamado la atención, comenzando con el mismo Darwin, es lo que parecería ser un instinto de moralidad. Alguien que arriesga su propia vida de forma espontánea y se lanza al agua a salvar a un desconocido que se está ahogando no actúa racionalmente. Pero, ¿qué ventaja personal deriva de eso? Desde Darwin se ha planteado que ello se podría explicar en términos de la supervivencia de la especie: un individuo ciegamente se arriesga a morir (del mismo modo que ciegamente nos sentimos atraídos a la reproducción sexual) con un instinto que puede vencer el otro instinto de la supervivencia personal, y ello beneficia a la especie. Uno se sacrifica por los demás, para que los demás puedan seguir reproduciéndose.
Pero ahora mismo esto no es lo que me interesa en esta reflexión, excepto como preparación a mi consideración principal. Ahora quiero llamar la atención sobre dos puntos. Uno es que nuestros instintos, que son muy poderosos, se dejan llevar por las apariencias. Otro es que las apariencias sí engañan.
Ya Ramiro de Maeztu señaló hace años que es más ventajoso que un rico organice un negocio, a que reparta su dinero a los pobres. Es algo así como la diferencia entre regalar un pescado y enseñar a pescar. Pero nos impresiona más el rico que vende todo lo que tiene y reparte todas sus riquezas entre los necesitados. Por eso es que el socialismo es más simpático que el capitalismo, aun cuando en todos los experimentos socialistas, en vez de ayudar a los pobres, se les empobrece más y se les priva de una esperanza por un futuro mejor. Entre tanto, todos los ciudadanos quedan empobrecidos y querer salir de la pobreza es algo así como un pecado. Nadie confiesa fácilmente que desea montar un negocio para ganar dinero, pero repartir el dinero a los pobres, es motivo de orgullo.
En el New York Times de hoy, 17 de enero de 2008, Steven Pinker habla sobre este tema. Pinker es un reconocido autor dentro del área de la psicología evolutiva, que estudia el modo con que evolucionaron nuestros modos de pensar y ver las cosas. En su artículo compara el caso de la Madre Teresa de Calcuta con el del fundador de Microsoft, Bill Gates. Mientras nadie discute que ella es una santa, la mayoría no ve a Gates de la misma manera. Una vez hasta escuché a un fanático religioso sugerir que Microsoft es obra del diablo.
Pero Bill Gates ha hecho más por el bien de los pobres que la Madre Teresa en toda su vida de trabajo. Gates lo ha hecho mediante su fundación dedicada a manejar y distribuir su dinero destinado a ayudar a la humanidad, sobre todo entre los más necesitados.
Pinker menciona a otro personaje que ha hecho más todavía y que no ha llamado la atención de periodista alguno: Norman Borlaug. Éste fue el padre de la llamada “Revolución verde”, comenzada en la década de 1960, en que se consiguieron variedades de arroz y otros productos agrícolas, capaces de resistir plagas y de reproducirse más con una mayor calidad. De esta manera ha sido el responsable de salvar billones de vidas en las últimas décadas del siglo XX.
Aun viéndole la cara a Gates o a Borlaug, nuestro “instinto moral” nos llevaría a simpatizar más con el rostro ascético de la Madre Teresa.
Algunas lecturas asociadas a esta reflexión:
– Steven Pinker,"The Moral Instinct" , The New York Times, Jan. 17, 2008
– Steven Pinker, The Language Instinct
– Ibidem, The Stuff of Thought: Language as a Window Into Human Nature
Tenemos un cerebro que se comunica con el cuerpo de forma vegetativa (las hormonas) y también, de manera electrónica (las neuronas). El paso de un estado de conciencia a otro tiene un ritmo distinto en cada caso. Las hormonas siguen circulando en nuestro cuerpo, aun cuando la circunstancia a que respondieron ha pasado, por eso seguimos molestos o alegres aun cuando ya hemos pasado a otra situación distinta. Entre tanto las neuronas de nuestro cerebro siguen activas, llevándonos de una impresión a otra, de una idea a otra. (“Usted es como el paisaje alrededor de su yo,” decía Ortega y Gasset en “Buscando un Goethe desde dentro” – cito de memoria)
Esto explica algo de lo que sucede cuando personas que normalmente son amables de pronto se convierten en “animales” agresivos detrás del volante de un auto. Pero lo que también ha llamado la atención, comenzando con el mismo Darwin, es lo que parecería ser un instinto de moralidad. Alguien que arriesga su propia vida de forma espontánea y se lanza al agua a salvar a un desconocido que se está ahogando no actúa racionalmente. Pero, ¿qué ventaja personal deriva de eso? Desde Darwin se ha planteado que ello se podría explicar en términos de la supervivencia de la especie: un individuo ciegamente se arriesga a morir (del mismo modo que ciegamente nos sentimos atraídos a la reproducción sexual) con un instinto que puede vencer el otro instinto de la supervivencia personal, y ello beneficia a la especie. Uno se sacrifica por los demás, para que los demás puedan seguir reproduciéndose.
Pero ahora mismo esto no es lo que me interesa en esta reflexión, excepto como preparación a mi consideración principal. Ahora quiero llamar la atención sobre dos puntos. Uno es que nuestros instintos, que son muy poderosos, se dejan llevar por las apariencias. Otro es que las apariencias sí engañan.
Ya Ramiro de Maeztu señaló hace años que es más ventajoso que un rico organice un negocio, a que reparta su dinero a los pobres. Es algo así como la diferencia entre regalar un pescado y enseñar a pescar. Pero nos impresiona más el rico que vende todo lo que tiene y reparte todas sus riquezas entre los necesitados. Por eso es que el socialismo es más simpático que el capitalismo, aun cuando en todos los experimentos socialistas, en vez de ayudar a los pobres, se les empobrece más y se les priva de una esperanza por un futuro mejor. Entre tanto, todos los ciudadanos quedan empobrecidos y querer salir de la pobreza es algo así como un pecado. Nadie confiesa fácilmente que desea montar un negocio para ganar dinero, pero repartir el dinero a los pobres, es motivo de orgullo.
En el New York Times de hoy, 17 de enero de 2008, Steven Pinker habla sobre este tema. Pinker es un reconocido autor dentro del área de la psicología evolutiva, que estudia el modo con que evolucionaron nuestros modos de pensar y ver las cosas. En su artículo compara el caso de la Madre Teresa de Calcuta con el del fundador de Microsoft, Bill Gates. Mientras nadie discute que ella es una santa, la mayoría no ve a Gates de la misma manera. Una vez hasta escuché a un fanático religioso sugerir que Microsoft es obra del diablo.
Pero Bill Gates ha hecho más por el bien de los pobres que la Madre Teresa en toda su vida de trabajo. Gates lo ha hecho mediante su fundación dedicada a manejar y distribuir su dinero destinado a ayudar a la humanidad, sobre todo entre los más necesitados.
Pinker menciona a otro personaje que ha hecho más todavía y que no ha llamado la atención de periodista alguno: Norman Borlaug. Éste fue el padre de la llamada “Revolución verde”, comenzada en la década de 1960, en que se consiguieron variedades de arroz y otros productos agrícolas, capaces de resistir plagas y de reproducirse más con una mayor calidad. De esta manera ha sido el responsable de salvar billones de vidas en las últimas décadas del siglo XX.
Aun viéndole la cara a Gates o a Borlaug, nuestro “instinto moral” nos llevaría a simpatizar más con el rostro ascético de la Madre Teresa.
Algunas lecturas asociadas a esta reflexión:
– Steven Pinker,"The Moral Instinct" , The New York Times, Jan. 17, 2008
– Steven Pinker, The Language Instinct
– Ibidem, The Stuff of Thought: Language as a Window Into Human Nature
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