La primera lectura está tomada del Génesis 2:18-24. Dios decide que el Hombre (el ser humano) no esté solo. Crea animales y pájaros y se los presenta al Hombre (Adán) para que le ponga el nombre a cada cual. Es como tomar posesión de ellos; el ser humano es señor de los animales. Entonces, viendo que el Hombre sigue solo, le crea una compañera, Mujer, de la costilla, para que lo acompañe. Y se la presenta al Hombre como hizo con todos los animales. El Hombre es señor de la Mujer. Y como la Mujer es de su costilla, al unirse a ella “los dos serán una sola carne”. Esto último ya pone el tema del matrimonio y el divorcio, los temas de hoy.
Esta es una de las versiones de la creación del hombre y la mujer. Hay más de una versión. Estamos de acuerdo que se trata de un mito, una leyenda para explicar la procedencia del mundo y de las cosas.
El lenguaje inclusivo: tradicionalmente, al decir “hombre”, se incluye a todo el género humano. No obstante, en nuestra época en que se promueve la toma de conciencia sobre la igualdad de géneros, es preferible sustituir “hombre” por “seres humanos” o algo equivalente.
La mujer para los antiguos era como uno más de entre los animales que poseía el hombre. Por eso en Éxodo 20:17 se ordena el mandamiento de no desear hacerse de la mujer del prójimo: “No…codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”.
El salmo responsorial sigue el tema del matrimonio: la mujer como parra fecunda; los hijos como renuevos de olivo (mezcla las imágenes entre uvas y aceitunas) y representa la familia como la bendición del hombre, resultado de temer al Señor.
El temor del Señor no equivale a miedo. Uno que teme al Señor es uno que lo respeta y, contrario a nuestros países hispanos, no se ha de confundir el respeto con el miedo. Muchos respetan a los demás en la medida que sienten miedo a las consecuencias que vendrían de no respetarlos. Pero el temor del Señor, el respeto del Señor del que aquí se habla es el del derecho propio que tiene el otro para ser respetado. Ante la entrada del juez, su dignidad exige que nos pongamos de pie. La dignidad de la mujer exige que ante una extraña no usemos ciertas palabras groseras en su presencia. Y así sucesivamente. De la misma manera por ser Dios, debemos temerle, es decir, respetarlo. Pero cuando ese respeto no deriva del temor, sino de la consideración, entonces estamos siguiendo lo que dijera San Agustín, “Ama y haz lo que quieras”.
La segunda lectura es de la carta a los Hebreos 2:9-11. Dios decidió que Jesús debía sufrir, el que así sería el guía de salvación para la multitud de los hijos que llevaría a la gloria, que serían considerados hermanos del Salvador. El santificador, Jesús, y los santificados, nosotros, procedemos de lo mismo. Por eso somos hermanos.
La tercera lectura, el evangelio, es de Marcos 10:2-16. Esa es la versión más larga; se permite la lectura más corta de Marcos 10:2-12, que enfoca directamente en el tema del divorcio.
En este pasaje los fariseos le preguntan a Jesús si es lícito, si está permitido, divorciarse.
Resulta que en Deuteronomio 24:1 se permite el divorcio, basta que el marido descubra algo en su mujer que no le agrada. Nótese que Jesús en el evangelio dice que Moisés fue el que lo permitió. Es decir, no maneja el Deuteronomio como algo que hay que leer a la ciega. Lo maneja como Escritura sagrada que necesita interpretación, que es como los judíos lo han tomado tradicionalmente.
En la tradición entonces se interpretó el asunto como que el motivo de divorcio podía ser cualquier cosa, a capricho del varón. Y así se admitió. Si la mujer quemaba la comida, eso era suficiente para repudiarla. Si se pasaba quejándose, fastidiando, regañando, eso era suficiente. Uno podía divorciarse hasta por encontrarla fea después de todo. Esto se entiende en el contexto de que los matrimonios por lo general eran arreglados entre las familias.
Para corregir ese “liberalismo” fue que surgió una escuela de rabinos que profesaron una interpretación más estricta, la de que sólo por causa de adulterio era admisible el divorcio. Se sobreentiende, adulterio de parte de la mujer, no del varón. El varón era el que tenía el poder de la decisión.
Los fariseos, al plantear la pregunta sobre el divorcio, lo hacían para saber de qué bando estaba Jesús, cómo él interpretaba el pasaje del Deuteronomio. Jesús le dice a los fariseos que los que se casan “ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” Cita del Génesis, del pasaje de la primera lectura de hoy.
La tercera lectura en su versión más larga termina con el acercamiento de los niños y el señalamiento de Jesús, “Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.”
De esa manera Jesús nos invita a ver las cosas sin malicia.
Queda claro: Jesús permite el divorcio.
Afirma que la unión matrimonial no debe ser separada por la sociedad (“el hombre”, los seres humanos), pero que hay una excepción, en el caso de adulterio. Así lo interpretaban los mismos fariseos.
Resulta entonces interesante que con la Iglesia primitiva, y pocos años después de la muerte de Jesús y de su propia conversión, San Pablo esté dispuesto a añadir por su cuenta otra causal de divorcio. Si un cristiano está casado con una pagana, “Si el cónyuge es no creyente y quiere separarse, entonces que se separe; en ese caso el cónyuge creyente no está ligado; porque el Señor los llamó para vivir en paz” (1 Cor 7:15). En el contexto del pasaje San Pablo está hablando del divorcio; véalo el lector.
Otra cosa es lo que se ve en la versión del evangelio de hoy en San Mateo, 19:8 — “Moisés les permitió divorciarse de sus mujeres; pero yo les digo que el que se divorcia de su mujer, excepto en caso de inmoralidad sexual, y se casa con otra, comete adulterio”
Vemos que San Mateo no puso la palabra “adulterio”, sino “inmoralidad sexual”, lo que amplía la gama de posibilidades. Nos pone en la misma situación de los rabinos que necesitaron interpretar a Moisés. El adulterio es algo específico, pero la inmoralidad sexual puede ser un simple flirteo. Así que se puede decir que el evangelista puso una interpretación del asunto por su cuenta.
Pareciera que tenemos así tres causales de divorcio en los evangelios, (1) adulterio; (2) estar casado con un no cristiano; (3) inmoralidad sexual cometida por el cónyuge. Los pasajes se dirigen a la conducta de la mujer, pero hoy día bien que lo podemos aplicar también a la conducta del varón.
Aparte de lo anterior, podemos encontrar aún otro detalle en el pasaje del evangelio de hoy. Cuando los discípulos le piden una explicación a Jesús, éste dice, “Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquella; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10:11-12).
Ese pasaje se puede ver como diciendo, “Está bien que alguien se divorcie. Lo que está mal es que vaya y se case con otro, o con otra”.
Y… aparte de eso, aquí se ve la mano interpretativa del evangelista Marcos. El pasaje dice, “…y si ella se divorcia de su marido…” — lo que simplemente no era concebible en el ambiente judío de Jesús en su contexto original. Simplemente a ningún judío se le podía ocurrir que la mujer iniciara el divorcio. Marcos, se ve, escribe en el contexto de Roma, en el que los romanos sí veían como posible que la mujer pidiera el divorcio.
Tenemos evidencia histórica de que entre los cristianos se aceptó esta doctrina. Un cristiano podía divorciarse en caso de adulterio o en caso de estar casado con una esposa pagana (que por ejemplo se rehusara a criar los hijos como cristianos). La doctrina actual de que el matrimonio es indisoluble, no importa qué, data de más de mil cien años después de Cristo, en época del papa Alejandro III.
Hoy día hay que ver las diferencias en contexto. Hoy decimos que “el amor se acaba”. Ese pensamiento ni pasaba por la mente antes de la época del Romanticismo, en los últimos doscientos años. Lo normal era casarse por acuerdos entre familias. Por eso, el matrimonio era un asunto legal, no moral. Eso explica cómo alguien puede encontrarse casado con un no creyente y entonces desear el divorcio. El matrimonio no dependió de los contrayentes, en su forma tradicional.
Ese es el punto. La prohibición absoluta del divorcio en el siglo 12 deriva de la necesidad de unos bárbaros aristócratas alemanes en la Edad Media que necesitaron fortalecer la indisolubilidad matrimonial para evitar humillaciones familiares. Un rey (conde, duque) daba su hija en matrimonio a otro rey (conde, duque) para afianzar los lazos de obligación entre ambos. Si el otro rey (conde, duque) estaba en libertad de repudiar a su esposa, eso era una humillación y hasta causa para la guerra. Sobre todo si se ponía en entredicho la castidad de la chica. Además de eso, si se permitía el divorcio, aun justificado por el adulterio, esto dejaba a los hijos a la intemperie.
Una situación así se dio cuando el emperador Carlos V no le permitió al papa conceder el divorcio del rey Enrique VIII, ya que Catalina de Aragón era su tía. Y el motivo del divorcio no era un amor que se acabó, sino que el rey necesitaba hijos herederos al trono. Ahí vemos la naturaleza legal del pacto matrimonial.
El resultado de todo esto fue que el adulterio se convirtió en algo normal, parte de la vida diaria, como en la España de Franco. Si se hubiese admitido el divorcio por adulterio, hubiese habido menos adulterio, paradójicamente. Es como la droga. Si se legaliza la droga, habrá menos drogadictos.
Finalmente, hay que tomar en cuenta un último punto. En época de los primeros cristianos, igual que en casi toda nuestra América hispana y en el llamado Tercer Mundo, la mujer divorciada queda desamparada. Lo menos que le puede suceder es bajar de categoría social; pero también puede tener que lanzarse a la calle a mendigar o a prostituirse. Por eso en Hechos y en San Pablo encontramos la preocupación por los huérfanos y las viudas.
Hoy, en la medida que hay progreso económico, las mujeres pueden incorporarse a las profesiones en una aproximada igualdad de condiciones con los varones. Eso les permite ser más libres para divorciarse. Aunque pensaría que para la mujer y para los hijos el proceso de divorcio puede ser horrendo, más que para el varón.
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He redactado este ensayo/reflexión con la ayuda de Ariel Álvarez Valdés, “¿Prohibió Jesús el divorcio?”, en la revista Criterio, número 2372, julio 2011.
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