La primera lectura, tomada del profeta Isaías 53:10-11, habla del siervo de Dios, que se mantiene fiel a Dios al modo con que Job perseveró. Dios decidió que su vida fuera una expiación a nombre de otros, ya que él era inocente. Por lo tanto será premiado al ver su descendencia, vivir muchos años más y “lo que el Señor quiere prosperará por su mano”.
El salmo responsorial o antifonal corresponde a diversos versículos del salmo 32 . El salmo subraya que Dios es justo, sus acciones no son traicioneras, Dios ama la justicia y también, “su misericordia llena la tierra”.
La segunda lectura está tomada de la Carta a los Hebreos, 4:14-16. El autor enfatiza el sacerdocio de Cristo, quien fue humano como nosotros, probado exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso no hay que temer acercarse al trono de Dios y pedir gracia.
La tercera lectura sigue con la lectura continua del evangelio de San Marcos, en el capítulo 10:35-45. Los hijos del Zebedeo (Santiago y Juan) le piden a Jesús poder sentarse a su derecha y a su izquierda, cuando esté en su gloria. Jesús les dice que no saben lo que piden y que, además, no le toca a él conceder tal cosa, “…el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”.
Igual que en el pasaje del evangelio del domingo anterior, aquí encontramos a un Jesús diciendo algo inesperado. El domingo pasado habló de que sólo Dios es bueno, por lo que se extrañó de que alguien le llamara “bueno”. Esta vez declara que él no tiene poder para tomar ciertas decisiones.
En ese contexto Jesús invita a sus discípulos a beber el cáliz que él tendrá que beber. Está diciendo que seguirlo a él lleva inevitablemente a unas consecuencias. Eso es algo inevitable, algo sobre lo que Jesús no tiene poder de decidir. Ya sabemos que es un anuncio de su pasión y muerte. Está diciendo que seguirle a él no equivale a esperar honores y poder, o riqueza y motivo de vanagloria.
La única libertad de los discípulos, como los hijos del Zebedeo, está en tomarlo, o dejarlo, como el que se marchó en el pasaje del evangelio del domingo pasado.
El que quiera ser importante tendrá que hacerse sirviente y el que quiera ser el primero, es decir, el que quiera tener autoridad para mandar, que se haga esclavo de los otros. “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
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Como le decían a San Francisco de Asís. Eso de la pobreza y la humildad es algo que no se puede tomar al pie de la letra. ¿A donde iríamos a parar si el papa caminase a pie?
Bueno, después de muchos siglos el primero que volvió a caminar a pie como un papa que hace su entrada solemne en la basílica de San Pedro fue SS Juan XXIII, el día de la inauguración del Concilio Vaticano II. Luego SS Pablo VI subastó su tiara (corona) papal para beneficio de los pobres. A Juan Pablo II hay que pasarlo por alto porque protegió al más vil de los violadores de monaguillos y seminaristas, el Maciel Degollado. Y su imagen de “papa moderno” se asoció a la piscina que se mandó a construir en el palacio de verano.
Pero SS Benedicto XVI recogió de nuevo el hilo y descartó la tiara (corona) papal como parte del escudo papal oficial, sustituyéndola por una mitra de obispo. Así enfatizó que el obispo de Roma es un obispo entre iguales, aunque se presente como “el primero entre iguales”. Fue lo que fue San Pedro originalmente.
Y SS Francisco I… nada qué decir, todos sabemos. Sobre todo, nos ha vuelto a recordar que un obispo es sobre todo un pastor. Pero “pastor” en el sentido evangélico; no en el sentido “moderno”.
Una cosa es ser “moderno” porque un papa inaugura la estación del tren del Vaticano (cuando un papa anterior dijo que los trenes eran cosas del diablo) o por inaugurar la estación de Radio Vaticano. Otra cosa es descartar lo “moderno” y lo circunstancial para volver a las enseñanzas del evangelio.
Así que no es asunto de “tradición” o “continuidad” versus “ruptura” y novedades. Es más bien asunto de volver a las fuentes, de volver al Evangelio.
En sus últimos años de pontificado SS Pablo VI un día salió diciendo que podía percibir el humo infernal de Satanás en el Vaticano. Esto le resultó jocoso a la prensa y a otros nos dejó pensando si no sería otra expresión de un deseo de echar atrás lo andado con las reformas conciliares.
Con el tiempo me di cuenta de lo que de seguro quiso decir. Habían grupos muy católicos, pero muy poco cristianos, dentro del Vaticano. No tenía nada que ver con religión, sino con el reino del pecado, de personas y clérigos que vivían según el espíritu del mal, antes que dentro del espíritu del bien. Muchos andaban presos de la vanidad, el egoísmo, la ambición desmedida, el carrierismo, la inmadurez, las pasiones desordenadas… en suma, prisioneros de Satanás. Ni tan siquiera se daban cuenta de su condición y hasta acusaban a otros, a los “progres”, de ser quienes pretendían destruir la Iglesia.
Pero no fue la primera vez que se sintió el humo de Satanás en el Vaticano. La historia de los papas del siglo 9° es escandalosa; más que la de los papas del Renacimiento. Y la conducta de los obispos y cardenales nunca fue, en su conjunto, tan ejemplar, como bien sabemos. Ni siquiera hay que referirse a los demás monseñores y clérigos.
La Iglesia no ha sido asediada por una supuesta situación de “sede vacante” que promueven los que quisieran volver al mundo del ultramontanismo, del catolicismo clerical. También es irrelevante si supuestamente el papa es masón. Baste mirar con ojos de cristiano y ver el asedio insidioso de la mentalidad vaticanista, es decir, de la mentalidad legalista, casuística, que considera importante eso de “sede vacante” o de conspiraciones para poner mata ratas en la sopa. Es la mentalidad de los fariseos.
La Iglesia sigue ahí, no por la fuerza de la tradición católica medieval, sino por la fuerza del Evangelio. Lo mismo se puede decir de la Iglesia en sentido amplio, ecuménico.
Ser católico, ser cristiano, es seguir a Cristo y ser un servidor.
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