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Domingo 28, Tiempo Ordinario, ciclo B. Las riquezas. Los políticos corruptos y las prostitutas ya llegan al Reino.


La sopa de los pobres, por un artista italiano

La primera lectura de este domingo 28 del Tiempo Ordinario, ciclo B, está tomada del Libro de la Sabiduría 7:7-11. En este pasaje hay una alabanza a la sabiduría como tal, “…tuve por nada las riquezas en comparación con ella”. La riqueza no vale lo que vale la sabiduría. Y la sabiduría suprema es el temor de Dios. 

El salmo responsorial, correspondiente al salmo 90(89):12 ss,  continúa el tema: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría”.

La segunda lectura está tomada de la Carta a los Hebreos 4:12-13. Nos señala que la Palabra de Dios es viva y eficaz y pone al descubierto ante su mirada todo lo que está oculto. Los que practican el mal tendrán que rendir cuentas. Uno puede decir que ahí está la sabiduría a tener en cuenta.

La tercera corresponde a la lectura continua del evangelio de San Marcos, que se viene leyendo los domingos de este año del ciclo B. El pasaje de hoy retoma el texto de donde se quedó el domingo pasado, con el pasaje tomado de San Marcos 10:17-30. 
Un hombre corre, se arrodilla frente a Jesús, le pregunta qué debe hacer para heredar la Vida eterna. Cuando el hombre le dice que ha cumplido todos los mandamientos desde su juventud, entonces Jesús le dice que vaya y venda todo lo que tiene y se lo reparta a los pobres. Cuando el hombre se va entristecido, Jesús dice, "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”.
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En la explicación tradicional de este pasaje se hablado de los llamados “consejos evangélicos”. Se ha dicho que son exigencias en los evangelios que no son estrictamente requeridas, sino aconsejadas, para los que quieran entrar en el camino de la perfección cristiana. No es que los cristianos tienen que vivir como los deambulantes en la calle, excepto aquellos que se sientan llamados a ese estilo de vida.
Este criterio de “consejo evangélico” se le aplica también a lo que Jesús añade en el evangelio de hoy: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia…recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos…y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna”. 
Tradicionalmente se ha pensado que en tales pasajes no está diciendo que por fuerza hay que abandonar todo para seguirle. Pero la invitación está abierta para los que quieran hacerlo. 
Así, tradicionalmente se ha subrayado lo deseable que es la pobreza, o el abandonar todo para seguir a Jesús, pero también se ha dicho que esto no es obligatorio, no ha de tomarse al pie de la letra. El común de los cristianos podemos practicar “el espíritu” de pobreza, “el espíritu” de entrega total, mientras seguimos en nuestros asuntos “mundanos”. No es que literalmente hay que abandonar la familia; baste dejarla en el segundo escalafón de nuestras prioridades cristianas.
Algunos escuchan una llamada (vocación) a seguir al pie de la letra esos consejos evangélicos. Son los religiosos, que dejan sus familias y se embarcan en un estilo de vida en el “desierto”, es decir, apartados del “mundo”. Hacen los tres votos de pobreza, castidad y estabilidad (obediencia; no andar por ahí por la libre) y se visten con un hábito distintivo de la espiritualidad de su orden o congregación.
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Pero parece que lo que Jesús dice en el evangelio no va dirigido a unos seleccionados. Va dirigido a todos los cristianos. 
Al comenzar la lectura del pasaje del evangelio de hoy, cuando el hombre se arrodilla, le dice, “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Se ve que viene a preguntar por interés, porque quiere heredar la Vida eterna. No habla de ser perfecto.
En la contestación de Jesús se ve la intención de decir que todos deben pasar por el mismo cedazo, si han de querer entrar a la Vida eterna.
Primero, Jesús dice que nadie es bueno, ni siquiera él mismo. “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno”. (¡Algo enigmático! ¿Jesús no se consideró “bueno”? Eso merece una reflexión aparte, en otra ocasión.)
Esto cuadra muy bien con el resto de la enseñanza de los evangelios y la denuncia del fariseísmo. Nadie tiene derecho a pensar que él es bueno. De ahí la alegría tan grande que sintieron las prostitutas y los publicanos. Ellos tenían el Reino asegurado; ya estaban, de hecho, en el Reino; estarían a la cabeza de los fariseos en la fila de entrada al Reino. 
Y entonces, continuando con el pasaje del evangelio de hoy, Jesús dice: será difícil para los ricos entrar al Reino. ¿Cómo? 
De nuevo, se ha jugado con esto, eso de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico pueda entrar en el Reino. Se ha tratado de aguarlo para poder decir que no debe entenderse al pie de la letra.
Cierto, Jesús no dice que es imposible; dice que será difícil. Es que primero hay que ser “pobre”: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios” (Lucas 6:20). Y no lo dice en futuro; lo dice en presente. Los “pobres” ya están en el Reino. 
Esa es la Buena Nueva que trae alegría, ya los pobres “llegaron”. 
Entre tanto los discípulos, en el pasaje del evangelio de hoy, se dicen, “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Quizás eso mismo pensarían los clérigos ante un San Francisco de Asís. ¿Como que hay que ser pobre para llegar al Reino?
Jesús pone su mirada fija sobre los discípulos y les dice, “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. 
¿Quiérese decir que Dios hará un milagro y los ricos entrarán al Reino? ¿Que los ricos entrarán con toda su riqueza? 
Recordemos el contexto de este pasaje: uno que se arrodilló frente a Jesús y le preguntó qué debía hacer para alcanzar la Vida eterna. Jesús le dijo que saliera de todos sus bienes materiales. Él se marchó. 
Jesús no le gritó mientras se alejaba, “No te vayas, sólo basta que lo tomes en sentido figurado”. No; para entrar al Reino hay que ser pobre.
El milagro será, no que los ricos puedan entrar al Reino siendo ricos. El milagro será que los ricos consideren que han encontrado una perla de gran valor, el Evangelio, y por eso estén dispuestos a hacer lo que aquel hombre no pudo hacer, desprenderse de sus bienes materiales. Los ricos querrán ser pobres, inspirados por el Espíritu Santo.
Para regocijo de los que han hablado de tomar la idea de pobreza con un sentido espiritual podemos decir: Jesus invita al desprendimiento de lo material, a compartir con los que no tienen, a dar, no una limosna aquí y allá, sino comprometer todo el caudal de posesiones. Invita a encontrar nuestra seguridad, no en las posesiones, sino en nuestra fe como cristianos. Así ya estaremos en el Reino.
Todos, si somos cristianos, tenemos que ser pobres, es decir, desprendidos. No podemos considerarnos en posesión de cosas y cosas. Lo que tenemos es para compartirlo. De ahí la idea de ser un administrador, lo que llaman en inglés stewardship. No somos dueños de nada. Un cristiano no se siente necesitado de nada. No son sólo los religiosos y los clérigos, los llamados a esto. 

Para esta reflexión me apoyé en parte en Albert Nolan, Jesus Before Christianity. New York: Orbis Books (Maryknol), 1976 (reimpresión del 25° aniversario, en el 2011). 




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Una digresión sobre la vida religiosa y clerical
Cuando conviene, está terminantemente prohibido ir en contra de la naturaleza; pero cuando también conviene, entonces es igualmente obligatorio ir en contra de nuestra naturaleza, por lo que en estos otros casos hay que hablar de la “naturaleza caída”, lo que justifica ir en su contra.  
La división entre “cristianos de primera clase”, los religiosos, los clérigos, por contraste con los “de segunda clase”, los laicos, ha traído consecuencias negativas a la tradición cristiana. Unos tienen la fuerza de oponerse a su naturaleza caída y los otros son demasiado débiles para unírseles. Se sabe que en la realidad no es así, pero esa es la idea, lo que ha justificado ver a unos como “buenos” mientras los demás somos débiles. 
Jesús nunca favoreció la acepción de personas y denunció a los discípulos que intentaron dividir al grupo de tal manera, como lo vimos en un pasaje del evangelio de los domingos anteriores. Es absurdo que, por ejemplo, uno se haga el cocinero del grupo para seguir al pie de la letra la amonestación evangélica de ser un servidor y abrazar la pobreza, para luego dárselas de superior a los demás que no son parte de “el clan”.
Es un signo anticristiano que una jovencita campesina que de otro modo hubiese pasado su vida esclavizada por un marido ignorante, de repente se las dé de importante porque ahora viste un hábito de monja; o que un campesino que de otro modo hubiese vivido paleto toda su vida, de repente se las dé de importante por usar sotana y cuello romano. Aunque no quiera, seguirá siendo un paleto con sotana. No es lo mismo un cura paleto simpático y buen cristiano, que un cura paleto imposible de tragar por ser un petulante con autoridad; imagíneselo como obispo.
Lo mismo puede aplicarse a los que se convierten a alguna secta como Testigos de Jehová o Pentecostales, Opus Dei, Carismáticos, o Schoenstat.  Practicar la acepción de personas no es cristiano. Tampoco tiene sentido pensar que la religión debe tener más importancia que la familia al momento de auspiciar un retiro religioso, o ir de visita a los hogares. 

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Otro tema queda por trabajar en otra ocasión: que los cristianos deban ser “pobres”, es decir, desprendidos, no debe significar que hemos de anhelar un gobierno como el de Cuba o Venezuela.




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