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Cuarto domingo de cuaresma, ciclo C



La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Josué 5:9ss. El pueblo de Israel, habiendo cruzado el Jordán, entran en la tierra prometida, Canaán. Allí cultivan la tierra y ya no necesitan el maná del cielo. Celebran la pascua, comiendo panes ázimos y espigas fritas.
El tema de este domingo es la conversión, como en el pasaje del evangelio y la parábola del hijo pródigo que decide volver a casa. 
Pero el enfoque de esta lectura es la celebración por haber finalmente llegado a casa. Nos invita a pensar este tema de la conversión, no desde la perspectiva del pecador y su miseria, sino la de la comunidad que celebra la llegada a casa. 

El salmo responsorial corresponde al salmo 33:2ss. Como en domingos anteriores, eleva un canto de alabanza a Dios por el socorro que brinda. Dios se acuerda de los pobres y los necesitados y responde a los llamados de súplica. Dios socorro a los que lo necesitan y por eso hay que dar gracias y alabar a Dios.

La segunda lectura es de la segunda carta de San Pablo a los corintios, capítulo 5:17ss. Nos dice que los que son de Cristo, son criatura nueva. Los cristianos dejan atrás la vida pasada. Dios no toma en cuenta los pecados, ni pide cuentas. Dios a su vez le ha confiado a los apóstoles y a los mismos cristianos el anunciar esta reconciliación que Dios mismo promueve. Es hora, pues, de reconciliarse con Dios, gracias al sacrificio de Cristo que se hizo pecado para justificarnos a todos nosotros.
No es momento de pensar en la vida de pecado. No hay que pensar en la vida de pecado y el pecador, sino en nuestra nueva vida de redimidos y salvados. Somos gente nueva, renacida, ya no somos los que éramos antes. 
Como los náufragos no podemos disfrutar acordarnos de lo que nos pasó, no es motivo de placer, pensar sobre lo que es estar en el agua a punto de ahogarse. Y si vemos a uno que está en el agua braceando, simpatizamos con él. Lo último que se nos ocurriría sería regañarlo. No se nos ocurre gritarle que es torpe. Más bien se nos ocurre gritarle palabras de ánimo.
Nos alegramos por el que logra salvarse, aun si nunca hubiésemos estado en esa situación de peligro de ahogarnos. Vemos los náufragos en el mar y vemos el que llega a tierra. ¿No es eso motivo de alegría, ver que uno logra llegar a tierra? Hay más alegría por el que logró llegar a tierra, que por todos los que están en tierra sin haber pasado por el peligro.
Hay más alegría por la oveja perdida que fue encontrada, que por el resto del rebaño que no se extravió y no hubo que salir a rescatarlo.


La tercera lectura, el evangelio, continúa la lectura de San Lucas capítulo 15:1ss. Los fariseos y los escribas murmuran entre ellos, que Jesús recibe a los pecadores y se sienta a comer con ellos. Uno hasta podría pensar que Jesús hacía reuniones en su casa para compartir y allí podía llegar todo el mundo que quisiera.
Jesús entonces denuncia a los fariseos con la parábola del hijo pródigo. El hijo menor de un rico propietario pide el dinero a que tiene derecho en herencia y se va a disfrutarlo. Pero lo gasta todo en la mala vida y tiene hasta que alquilarse como cuidador de puercos, que para los judíos debió ser como lo último a que podía llegar un desgraciado.
Entonces, arrepentido, el hijo se puso en camino y volvió a la casa de su padre. El padre siente tanta alegría que monta una fiesta para celebrar el retorno del hijo. En eso llega el hijo mayor, que siempre fue bueno, siempre se portó bien y siempre fue responsable y se encuentra con la algarabía de la fiesta. Indignado, le cuestiona al padre. ¿Cómo es posible que celebre al hijo irresponsable y despilfarrador y nunca se acuerde de él, que es el que le ha sido fiel siempre?
El padre entonces regaña al hijo mayor y le dice que es un egoísta (en otras palabras), ya que no ve el motivo de alegría que es el que haya vuelto el hermano. Es como si hubiera estado muerto y ahora ha resucitado; como si hubiese estado perdido, y ahora lo encontraron por fin.


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En las postrimerías del siglo 19 Federico Nietzsche se hizo eco del filósofo alemán Arturo Schopenhauer y denunció, igual que Carlos Marx, el engaño de la religión. Ciertamente, la hostilidad a la religión estaba en el ambiente. Se entiende, al tomar en cuenta el contexto histórico. La religiosidad fue uno de los grandes obstáculos a la ciencia y la industria a lo largo del siglo 19. Esto, no sólo por la resistencia de los campesinos y la gente humilde a los nuevos descubrimientos y sus implicaciones, sino por el poder político de las religiones establecidas, lo mismo católica, protestante, ortodoxa, judía. 
Las religiones establecidas iban aliadas con los elementos y las fuerzas más conservadoras y retrógradas, y así apoyaban y propagaban una mentalidad de aristócratas. Esto se dio lo mismo en la jerarquía católica, como en la jerarquía de las iglesias protestantes. Los sacerdotes y reverendos vivían como ricos y eran considerados funcionarios de gobierno y como tales, recibían sueldos del estado en unos cuantos países. Uno de los factores de la resistencia contra “el laicismo” en el gobierno (como en el caso de la unificación de Italia) fue la pérdida de los sueldos y del apoyo económico de los clérigos en los estados papales. Antes sucedió en los reinos y ducados en la Italia dividida.
Pero los pobres en los campos y en los arrabales no veían la vida regalada de los reverendos como algo indignante. Sobre todo si hubo siempre misioneros y misioneras, enfermeros y monjas que dieron asistencia social de todo tipo.
“La religión es el opio de los pueblos,” dijo Marx, quién sabe si en un momento de desespero. Bueno, esa era la realidad. Antes que él ya Napoleón fue más lúcido y entendió que a enemigos como la iglesia institucional, hay que tenerlos del lado de uno. Muchos que intentaron “liberar” a los pobres, no se percataron de esto y perdieron respaldo popular al momento de atacar la religión. 
Pero claro, uno de los instrumentos psicológicos de los revolucionarios es la línea dura y el soborno intelectual a los liberales. Hay que estar o no estar, sin medias tintas. O se es patriota, o no. Si se reconocen los grises de la teoría, las medias tintas, eso es comenzar a resbalar, en las ideas y en la acción. Y uno no termina de resbalar hasta que se da contra el piso, es decir, se destroza. Conclusión: no debe haber tregua con la religión. 
Uno de los errores grandes de Hitler (y cometió unos cuantos) fue la persecución a muerte contra los judíos. Y es que esto del odio a los judíos ya venía desde antes. 
Aquí volvemos a Schopenhauer que sabía frasear sus prejuicios sin darse cuenta de que fuesen prejuicios. “La mujeres son seres de cabellos largos e ideas cortas,” dijo una vez en una velada social en que las mujeres presentes le rieron la gracia. Y es que él parece que era muy simpático y atractivo y sabía seducir. Y ni se enteraba de sus prejuicios, como todos nosotros.
Siguiendo la estela de Schopenhauer, Nietzsche entonces denunció la envidia y el espíritu de venganza característico de los judíos, que con el cristianismo se propagó bajo la predicación de la humildad y la pobreza como virtudes. 
Más de un cristiano prestó oídos sordos a esta denuncia. ¿El cristianismo promueve el espíritu pusilánime, glorifica a los cobardes y a los mezquinos y por eso es tan simpático a los pobres y a los que atacan la ciencia y la época moderna? No, dirán estos de oídos sordos, tan sordos como los de los comisarios soviéticos que denunciaron la acción contrarrevolucionaria de unos campesinos, por haber habido malas cosechas.


En este punto empatamos con el evangelio de hoy. El hermano mayor, molesto al ver que a su hermano menor lo tratan muy bien después que se portó como un canalla, protesta indignado, con espíritu de envidia y sed de venganza. 
Detengámonos ahí. Vuelva el lector a repasar el párrafo anterior.
Eso de criticar y reprobar al hermano bueno sorprende. Sorprendió a los fariseos.
Es que uno no escucha lo que le dicen, cuando contradice lo que uno piensa. O cuando contradice las fórmulas que le han convencido a uno. Esa también es la dificultad con los que atacan el demonio del capitalismo y la tecnología y la época moderna. Hay que estar atentos a no caer en esto y estar en vela, revisando nuestros presupuestos. Para eso está la cuaresma.
A menudo lo que descubre la ciencia contradice el sentido común. En otros tiempos la gente se burlaba. Hoy, cuando no se pueden burlar, la prensa entonces trivializa lo que descubre la ciencia para domesticarlo. De la misma manera la prensa católica trivializa en ocasiones las denuncias a la iglesia institucional.
Se da el caso, por ejemplo, desafortunadamente tan frecuente, del ministro que truena contra los que se dejan llevar por “sus bajas pasiones”. Luego, resulta que esa vehemencia esconde un deseo desenfrenado propio, de poder dejarse arrastrar por el placer de esas pasiones. Pero como no puede, entonces arremete contra los que pueden. Es como si el feo declarara pecadores a todos los lindos, pero es que tiene envidia de los lindos. 
Qué placer mayor para un campesino o uno nacido en la pobreza del arrabal, que poder subirse al púlpito para regañar y despotricar contra las banalidades y las vulgaridades de los ricos. Ese es el espíritu de envidia y de venganza. 
A lo largo del siglo 20 la literatura, bajo muchas formas, ha denunciado la envidia y el espíritu de venganza que parece consustancial con el cristianismo. Pero cuando hemos visto esto denunciado en los medios, en el cine, la TV, la literatura, no le prestamos credibilidad, en lo absoluto.
Hablamos, por ejemplo, de una “leyenda negra” imaginada contra los españoles y los católicos. Pero no se nos ocurre que haya una “leyenda negra” imaginada por los católicos contra los “laicistas”.
Todavía están los que se resisten a admitir que hubo tantos niños — y niñas — que fueron víctimas de sacerdotes sexualmente enfermos. En vez de indignarse por la conducta de esos sacerdotes, denunciaron el ansia de dinero que podía llevar a algunos a decirse víctimas falsamente, y hasta hablaron de la Iglesia mártir, siempre atacada por sus enemigos, como el predicador de cuaresma del papa de unos años atrás,.
Si un sacerdote loco causa estragos en una parroquia, él no es culpable, pero sí son culpables los supervisores y los obispos que lo dejaron ahí sin importar las consecuencias. Y se ha sabido que la conspiración de silencio llegó hasta el Vaticano.




Uno puede preguntarse, ¿No es cierto que fue una injusticia? El hermano bueno no hacía más que trabajar y trabajar y portarse bien y su padre tan siquiera lo reconocía, tan siquiera le daba una res para que hiciera una fiestecita con sus amigos. Y ahora este canalla, este hermano que se había dado la buena vida y había despilfarrado una buena cantidad de dinero en fiestas y francachelas, ahora venía a decir que estaba arrepentido y ahí el padre le montaba un festín.
Así era como pensaban los fariseos. Jesús los denunció. 
El reino de los cielos no es asunto de cosas que uno hace para agradar a Dios. No es asunto de sacrificios, ni de cumplir y ser una persona que cumple con sus obligaciones. El reino de los cielos no es asunto de obligaciones. 
El reino de los cielos es asunto de actitudes. 
La actitud del hijo pródigo que volvió a la casa le alegró el corazón al padre. No así la actitud del hijo “bueno”, por bueno que fuese.
Alguien que se siente bueno y a nombre de eso se siente justificado en denunciar o hasta perseguir a los que no son “buenos”, ese no es un buen cristiano. 



Se nos dice que la parábola de hoy en realidad tuvo la intención de enfocar en el padre, no tanto en los hijos. Por eso no debería llamarse parábola “del hijo pródigo”, sino parábola “del padre misericordioso”.
La parábola está encaminada a enseñarnos a Dios, que hace llover sobre justos e injustos y se alegra más por un pecador arrepentido, que por cien justos que no tienen necesidad de arrepentirse. 
Hoy día, en el Caribe, podríamos adaptar la parábola. El hijo pródigo es el insensato que se puso a nadar lejos de la orilla y después se vio  arrastrado por la corriente lejos de la playa. Y nosotros desde tierra firme sufrimos al verlo y nos da una gran alegría cuando vemos que el mismo mar lo devuelve a la playa. 
Qué tiene que ver si nosotros nunca nos alejamos de la playa. Qué tiene que ver que él haya braceado a más no poder contra la corriente. Qué tiene que ver el hecho que fue un imprudente, irresponsable.
Dios se alegra; nosotros nos alegramos.


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