Como el pueblo judío en el desierto, sabemos que caminamos hacia la Tierra Prometida, la Jerusalén celeste (como en la procesión del Domingo de Ramos).
El camino, la ruta, no se ve. No lo vemos, de inmediato.
No sabemos lo que traerá este día, ni lo que sucederá pasado mañana. No tenemos idea del rumbo que llevamos, hacia dónde vamos, más allá del horizonte al frente.
Entre tanto, el camino es duro. O, puede ser duro. Hay días buenos y hay días malos; hay días menos buenos y otros, menos malos.
El camino está lleno de peligros. En un abrir y cerrar de ojos puede haber un vuelco que lo cambia todo. Uno va caminando por la calle y un carretón lo tumba, zas, quedó uno en silla de ruedas. Igual, se tropieza con un policía, entra en un altercado bobo, termina uno en la cárcel por agresión contra la autoridad.
Los pobres son los que más sufren esto. Ellos son los que sienten que su vida va sin control, ni posibilidad de llegar a poder controlar lo que va a suceder. Y por la mañana quién sabe si podrán comer algo durante el día.
Los pobres entienden muy bien lo que es ser un inocente que sufre.
Por eso los agobiados encuentran su consuelo en la contemplación de la Pasión.
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Hay que ser conformes, pero no pusilánimes, eso sí. Ser cristiano no es ser un pobrete de carácter. Ser cristiano no quiere decir pusilanimidad, cobardía, miedo a vivir.
“A Dios rogando y con el mazo dando.”
“Dios dice, ‘Ayúdate, que yo te ayudaré’.”
Si no se puede recuperar lo perdido, se perderá el tiempo también con lamentarse.
A lo hecho, pecho.
Lo que no podemos remediar, debemos olvidar.
Somos esclavos del pasado; pero dueños del futuro.
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Nuestra vida es como la del pueblo judío en el desierto. Vamos sin conocer la ruta. No sabemos si llevamos algún rumbo.
Eso da incertidumbre. Pero ahí está nuestra fe en Dios, que, aunque no lo veamos, él está ahí pendiente a nuestros pasos y que nos está guiando con señales y a veces con prodigios. Eso no quita, sin embargo, no saber qué pasará.
No hay manera de evitar esta situación. Así es como son las cosas.
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Entonces, están lo que están fuera de ese horizonte, que han saltado a otra perspectiva, o nacieron dentro de otra perspectiva. No es que haya una sola alternativa a la visión cristiana, porque hay unas cuantas más.
Por lo pronto, en nuestra América hispana podemos hablar de los que tienen una vida más cómoda, en términos económicos. No tienen que ser ricos, baste que tengan su día de mañana asegurado, su ruta asegurada, con algún empleo seguro, fijo. Hasta pueden tener un presupuesto y un programa de gastos. Tienen idea de dónde vendrá el próximo dólar.
Y, claro, pobre es el que no sabe si encontrará para comer este día, o mañana, o pasado mañana. Por eso el pueblo hebreo deseaba volver a la seguridad de Egipto. No sabía cómo orientarse si no veía una ruta en el desierto. No sabía qué comer, ni encontraba agua.
El pobre entiende bien los salmos y los lamentos de Semana Santa.
Ese no es el caso del que ya está una ruta segura como los que tienen su profesión, su empleo, su herencia de familia. A medida que un país progresa en su industria, su comercio y su economía, va desapareciendo la situación del pobre que justifica los histrionismos de Semana Santa.
Cierto, en nuestra América hispana falta todavía que esto se dé. Pero sí ya está presente entre los acomodados, los de clase social privilegiada. Y entre los hijos de esos acomodados.
En la ecuación entran los medios de comunicación: las revistas, los libros, el cine, la TV, los anuncios de TV. Para mí que los anuncios de TV tienen peso en esto. Ahí, los modelos de la juventud.
Hay que ver desde adentro, no desde afuera. No basta con juzgar desde afuera.
Hay que encarnarse, entrar en el asunto desde adentro.
Qué tal la producción de medios cristianos, pero dentro del contexto de los medios como están. El mensaje cristiano no se da revestido de los símbolos medievales, cuando de los medios se trata. Es como la política. No hay una política cristiana. Hay cristianos en la política.
No hay un mundo divino. Dios está en el mundo.
Dios está en las luces y en las sombras.
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En Puerto Rico, Semana Santa es un fin de semana largo, equivalente al de Thanksgiving en noviembre. Las playas se llenan y los paradores y albergues se llenan y los restaurantes y lugares de comida se benefician en grande.
Esto no es algo que se da ahora. Ya en la década de 1960 las Justas intercolegiales (ahora Justas universitarias) se celebraban el Domingo de Ramos, por tradición. Las competencias deportivas de las justas siempre fueron motivo de celebración y bebelata para los estudiantes, especie de Spring Break local. No escuché queja de esto. Entonces, por la razón que fuese, se trasladó a otro fin de semana.
No necesariamente hay que decir que está mal, eso de irse de vacaciones en Semana Santa, costumbre de países nórdicos.
Después del Concilio Vaticano Segundo vemos el asunto de otro modo.
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Uno puede ver cómo se da eso.
Están los que no se sienten atrapados por la vida. Sí, la vida les tiene pillados, también están en el desierto, pero sienten que tienen una idea de cómo echar adelante. Quizás tienen los medios para no sentir pánico: saben que mañana podrán comer y vestir y tirar adelante. Puede que entiendan que ser cristianos equivale a ser personas de buena voluntad. Pero si fuese necesario, eso es una idea bonita y hay que vivir con la realidad.
Es como decir que lo mejor sería que uno no tuviese que respirar el aire contaminado. Pero el aire ya está contaminado, como decía un autor. ¿Cómo se puede evitar respirar el humo del cigarrillo encerrados en un bar? Para los efectos estamos encerrados en la tierra.
Algunos pueden sentirse con la obligación de ser honestos como cristianos. Y del resto, Semana Santa es asunto de folclor.
Para los que ya no son pobres, Semana Santa ya perdió su sentido, excepto para los que se aferran, no sé, quizás a la nostalgia. No quiero decir que es cosa de gente con un grave sentimiento de culpa.
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Podemos, a la vez, estar alertas a los signos de los tiempos y a las señales y prodigios de Dios en nuestro camino.
Esta manera de ver el asunto puede ser el modo para evangelizar a los que andan errantes y sienten que no pueden controlar su camino. No son sólo los pobres, los que están así. También los de clase acomodada tienen que tomar decisiones forzadas a pesar de sí mismos. No ven la ruta y entre tanto tienen que sobrevivir.
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Están los que sienten la ausencia de Dios.
Jesús, en cuanto humano, la sintió. ¿Donde estaba Dios?
Jesús, humano: en el arresto, el maltrato con los azotes, los escupitajos, las burlas, la insolencia, la corona de espinas, el cargar la cruz; luego, la crucifixión y, todo el tiempo, todos mirando a su alrededor.
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