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Segundo domingo de Pascua, Ciclo C






Con este domingo celebramos la octava de Pascua. Los bautizados vuelven a desfilar en un sitio de honor con la comunidad y todos compartimos la alegría de los iniciados al camino del Señor. Este domingo es como el modelo de los otros domingos, un volver a recordar y revivir el misterio pascual. “Sus heridas nos han curado,” dice San Pedro en su primera carta, capítulo 2:24.
En otra época se cantaban salmos y una antífona o refrán repetido al comenzar la celebración, que correspondía a los cantos de la procesión de entrada según surgiera entre los primeros cristianos. Hacer marchas y procesiones era una costumbre muy romana.
Para este domingo la antífona era una cita de la epístola primera de San Pedro 2:2, “Como niños recién nacidos apeteced la leche espiritual”. “Quasimodo geniti infantes,” se cantaba en latín, por lo que este domingo se conocía como “domingo de Quasimodo”. De ahí también, el nombre del personaje del Jorobado de Nuestra Señora que muchos conocerán por la versión de Disney.

La primera lectura para este domingo segundo del tiempo de Pascua en el ciclo C, es de Hechos de los apóstoles 5:12-16. Aquí Pedro aparece cumpliendo el mismo ministerio de Jesús, con señales que anuncian el Reino de Dios que ya está aquí. La gente viene a un punto particular en el templo de Jerusalén y traen a sus enfermos y poseídos de malos espíritus. Pedro llega y muchos son curados. Dice que algunos se curan con que tan sólo la sombra de Pedro caiga sobre ellos cuando él pase.
Entre tanto, nos dice, continuamente crece el número de los creyentes, a pesar del peligro y la amenaza de represalias. En cualquier momento podían ser arrestados igual que sucedió con Jesús.
El texto alude a los primerísimos momentos del cristianismo, cuando todavía no había caído Jerusalén y el templo fuese destruido por los romanos.

Los versículos del salmo responsorial están tomados del salmo 177. La piedra que desecharon los arquitectos ahora resulta ser la piedra angular, la piedra sin la cual todo se cae. Y esa roca de salvación es Cristo, prefigurado en este salmo. La misericordia de Dios es eterna, es firme, por eso nos alegramos. Bendito sea Dios que actúa de esta manera.

La segunda lectura da comienzo a la lectura continua del libro de la Revelación, o Apocalipsis de San Juan, capítulo 1. En los primeros versículos San Juan dice que, estando en el destierro, en la isla de Patmos, cayó en éxtasis y tuvo una visión o revelación, que es lo que narrará en detalle a continuación. 
Dice Juan que escuchó una voz que le dijo que escribiera en un libro todo lo que viera y lo enviara a las siete iglesias de Asia Menor. Al volverse, vio a un hombre vestido de una larga túnica. “Soy el primero y el último, soy el que vive,” le dijo esta figura; “Estaba muerto y ya ves, ahora vivo por los siglos de los siglos.”
Llama la atención que Juan no dijera que reconoció a Jesús en esa figura. Es posible que se trata de un ejemplo del tipo de género literario que usa el autor. Es una manera de hablar que recurre a los símbolos y nunca dice las cosas de manera directa. 
En vez de decir, “Se salvará”, en el género literario apocalíptico se prefiere decir, “Alcanzará el premio”, “Llevará la señal del triunfo en la frente”, o cosa parecida. En vez de decir “el Presidente”, dirá, “El que está sentado en la silla del poder”. Y, claro, luego de par de miles de años eso de que alguien está sentado en la silla del poder podría ser cualquiera, desde mi papá hasta el alcalde del pueblo, hasta el presidente de la China. Así es como algunos creen encontrar anuncios de lo que pasa hoy día en los capítulos del Apocalipsis.
Pero en este domingo y en los domingos del ciclo litúrgico de Pascua, leemos este libro en términos de la visión de la Tierra Prometida, la Jerusalén celeste, el triunfo de Cristo y los cristianos con él. Somos parte de la gran multitud de los redimidos y santificados por el cordero sin mancha.

La tercera lectura es del evangelio según San Juan 20:19–31. El evangelio de hoy es el mismo que se lee en los otros ciclos litúrgicos A y B. 
Hay un número de relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos después de la resurrección y el evangelio de hoy corresponde a una de esas narraciones. Como cualquier relato que va de boca en boca, no siempre hay armonía entre las versiones. Al contrario, como saben los abogados, cuando dos testigos dicen exactamente lo mismo, ello refleja que se han puesto de acuerdo entre sí.
En la lectura llama la atención la figura de Tomás, el que dudaba. “Ver para creer,” diría él. Pero hay otros elementos que llaman la atención.
Caravaggio, Santo Tomás
El primer día de la semana están los discípulos encerrados por miedo a las autoridades. Su líder, Jesús, fue crucificado, y ellos naturalmente se sentían desorientados y temerosos. El primer día de la semana es el domingo. Pareciera que los discípulos no se han enterado de lo que vino a decir María Magdalena. Quizás la narración del testimonio de la Magdalena corrió aparte de lo que se contó en este otro grupo. 
“Y en esto entró Jesús,” dice el evangelio. No necesariamente Jesús pasaría a través de la pared. “Entrar” normalmente significa que alguien llega por la puerta. 
Jesús se pone en medio de ellos y, de nuevo no es que apareció en medio de ellos así, de repente. Alguien puede entrar y moverse hacia el centro de la sala, a la vista de todos. Y puede que aun no le reconocían, hasta que les enseñó las señales de los clavos.
Así, Jesús se mueve al medio de la sala y les saluda, “Paz a vosotros”. Este será el saludo pascual por antonomasia. Es otro de los temas para la predicación de este día. La paz de Dios que anuncia Jesús es algo especial. Es la paz de la conciliación. No es simplemente una ausencia de conflictos.
A continuación, Jesús les encomienda la misma misión que él recibió del Padre. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo,” les dice. Entonces exhala su aliento sobre los discípulos y les dice, “Recibid el Espíritu Santo”. 
Aquí encontramos el bautizo del Espíritu, que aparece con más fuerza que el bautizo con agua en los evangelios y el libro de Hechos de los apóstoles. Y también vemos aquí un primer pentecostés auténtico, porque la forma de ver el Espíritu en las Escrituras fue más como soplo y viento. El lector puede hacer la búsqueda sobre este tema en particular con los recursos excelentes de la Internet. 
¿Cuál fue el verdadero Pentecostés? Mejor es pensar que hubo un número de pentecostés entre los primeros discípulos y los primeros cristianos.
Y luego de exhalar el Espíritu Santo sobre los presentes Jesús los manda a perdonar los pecados. ¿No los envió a anunciar la Buena Nueva? ¿Qué pasó con la predicación del Reino de los cielos? 
Quién sabe con qué sentido se entendió esta encomienda de Jesús. 
De inmediato la atención del texto del evangelio pasa a Tomás Dídimo, Tomás el Mellizo. Tomás dudó hasta que se encontró frente a frente con el Jesús resucitado.

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En el 70 A.D. (“Anno Domini”, “Año del Señor”, “Después de Cristo”) los romanos pusieron sitio a Jerusalén y la conquistaron y destruyeron el templo. Los judíos se fueron a la Diáspora o Dispersión hasta el día de hoy. Igual que los latinos en Estados Unidos, formaron comunidades a través del imperio romano. 
Con los judíos que salieron a la Dispersión también estaban los cristianos, que originalmente eran una secta judía. Pero ya desde antes, desde los comienzos habían judíos “helenistas”entre aquellos cristianos. Algunos helenistas, pienso yo, podían ser judíos y otros no judíos. El cristianismo así se fue abriendo paso a través de aquellas comunidades de la Dispersión y por eso el modelo original de sus reuniones fue el de la sinagoga, aunque fueran domésticas.

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Volviendo al tema de este domingo de la octava de Pascua: luego de la celebración del Domingo de Pascua como tal, cada uno volvió a sus asuntos durante la semana, tanto en época de los primeros cristianos, como hoy. Nos volvemos a ver una semana más tarde y volvemos a celebrar por la alegría de estar en el grupo de los iniciados junto a los neófitos, los recién bautizados del domingo anterior.
Así se entiende aquel canto antifonal cantando el estribillo, “Como niños recién nacidos”. El bautismo es nuestra incorporación al misterio pascual. Así es que pasamos al Camino, la Verdad, la Vida. Ahora somos del grupo de los que están “en camino”.
Este domingo volvemos a festejar a los neófitos en el octavo día de su vida nueva. Nos festejamos a nosotros mismos también.
Y es que el bautismo apunta a nuestro propio paso de nuestra vida pasada, a la vida nueva, la vida de los que se han dado con Cristo, han sido tocados por Cristo. Apunta al paso entre las aguas del Mar Rojo: atrás, Egipto, es decir, la vida pasada. Al frente, el desierto, el camino a la Tierra Prometida. Adelante, Cristo, el Camino. Esta es nuestra alegría. La meta está asegurada, llegaremos.

Entonces, el bautismo no es un ritual de magia. La visión supersticiosa del bautismo fue algo que surgió en la Edad Media. A esto se le añadió la visión legalista en los tiempos modernos. Bautizarse llegó a entenderse como la manera de cumplir con un requisito. Bajo unas condiciones legalmente establecidas, la persona tendría derecho a ir al cielo. Sin ese aval, no podría entrar en el cielo, se quedaría en el limbo a lo sumo. 
Se terminó pensando como los fariseos. Tener una relación con Dios equivaldría al cumplimiento de unos requisitos. 
Y sin querer se pensó como los paganos supersticiosos. “Dios entre nosotros” equivaldría a unos elementos materiales y unas palabras de la persona autorizada junto a unos gestos específicos que producirían el milagro. Era cosa de magos y hechiceros.
Pero eso no aparece a los orígenes del cristianismo. No lo encontramos en los evangelios, ni en el Nuevo Testamento. Jesús no aparece predicando, como lo hizo Juan Bautista, de que hay que bautizarse. Esa preocupación por el bautismo tampoco la encontramos en Hechos de los Apóstoles, ni en las epístolas de San Pablo. Lo que sí aparece es el tema de la fe, como fe en Jesús. 

El bautismo no se puede disociar, separar, divorciar, de lo fundamental, la fe en Jesús. “Fe en Jesús” quiere decir encuentro personal con Jesús, reconocimiento de Jesús como el que nos lleva de la mano a través de la experiencia de muerte (abandono de la vida pasada, conversión) y resurrección (comienzo de una vida nueva). El bautismo está asociado a esta experiencia.
En la iglesia primitiva tampoco encontramos el bautismo como un asunto personal. el bautismo tampoco puede disociarse, separarse, de su dimensión comunitaria. Si conjugamos el párrafo anterior con el carácter comunitario del bautismo podemos verlo entonces como “rito de iniciación”. Atrás queda la idea de que fuese un requisito o un ritual de tipo mágico para limpiar el alma, cosa que no aparece en el Nuevo Testamento.

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Lo anterior trae a la mente el tema del bautismo de los recién nacidos. 
Al visualizar el bautismo como resultado del encuentro con Dios y la admisión o iniciación a la fraternidad de los “santos”, el bautismo de infantes ya no se ve de la misma manera. 
Así fue que surgieron los anabaptistas en la historia del cristianismo, los que sólo creían en el bautismo de adultos. Conocemos a sus descendientes como calvinistas, puritanos, “bautistas”. Puedo equivocarme, los estudiosos pueden corregirme.
Pero la historia de los anabaptistas y los calvinistas y los puritanos refleja lo que pasa entre los humanos cuando hay ideas en conflicto. No es asunto sólo de ideas. También hay emociones, e intereses materiales. Y surgen también los desajustados mentales, que a veces logran imponerse a base de agresividad desvergonzada, “jaquetonerías”, insolencias, como pasó con Hitler. Así se dieron las guerras de religión, tan terribles como las guerras mundiales del siglo 20, en Europa y África. 
 Cuando uno ve al que piensa de otra manera como “el asqueroso equivocado”, ni modo. Uno nunca va a pensar que pueda tener el menor elemento de razón. Los puritanos ingleses se consideraron perdidos cuando se restauró la iglesia anglicana (episcopal para nosotros) y muchos huyeron a buscar libertad religiosa en Massachussetts, los Peregrinos. Claro, libertad religiosa para ellos, no para que llegaran otra vez los asquerosos “papistas” a socavarles. El desarrollo del concepto de libertad religiosa en los Estados Unidos es interesante. 
Pero aquí interesa el punto: los católicos de los últimos 500 años no pudieron ver lo que por fin vemos mientras pensaron que los bautistas y los calvinistas estaban muy confundidos, a la vez que ellos pensaban lo mismo de los católicos. 
Pasaba lo que con los comunistas rusos. No podían imaginarse que las cosas fueran de otro modo al que les habían enseñado. Está el caso de una película de propaganda soviética sobre la pobreza entre los negros de Harlem, Nueva York. Cuando la mostraron en Moscú todos se maravillaron, porque no veían pobreza, sino bienestar, en comparación con las condiciones en Rusia. Entre los cristianos de diversas persuasiones ha pasado algo parecido.
Gracias a la televisión y el cine, como en el ejemplo de los apartamentos de Harlem, cada “secta” puede ver cómo se ve el mundo desde el otro lado. He escuchado a católicos sorprendidos por la profundidad de los sermones de los reverendos por la TV, igual que a protestantes sorprendidos por el sentido evangélico de otros sermones de curas católicos. 
Tuvo que darse el testimonio de los estudiosos de la biblia y la historia del cristianismo para que algunos católicos empezaran a abrir los ojos. No necesariamente ese ha sido el caso del lado protestante, al menos en nuestro mundo hispano, me parece. Es que he oído la queja, “Yo quiero dialogar, pero ellos no quieren”.
Me sucedió a mi mismo, hace años, es verdad. Me invitaron a una iglesia bautista a dar una charla. Pero resultó que era una trampa. Cuando terminé el pastor comenzó a explicar cómo yo estaba equivocado, sin darme oportunidad a intervenir. Así no se puede. Pero la solución no está en terminar con los esfuerzos en pro del ecumenismo. No es que promover el ecumenismo sea “hacerle el juego al enemigo”.

Entre tanto, la realidad cambia continuamente, y nosotros también cambiamos. No nos parece que cambia, porque el cambio es lento, muy lento. Uno no ve el polvo que cae dentro del carro y pasa mucho tiempo antes de darse cuenta. Pasa lo mismo con el moho, que está trabajando sobre el metal constantemente. Pero uno lo viene a ver cuando ha pasado el tiempo. 
En ese contexto se entiende el lema, “La iglesia siempre tiene necesidad de revisarse”, o de reformarse. Pasa como con el calentamiento global. 

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Su Santidad Juan Pablo 2° comenzó la tradición de dedicar este domingo al misterio de la Divina Misericordia. Desafortunadamente esto ha causado un desenfoque sobre el sentido pascual de este octavo día del tiempo litúrgico de Pascua.

La devoción al Jesús de la Divina Misericordia se ha popularizado entre los fieles por todo el mundo. Como la devoción al Sagrado Corazón, esta devoción también puede ser de mucho beneficio pastoral para la iglesia institucional, entendiendo la pastoral como cálculo de la efectividad de los métodos de la predicación, cuando la predicación también se entiende como una forma de apologética. 
Ya desde su primera visita a México en 1979 el papa Juan Pablo 2° dejó claro su propósito de fomentar las devociones populares. Sería una manera más de atraer fieles a la iglesia. Ha sido como un repetir el programa de la Contrarreforma: el arte y las devociones populares al servicio de retener fieles dentro del rebaño.

Las devociones (al Santo Cristo de los milagros, la Virgen de la Soledad, el Sagrado Corazón) son expresiones meritorias de la fe cristiana, igual que el rezo del rosario y las novenas. En tiempos en que la liturgia era en latín, las devociones ocupaban un lugar importante en la vida del cristiano.
Luego del progreso de los estudios bíblicos y nuestros conocimientos sobre la historia del cristianismo primitivo y sobre todo las reformas litúrgicas del siglo 20, las devociones se colocan en un plano subordinado al calendario litúrgico. Ninguna devoción debe suplantar las solemnidades de la celebración del misterio pascual durante el año. Por eso los domingos ordinarios revisten categoría de solemnidad.
En ese sentido es que podemos decir que es hora de iniciar, sembrar, nuevas tradiciones. Es hora de comenzar a organizar devociones con sentido litúrgico y comunitario. 
Recordemos que el tiempo pascual dura seis semanas, en un díptico con las seis semanas de la cuaresma. El año pasado presenté sugerencias para actividades durante el tiempo pascual – Parte 1, Parte 2

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Las devociones tradicionales son muy efectivas entre los campesinos y los que tienen una fe sencilla como ellos. Cuando uno siente que no puede controlar lo que pasa, tiene que recurrir a alguna ayuda. Esta no es la única explicación, pero nos ayuda a visualizar el hecho del abandono de las iglesias a medida que llega la industrialización, el comercio, la educación y los conocimientos, los periódicos, el cine, la televisión, y así sucesivamente.

Ante el reto de la modernidad, la iglesia se replegó en sí misma (hubo varias razones) y buscó fortalecerse en la reafirmación de sí misma en términos de sus enseñanzas y prácticas tradicionales. Es lo que también han hecho grupos de protestantes fundamentalistas en los Estados Unidos. Para algunos el tema del aborto es más importante que el tema del amor al prójimo. Son los mismos que a la mención de Darwin reaccionan como si mencionaran al diablo y no soportan que alguien cuestione la veracidad histórica de Adán y Eva en el paraíso. En el campo católico están los que tampoco soportan que alguien se niegue a la adoración del Santísimo.
Con el Concilio Vaticano Segundo se demostró que, al recuperar la autenticidad del cristianismo mediante la vuelta a las fuentes históricas y a la lectura crítica de los textos antiguos, también se logra una expresión de nuestra fe más afín con la experiencia de los modernos. 
Jesús en los evangelios repudió la interpretación literal de las Escrituras y favoreció las interpretaciones alusivas, alegóricas. Lo mismo hicieron los discípulos. Y la obsesión con el Santísimo no surgió hasta que pasaran más de mil años después de Cristo. Es probable que surgió relativo a una polémica, cuando ya se había perdido el sentido original de las celebraciones litúrgicas. Se desarrolló en el contexto de una mentalidad medieval ajena a la visión original cristiana. 
Es que la vida de la fe no es algo estático. Es como nuestra propia vida. Somos los mismos de cuando éramos infantes, pero no somos los mismos. Y por eso no tiene sentido empeñarse en quedarse en una de nuestras transformaciones. Porque transformarnos no implica ser distintos, aunque seamos diferentes.

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El miedo al infierno no es asunto que le quite el sueño a los modernos y muchos se enfrentan a la muerte sin acordarse de Dios. Es un hecho. Asociar el bautismo al cielo y al infierno deja fríos a los de nuestra época.
Recordemos que nuestra época se ha caracterizado por la inseguridad. Primero, descubrimos que las cosas no son como parecen. La tierra no es plana y no se está quieta. El sol, que parece moverse de un lado a otro del cielo, en realidad no se mueve. Los catarros, que parecían resultar de mojarse o coger frío, ahora sabemos que son causados por los virus. 
Luego, nuestro mundo es de los comerciantes. Los vendedores, sabemos, nunca te dicen el precio real de la mercancía y siempre buscan engañarte. Y si parece ser el precio justo, nunca se sabe la condición en que esté la mercancía. Más de uno encontró arena debajo de los granos en los sacos. Peor, los vendedores nos llevan a comprar cosas que no necesitamos. Halagan nuestra vanidad, como el que se hizo millonario en California vendiendo “piedras mascotas” (pet rocks) y luego vendía los accesorios para la piedra, como collares, cajitas para guardarlas, paja para acomodarlas en la cajita, etc.
Vivir en nuestro mundo es aprender a vivir con la inseguridad y los engaños. ¿La religión es un engaño? Es posible. 
Hoy no tiene sentido presentar la religión como un asunto de verdad/mentira.
La religión tampoco puede verse como una poción mágica para los problemas.
Es que los primeros cristianos tampoco vieron el asunto de esa manera.


Papa Francisco 1° proclamó el Año de la misericordia. Pero no se refirió a la Divina Misericordia, sino a lo que debe inspirar a un cristiano, a ser misericordioso. 
Ser misericordioso significa: el odio no cabe en el corazón de un cristiano. No hay odio en el corazón de Dios. Dios hace llover sobre justos y pecadores. Dios ama a los pecadores. Dios ama a los malos. ¿Qué hay de extraño en eso? 
Comenzar a amar a los malos es comenzar a comprenderlos. Eso no quiere decir que los excusamos, sino que simpatizamos con ellos. Buscamos entenderlos. Tratamos de ver desde su perspectiva. 
Es cierto, como decía Karl Rahner, el teólogo alemán, igual que en algún lugar de los documentos del Concilio Vaticano Segundo: todos sienten la inquietud por el más allá, es decir, el infinito que puede ser Todo y puede ser Nada. En un momento uno deja de pensar en eso, porque se cansa. 
Y Dios admitirá al cielo a muchos que no se bautizaron. Eso no invalida nuestro bautismo, nuestra participación en el misterio pascual.


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