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Domingo 14, Tiempo Ordinario, Ciclo C




Primera Lectura
Isaías 66,10-14. Este pasaje del profeta Isaías es un canto a la ciudad de Jerusalén. Anuncia que vendrán días en que la ciudad será el eje de los tiempos mesiánicos. Los que lloraban ahora estarán alegres, serán consolados. Habrá abundancia de alimentos y bebida. Sobre todo, habrá paz y las riquezas de las naciones llegarán de todas partes. “Vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará,” dice.

Sin ser un estudioso de la Biblia, uno puede conjeturar que se trata de un anuncio en tiempos en que Jerusalén ha sido conquistada por los babilonios y la población en su mayoría se ha dispersado, si no es que han sido llevadas a la esclavitud y al cautiverio. Parecía que Dios se había olvidado de su pueblo, o que los dioses de otros pueblos eran más poderosos que el dios de Abrahán. En esa época el ateísmo no existía.
Isaías aquí anuncia, con el entendido que en realidad se trata de un castigo de Dios por los pecados, que vendrán días maravillosos en que Jerusalén será restaurada y, al contrario, será ella la ciudad reina a la que los otros pueblos le rendirán homenaje y le enviarán sus riquezas. Ella presidirá unos tiempos nuevos en que habrá paz y abundancia.
La línea sobre los huesos que por entonces florecerán como un prado no está clara. Como es de esperarse, los cristianos la han interpretado en términos de la resurrección. Pero poniendo nuestra fe entre paréntesis, el pasaje no es fácil de entender. Podría tomarse al modo con que se puede entender al profeta Ezequiel y la visión del valle de los huesos (Ezequiel 37), en que la resurrección de los huesos que se convierten en pueblo es una representación de la resurrección del pueblo judío que en cierto modo había muerto. Pero tengamos presente que se trata de textos (Ezequiel, Isaías) que pertenecen a diferentes épocas.


Salmo responsorial
Salmo Sal 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20. Como en domingos anteriores el tono del salmo responsorial es uno de aclamación a Dios por sus obras. Invita, igual que en los pasajes de la salmodia en domingos anteriores, invita a todos a la alabanza y adoración de Dios. El salmista está muy contento por todo los favores que Dios realiza. “Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor,” termina.


Segunda Lectura
Gálatas 6,14-18. En la continuación de la lectura de la epístola de San Pablo a los gálatas, también reanudamos el tema del domingo anterior. San Pablo recrimina a los gálatas por todavía estar en una discusión que parece que no termina, sobre si es necesario seguir observando las prescripciones judías. 
Con una impaciencia que parece transparentarse en lo que dice, Pablo les subraya que la salvación no viene por cumplir la ley, ni por hacer ciertas cosas (por las obras), sino por creer, por la fe. 
Si la salvación viniese por un mérito que nosotros lográsemos por nuestro esfuerzo, entonces tendrían razón los fariseos cuando se sienten que son “alguien” por el hecho de ser católicos. Y es que la gloria de lograr la salvación no nos corresponde a nosotros, sino a Dios. En latín hay un dicho, Soli Deo Gloria, “A Dios solamente sea la gloria”. 
Nadie tiene derecho en vanagloriarse, cuando de nuestra santidad se trata. Somos santos, no por nuestros esfuerzos y gestiones, sino por la intervención de Dios. En ese contexto se puede tomar la especie de exclamación exasperada de San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de hoy, “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Es decir, “Mi gloria no está en mis sufrimientos, sino en los sufrimientos (de la cruz) por los que me ha llovido la salvación y la santidad del cielo”. Sólo nos podemos gloriar en la cruz salvadora. Dulce lignum, dulces clavos, se cantaba en el himno del ciclo de Pasión en tiempos pasados. 
“En adelante, que nadie me venga con molestias,” dice San Pablo, y termina, “…la gracia de nuestro Señor Jesucristo está con vuestro espíritu, hermanos. Amén.”
Los dones gratuitos de Dios, “la gracia” de lo alto, está con nuestro espíritu. 
No hay razón para inquietarse.


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Cabe la posibilidad, pienso, de que hasta el ministerio de Pablo el cristianismo fue una secta de judíos entre judíos. En el primer capítulo de Gálatas dice que conoció a Jesucristo por una revelación y que entonces se dedicó a predicar a los gentiles.
En las comunidades judías de la Dispersión (la Diáspora) en todo el Mediterráneo había gentiles conversos al judaísmo. Es posible que esas conversiones se hayan dado a través de los matrimonios y las amistades. Por la razón que haya sido, Pablo se enfocó en ellos.
En el mismo primer capítulo de Gálatas dice que tuvo una revelación y que fue a Jerusalén a consultar con los líderes de la comunidad. Es curioso que no fue a consultar a Pedro solo, sino al conjunto de líderes que también incluía a Santiago y Juan. Allí, en privado, por si acaso le declaraban equivocado, les expuso su parecer sobre el ministerio de los gentiles. Dice que los líderes estuvieron de acuerdo, le autorizaron.
De no ser por Pablo, entonces, el cristianismo no hubiera pasado de ser una secta judía.

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San Pablo dice que no le vengan con majaderías, “porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús,” entre otras cosas. No se puede entender exactamente lo que quiere decir en sentido literal, pero en la tradición se han tomado estas palabras en el sentido de que San Pablo fue marcado por las llagas de Jesús, las stigmata, igual que San Francisco de Asís y otros cristianos de la tradición.
Todos los cristianos somos santos, igual que en una democracia, en que todos somos iguales. No es que unos son más iguales que otros. Como las mujeres encinta, o se está, o no se está. No es que unos son más santos que otros. Nuestra santidad no depende de nosotros mismos. Todos hemos sido traídos a la salvación por la acción del Espíritu, por la voluntad de Dios. Nuestra santidad viene de Dios.
No es que San Pablo era “más mejor” por tener las estigmas. No es que un clérigo, una monja, van a ser más santos que un laico. 
Otra cosa es que cada uno tiene su carisma y su cruz personal. Unos tienen carisma de tocar las campanas y otros, el de predicar; unos, el de adornar la iglesia y otros el de arreglar el sistema eléctrico. Unos tienen carisma de pensar en abstracto y otros, el de organizar y traducir lo que otros piensan; otros, el carisma de organizar marchas y dirigir movimientos y aun otros, el de poder preparar los comunicados de prensa.
De la misma manera que cada cual tiene su carisma, cada cual tiene su cruz. Unos tienen la cruz de la enfermedad y otros, la cruz de estar saludables. Así son las cosas.
Ser rico es no necesitar; ser pobre, es necesitar. Eso no tiene que ver con dinero. 
Ser capaz es poder hacer; ser incapaz es lo contrario. No es asunto de actitud o de psicología del pensamiento, sino de la realidad de la cruz de cada uno. Por eso, estar saludable impone obligaciones que uno no se buscó y la salud también es una cruz.



Tercera Lectura
Lucas 10,1-12.17-20. Continuamos leyendo el evangelio de San Lucas. En los últimos domingos hemos estado viendo su colección de dichos y anécdotas de Jesús en torno al discipulado, lo que reanudamos hoy. Jesús designa setenta y dos de entre sus seguidores y los envía a anunciar el Reino de Dios, “a todos los pueblos (aldeas) donde pensaba ir él”. (¿Serían su “comité de avanzada”?)
Vemos un rosario de dichos que Lucas organizó en secuencia. Exhorta a rogar a Dios para que envíe trabajadores para la cosecha, aunque se supone que le está hablando a un grupo de setenta y dos, que en aquella época era grande. (¿Habrían tantos desempleados en Judea? De seguro se trata de un número simbólico.)
No hay que preocuparse en llevar carteras y bolsos. Se alojarán donde les ofrezcan hospedaje y eso implica que les ofrecerán de comer. Al entrar a una casa dirán, “Paz a esta casa”. De esa manera fue que los discípulos le reconocieron después de la resurrección, cuando entró a donde estaban y les saludó de esa misma manera.
En las aldeas curarán los enfermos y les dirán que el Reino está cerca. Van con ese propósito, parece, para esas dos cosas. En cierto modo eso resume el ministerio mismo de Jesús.
Si en alguna aldea no les reciben, dice, entonces se sacudirán el polvo de las sandalias en señal de… quizás de expresión de frustración, no necesariamente de condena, porque a continuación dice que de todos modos habrán de anunciarles que el Reino de Dios está cerca. A continuación, sí, el texto dice que Jesús asegura que a la llegada del Reino aquella aldea sufrirá más que Sodoma. (Puede ser un texto añadido posteriormente, los expertos nos pueden decir.)
Los setenta y dos vuelven contentos. (¿No se suponía que Jesús seguía detrás de ellos?) Implica que han tenido éxito al curar enfermos y hacer lo mismo que hacía Jesús. Dicen que hasta los demonios se les someten, como ya era el caso con Jesús.
Lo que sigue también parece ser un texto añadido (no aparece en los otros evangelios) o intercalado, en que Jesús habla de Satanás, que lo vio caer del cielo como un rayo (en la forma de un rayo); es un modo de decir que Satanás ya ha sido vencido. Por eso Jesús puede comunicarle a los discípulos poder sobre los demonios. Aquí termina la intercalación.
La lectura de hoy termina con otro dicho de Jesús que cuadra más como respuesta al maravillarse de los discípulos porque expulsaban demonios. Estad alegres más bien, les dice Jesús, “porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.

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Ese final de la lectura de hoy enlaza con la segunda lectura: por nuestra fe en Cristo somos santos, por eso nuestros nombres están inscritos en el cielo. Es decir, ya somos ciudadanos del cielo.

La primera lectura enlaza con el evangelio en cuanto el Reino de Dios ya está entre nosotros.

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Aquí damos un paso atrás y nos fijamos en que Jesús no les dice a los setenta y dos que vayan a decir que el Reino ya está entre nosotros. Los envía a la misma tarea de Juan Bautista, a decir que está cerca el Reino. La diferencia es que con Juan no había signos, lo que para los modernos se llaman milagros. 
Estar enfermo era estar en pecado y en cierto modo estar bajo el dominio de los demonios. Por eso, ser curado era ser liberado de los demonios. Eso a su vez era una señal, un signo, de la llegada del Reino.
En los evangelios hay referencias a los demonios, en plural. En toda la Biblia no hay referencia al diablo como luego se le visualizó en la Edad Media. Pienso que hasta se podría asumir que el diablo fue una creación literaria de la época del Romanticismo. El lector puede investigar esto de que en la Biblia no se habla del diablo como luego lo visualizamos nosotros.
En términos de teología especulativa Dios no puede tener un rival que sea una amenaza y que en ocasiones sea capaz de frustrar sus designios. En el libro de Job la palabra “Satanás” equivale a un ángel de la corte celestial que cumple las funciones de un fiscal acusador, un “abogado del… diablo”. Pero es un ángel de Dios y es Dios mismo quien le da permiso para tener poder sobre la vida de Job. Al momento en que Dios así lo quiere, el ángel pierde su autoridad. 
Si Dios es omnipotente, todopoderoso, no tiene sentido que pueda haber un rival, alguien que le hace la competencia.



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