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Tiempo Ordinario, Ciclo C, Domingo 13




Primera Lectura
1Reyes 19,16b.19-21. El Señor se le aparece al profeta Elías y le instruye que debe nombrar un sucesor, a Eliseo. Elías va a buscar a Eliseo y lo encuentra arando en el campo. Se le pone al lado y le echa encima el manto. Eliseo comprende y pide despedirse de sus padres. Elías consiente; luego Eliseo coge la yunta de bueyes y los ofrece en sacrificio, usando los aperos para hacer el fuego. Luego se va con Elías, poniéndose a sus órdenes. 


Es una sociedad agrícola. Hoy día Eliseo podría haber estado en una diversidad de lugares trabajando en las empresas de sus padres.
Parece que Eliseo era joven y de una familia rica. Era joven, porque pide ir a despedirse de sus padres y no se menciona alguna esposa. Y era hijo de una familia acomodada, por el hecho que dirige doce yuntas de bueyes arando. Quiere decir que era un terreno grande. 
Uno pensaría que no era que personalmente llevara las yuntas. Actuaba como el primer violinista que a la vez dirige la orquesta. De seguro él llevaba una de las yuntas y dirigía a los demás. 
Notamos que el sacrificio de sus dos bueyes, de su yunta, implicó comida para su gente. Ahí vemos cómo los sacrificios se traducían en banquetes, o en picnics en que cada cual tomaba su porción.
Es una sociedad con un sentido del tiempo distinto al nuestro. Debió pasar un lapso, quizás días, en lo que Eliseo fue a despedirse de sus padres, mandó a hacer el sacrificio, dio de comer a su gente y luego finalmente siguió a Elías.
En todo momento Eliseo está disponible para seguir a Elías, no hay reparo. Quizás se consideró honrado por ser escogido. No se habla de la reacción de los padres, pero debió ser positiva. 
Dios se comunica con Elías y el texto no dice que se haya comunicado con Eliseo.



Salmo responsorial
Sal 15,1-2a.5.7-8.9-10.11. Con el primer versículo, junto al salmista invocamos la protección de Dios: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. De esta manera los versículos expresan nuestro total abandono en Dios. Con él a mi derecha no vacilaré, decimos. Porque sabemos que Dios no nos dejará caer, no nos dejará morir, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción
Por lo que dicen estos versículos es que este salmo se cita en distintos días litúrgicos como refiriéndose a la resurrección. En tiempos de Jesús esto no estaba claro, porque los saduceos no creían en la vida más allá de la muerte, mientras que los fariseos sí creían en la resurrección y la vida eterna junto a Dios. Quizás por eso Jesús aparece con frecuencia dialogando con los fariseos en los evangelios, porque tenían unas convicciones en común, aunque tuviesen diferencias sobre otros puntos.  


Segunda Lectura
Gálatas 5,1.13-18. Continuamos leyendo la epístola de San Pablo a los Gálatas. El apóstol invita a los Gálatas a dejar sus apasionadas disputas en torno al asunto de las costumbres judías, si debían o no observarse. El apóstol vuelve a subrayar que por la fe ya no somos esclavos, sino libres, en la libertad que Cristo nos da.
Someterse de nuevo a las exigencias de las tradiciones judías significaba volver a esclavizarse, cuando ya habían sido liberados por la fe en Cristo. Por lo tanto debían regocijarse en la libertad de los hijos de Dios. Ahora bien, dice Pablo, no se trata de una libertad para hacer lo que a uno le venga en gana según el parecer de cada uno. Es una libertad regida por los criterios de la misma fe libertadora. Es una libertad que se traduce, paradójicamente, en la esclavitud del amor al hermano. 
Y es que toda la ley de Moisés se resume en el amarás al prójimo como a ti mismo. Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, miente; dirá San Juan. Por lo tanto, es un contrasentido el que los cristianos se peleen entre sí. Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, dice San Pablo.
Hemos de dejarnos llevar por el Espíritu. Quien ha recibido el don de la fe, ha recibido también el don del Espíritu. Por tanto, el que tiene fe se verá llevado a practicar buenas obras, a practicar el bien hacia el prójimo. Es lo que finalmente ha reconocido el Vaticano en su conciliación con los luteranos, emitida el 31 de octubre de 1999, bajo SS Juan Pablo II: la fe forzosamente lleva a las buenas obras; no a la inversa. Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación.

Dice San Pablo, si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Dígaselo usted a los cientos y miles que murieron en las guerras de religión de los siglos 16-18. Dígaselo a Luis de Molinos, que murió en la cárcel de la Inquisición por defender algo que tiene sentido. Dígaselo a Giordano Bruno, que estaba bien equivocado y lo quemaron en pública ceremonia, pero que humanamente tenía todo el derecho del mundo a equivocarse, igual que los que lo mandaron a quemar.
Es que la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne, dice San Pablo. Esto es, “Amo a todos, soy cristiano, pero debo perseguir a los herejes, aunque crean en el mismo evangelio que yo profeso”.
En un catecismo catalán se enseñaba, “¿Es pecado matar? Sí. ¿Es pecado matar franceses? No”. 
También, “Es indignante que un médico asesine niños en su clínica de abortos. Voy a asesinarlo porque… bueno, eso no está en el evangelio, pero el aborto es un crimen y él es un asesino. Pero matarlo a él no es un asesinato. Es defender a los fetos. ¿La madre no puede matar en defensa propia si el feto amenaza su vida? No, nunca se justifica el aborto. Matar al médico, eso sí, para defender a los fetos”. 

Continúa San Pablo,  hay entre ellos (la carne, el espíritu) un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Es más excitante interpretar esto en términos de sexo. Pero no nos olvidemos de todos esos asesinatos y torturas y barbaridades a nombre de la religión, cuando en realidad eran cosa de la carne en conflicto con el espíritu. 
Termina la lectura de hoy, Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley. San Agustín luego dirá, “Ama y haz lo que quieras”. Un cristiano entusiasmado por la fe ama y por tanto es incapaz de dejarse llevar por las pasiones de la carne como el rencor, la envidia, el deseo desordenado justificado por la ley y la filosofía tomista. El Espíritu actúa en nosotros. 
Cuando vivimos en la libertad del Espíritu se nos da el don de la humildad y no pretenderemos saber más que nadie. Ni tampoco procederemos animados a la violencia. Procederemos animados por la ley del amor.



Tercera Lectura
Lucas 9,51-62. Continuamos leyendo el evangelio de Lucas. Jesús decide que ha llegado el momento de subir a Jerusalén para pasar por la Pasión y Muerte, para luego resucitar y subir al cielo. Se dice “subir a Jerusalén” porque literalmente, la ciudad y sus alrededores está a un nivel elevado.
De camino con sus seguidores pasan por el territorio de Samaría.
En los mapas se nota que este territorio estaba entre Galilea y Jerusalén al sur. La ciudad de Samaría fue la capital del Reino del Norte, o Reino de Israel, que fue invadido por los asirios y sus habitantes deportados al exilio. En tiempos de Jesús sus habitantes, presumo (no soy experto), serían descendientes de los israelitas originales, los pocos que escaparon a la deportación, y de otros que llegaron y se establecieron. No hay que excluir a los descendientes de los canaanitas originales, los que quedaron luego de la invasión original de los hebreos. Sea como fuere, para la época de Jesús los samaritanos no eran judíos. 
Nótese también que en los evangelios se habla de “Galilea de los gentiles”. Si Galilea estaba todavía más al norte que Samaría, entonces podríamos pensar en un ministerio de Jesús entre los judíos de la Dispersión, de la Diáspora. Los diálogos con los fariseos se habrían dado luego de estar en Jerusalén, o en territorio de Judea.
En el evangelio de hoy se señala que entraron a un pueblo de Samaría y que no les recibieron, es decir, no les alojaron. Se ve que Pedro no era el único apóstol impetuoso, porque Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, le proponen a Jesús invocar fuego del cielo sobre aquella aldea. Jesús les regaña.
Ahí vemos un ejemplo de lo que vimos en la segunda lectura. 
El resto de la selección para la tercera lectura de hoy consiste en una serie de dichos de Jesús que Lucas hilvanó (ver mis comentarios a las lecturas del domingo pasado) y que aparecen ubicados en diversos otros lugares en los otros evangelios. En este caso Lucas los pone dentro de un hilo conductor que se asocia a la primera lectura de hoy, el del discípulo que va a seguir al maestro, al profeta.
Uno se le acerca a Jesús y le dice, Te seguiré adonde vayas. Jesús le responde con algo que no tiene que ver; es que se trata de otro dicho de Jesús puesto ahí por Lucas, El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Por contraste, a otro que se le acerca le dice, Sígueme
Uno le dice que le seguirá, pero que debe ir a enterrar a su padre. Deja que los muertos entierren a sus muertos, le contesta Jesús. Es uno de los pasajes difíciles de interpretar para los expertos. Acá, en la homilía, se le puede dar el sentido de entrega total a Jesús, como expresado también en el salmo responsorial; o también, especular si se estaría refiriendo a que los “otros” están espiritualmente muertos.
Se le acerca todavía otro y le dice que quiere ir primero a despedirse de su familia. Jesús le contesta, El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios. De nuevo, el pronunciamiento de Jesús no cuadra con lo que le plantea el que se ofrece para ser su seguidor. La explicación sería que Lucas fue el responsable de hilvanar una anécdota con la otra, de una ocasión en que uno pidió despedirse de su familia antes de irse con él y de otra ocasión en que Jesús dijo que no se puede seguir mirando atrás. 
Hay un contraste con Eliseo, que volvió con su familia y celebró un banquete de despedida. 

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Para los efectos el tema de las lecturas de este domingo es el de la vocación cristiana, que tradicionalmente (al menos en los últimos quinientos años dentro del catolicismo romano) se ha interpretado de manera restrictiva en términos de la vocación religiosa o la vocación al presbiterado. 
Pero se puede interpretar esto en términos de la experiencia de la fe de todos. 

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Hoy día, ¿Hubiera estado Eliseo trabajando en las empresas de sus padres?  Ciertamente en el pasaje de la primera lectura estaba sudando para la empresa, dirigiendo doce yuntas de bueyes. Esto me lleva a reflexionar sobre los gerenciales hoy día.

En una orquesta, tanto el primer violinista, como el director con su batuta, trabajan. La interpretación de una pieza musical no se da sola. Ensaye el lector escuchar un mismo pasaje de música de salsa por diferentes orquestas.
En una versión se enfatiza un ritmo más lento; en otra, un ritmo más rápido. En una, se destacan las trompetas; en otra, los trombones. Y hay versiones pésimas.
Algo parecido pasa con los productos del mercado. El mismo producto puede ser interpretado por diversos fabricantes. Nunca olvido cuando una amiga se compró una cámara de fotos hecha en Alemania, pero en Alemania Oriental, antes de la unificación. Luego resultó la peor de las cámaras. La idea de que fuera alemana fue una equivocación.
Los japoneses descubrieron hace tiempo el secreto, igual que los coreanos. Es la motivación en todos, desde los gerenciales, hasta los conserjes. Es la idea del trabajo en equipo, en que por ejemplo la envidia (siempre la hay) no impide hacer un buen trabajo, porque lo importante es ganar en el terreno de juego, hacer un producto excelente al mejor precio. 
En esa perspectiva el gerencial es tan obrero como el que está limpiando el piso, o el que está apretando tuercas en la línea de ensamblaje. Como en el teatro, no hay papeles secundarios, todos son importantes. En el reparto un actor tiene una sola línea de entrada y salida; puede echar a perder la función si no lo hace bien. Eso mismo sienten el director, el utilero, y así sucesivamente. Para que la función salga bien es necesario que todos estén convencidos de la importancia de su parte en el producto final. Esa es la diferencia entre la calidad y la chapucería.
La cámara alemana tan malograda era un reflejo de la desmoralización de los obreros alemanes bajo el comunismo. Una vez que terminó esa situación, se corrigió el asunto. 
Pero en la cultura hispana ser obrero es humillante y se tolera porque no hay más remedio. Lo mejor es ser “señorito”. Como lo importante es “ser”, lo importante es ser planeta y que los demás sean satélites. La mejor vida es pasarla bien sin trabajar. El trabajo es para los animales, los esclavos, los siervos. Los gerenciales no se ven como parte del grupo de producción.
Quizás por eso el trabajo en equipo es tan difícil para los hispanos. Compárese con los equipos de fútbol. ¿Cómo es que no hay resentimiento contra los gerenciales (lo hay, sí) al punto que sea un obstáculo al desempeño del equipo, digamos, del River Plate, el Deportivo de Cali, el Botafogo de Río? 
Es una generalización, pero la intención es pensar la inepcia económica en nuestra América hispana, que a menudo se despacha con decir que estamos intervenidos por fuerzas extranjeras. No siempre es así, pero en el mundo de las empresas hispanas a menudo no se entiende que en los equipos hay tareas y las tareas se reparten. Ser dirigente es cumplir con una tarea; no significa que se sea superior a los demás. Ser conserje es una tarea, tan tarea como la del dirigente. Por eso ambos tienen derecho a estar bien vestidos, cada uno con su “uniforme”.
¿Que el dirigente tiene unos privilegios y un sueldo mayor? Es que ahí entra la ley de la escasez y otros factores. (1) No hay muchos que sepan de náutica, meteorología, mecánica, ingeniería, como para poder dirigir un barco eficientemente, por ejemplo. No hay muchos con conocimiento de los mercados. Ni con conocimiento adecuado del producto que se quiere llevar a los mercados. Hay que saber de electrónica, informática, vaya usted a saber. 
(2) No hay muchos con carisma de liderazgo. Por eso más de un gerencial pierde el empleo. (3) No hay muchos con talento organizativo (puedes inspirar, pero después no sabes organizarte). Por eso también los gerenciales son echados a la calle, o la misma empresa fracasa. (4) No hay muchos con valentía como para atreverse a “dar el pecho”, arriesgarse frente a los demás, quizás hasta perder la vida (como en el ejército) o terminar siendo el hazmerreír.
Por esas y otras razones más es que los gerenciales merecen mejor sueldo, como en el caso de los dirigentes de equipos de fútbol. 
Pero en el ambiente hispano muchas veces se da el caso en que el gerencial es un incompetente, tanto como el obrero de piso, y no pasa nada. En la Universidad de Puerto Rico lo vi mucho. “Es que en el mundo real no es como en el mundo del salón de clases,” me dijeron; “en el mundo real el mérito no cuenta al momento de adjudicar las notas”. Con esa manera de pensar vi que los estudiantes doctorales (con los que entré en contacto) no daban el grado y sus diplomas serían falsos. Un amigo llegó a ser médico en México a base de “mordidas”. El lector ya sabe de lo que hablo.
Por eso el socialismo también fracasa en el mundo hispano, como en Venezuela. No es todo por ser un proyecto fallido desde sus inicios (ya demostrado en la práctica, a lo largo del siglo 20); es también por culpa de nuestra incapacidad para echar a un lado nuestros prejuicios sociales. 
En los intentos de socialismo, de los primeros errores es desconocer cómo funciona la imaginación en su rol de motivación dentro del trabajo en equipo. Los líderes como Fidel, Chávez, por ejemplo, muestran favorecer el criterio medieval de la fidelidad. Desde el punto de vista de los caudillos, mejor es poner a un incompetente con fidelidad a dirigir alguna empresa del estado, que uno competente, pero sin lealtad “a la causa”. 
Tal fue el caso de Fidel Castro, cuando puso al Ché Guevara al frente del Banco Nacional de Cuba, y de Hugo Chávez cuando sustituyó a los directivos de las empresas petroleras venezolanas. Querían hacer cambios, pero en la práctica se dejaron llevar por la necesidad de imponer su visión, por lo que fue más importante la persona que su capacidad para el puesto. Como el tornillo tiene que ser el adecuado, así la persona tiene que ser la que se necesita.
No hay problema con el nepotismo, el poner a los sobrinos y a los ahijados en puestos claves, siempre que sean los adecuados para el trabajo que tienen que hacer. 
Para comenzar, tanto el obrero de piso como el obrero de escritorio, tanto el jugador como el dirigente y el entrenador están ahí, no para ocupar un puesto, ni para ganar un sueldo, sino para hacer una tarea. 

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¿Hubiera estado Eliseo trabajando en las empresas de sus padres? Si era un hispano, puede que sí. Y puede que no.
¿Qué tal si le decía a su padre que se tenía que ir a seguir a un profeta? No quería irse para hacerse cura o religioso tradicional; sino para seguir algún líder cristiano innovador.
El lector puede continuar trabajando esta composición de lugar.



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