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Domingo 11, Tiempo Ordinario, Ciclo C

Jean Béraud



Primera Lectura
2 Samuel 12, 7-10.13. El profeta Natán viene ante el rey David y lo reprende a nombre de Dios. El contexto es: David se enamoró de Betsabé esposa de Urías y se acostó con ella y ella concibió un hijo. Haciendo el cuento corto, David buscó la manera de que su esposo Urías muriera para hacerla su mujer.
Dios, por boca del profeta Natán, le echa en cara a David su proceder tan abyecto. David, en vez de reaccionar con ira y caerse de fondillo negándolo como hacen muchos, por el contrario, reaccionó con humildad. “He pecado contra el Señor,” dice David. Se reconoce pecador. 
Dios en boca de Natán entonces le dice, “El Señor perdona tu pecado”.

Salmo responsorial
Salmo 31,1-2.5.7.11. En armonía con las lecturas de hoy el salmo responsorial se hace eco del tema del pecador que, arrepentido, se humilla ante Dios. “Dichoso el que está absuelto de su culpa,” dice. Y luego termina, “Alegraos, justos, y gozad con el Señor”.


Segunda Lectura
Gálatas 2,16.19-21. El apóstol Pablo en este pasaje de sus epístolas vuelve a recordarnos, como en otros lugares, de que a Dios no se le puede comprar a cambio de cumplir la ley. No es que uno se presenta ante Dios y le dice como los fariseos, “Mira, no he violado la ley, tengo derecho a ser reconocido como bueno”. 
Primero, es imposible cumplir la ley a cabalidad. Por algo los rabinos discutían cuántos pasos uno podía dar el sábado sin violar la ley del descanso del séptimo día. 
Segundo, aun si fuese cierto que uno llegase a cumplir la ley a cabalidad, eso no obliga a Dios. Si a Dios le da la gana mandar a un santo al infierno, lo puede hacer, para algo él es Dios. ¿Le vamos nosotros a imponer obligaciones a Dios?
El hombre no se encuentra justificado ante Dios por cumplir la ley, “sino por creer en Cristo Jesús”, dice San Pablo; “si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil”.


Tercera Lectura
Lc 7,36-8,3. En el pasaje del evangelio de hoy vemos la narración de la mujer pecadora que viene a la sala comedor donde está Jesús invitado por un fariseo y le baña los pies con sus lágrimas y luego los unge con perfume. 
El fariseo piensa que Jesús no sabe quién es ella. Jesús entonces le cuenta la parábola del prestamista y los dos deudores. El prestamista los perdonó a ambos, sólo que uno tenía una deuda mucho más grande que la del otro. Como es de esperarse el que tenía la deuda mayor quedará más agradecido y amará más al prestamista.
Lo mismo habría que decir de aquella mujer, le dice Jesús. “Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama”. Y unas líneas más adelante añade, “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.


El sentido de las lecturas y del evangelio queda claro.

Sólo algunos apuntes. Uno, que el pasaje dice que la mujer es “pecadora”, pero no dice cuál es su pecado. No necesariamente se trata de una prostituta, o de una adúltera. Recordemos que en el Deuteronomio el marido podía repudiar a su mujer por simplemente ya no encontrarla “graciosa” (Deut 24). La vida de una mujer repudiada podía ser bastante difícil, nos imaginamos. Podría dedicarse a ser ladrona, digamos, a dirigir una banda de ladronas, no necesariamente tenía que montar un prostíbulo. Como en el caso de Adán y Eva, no se dice que su pecado fue de índole sexual.

Segundo apunte: el pasaje no dice que la mujer pecadora era María Magdalena. No dice cómo se llamaba. Luego en los siguientes versículos menciona que Jesús siguió por el territorio anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, acompañado por los Doce y por un grupo de mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. Entre ellas menciona a la Magdalena, pero no como una pecadora, sino como una de la que salieron siete demonios. Quién sabe ella era una mujer buena atormentada por algún desequilibrio químico del cerebro, que al contacto con Jesús encontró paz y buen sentido a la luz de un Dios Padre que no juzga.

Representación de un ágape en una catacumba
Tercer apunte: el pasaje dice que la mujer se le acercó a Jesús por detrás, contrario a tantas representaciones en que ella está de frente a él. Es que en aquel tiempo comían reclinados sobre divanes. Así es que tiene sentido su acercamiento por detrás, para tener acceso a los pies. 


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Alguien podría ver el caso del rey David de esta manera. David perdió la cabeza por una mujer, cosa natural. Siendo rey, alguien con autoridad, pudo imponerse. La pasión lo cegó. Cuántos no han cometido adulterio y ahí quedó el asunto. Lo que nadie sabe, nunca sucedió.
Pero el asunto se complica cuando ella sale encinta. De ahí en adelante David actúa obligado por la situación. 
¿Y ella? En la mentalidad machista, como la católica clerical, ella no es una persona, es un elemento en la ecuación. Pasa lo mismo con la mirada del médico; el paciente no es una persona, es “un casito”. 
El pasaje del evangelio de hoy continúa la temática del evangelio del domingo anterior. Una viuda en una sociedad tradicional quedaba atrapada por su situación, como el rey David. La mujer que se acerca a Jesús con llanto y lágrimas, quién sabe, actuó atrapada por su situación. Sabe Dios si lo primero que la atrapó fue que era muy bonita desde su juventud.

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También podríamos especular que no fue de manera obligada que vivió del modo que vivió hasta entonces. Quizás desde jovencita fue “traviesa”. Quién sabe, era inteligente, inquieta, no quería dejarse llevar por las imposiciones de la sociedad. Quería romper los moldes. Tenía grandes ansias de vivir y de que un hombre la quisiera de veras. 
Luego vino la novela típica que escribe la realidad, mejor que la de los novelistas. Y en ese juego parece que ella ganó. Se paseó entre los ricos y poderosos de su tiempo porque todos fueron sus “clientes”. Frente a Jesús estaba en la misma categoría de los publicanos. Tenía el dinero para comprar perfumes especiales, costosos. 
Podríamos decir que su pecado no fue tanto el sexo. Fue jugar el juego de la vida, como los publicanos, para provecho propio y a expensas de los demás, sin importarle los demás. Uno puede jugar el juego de la vida sin hacerlo desde esa perspectiva. Es a lo que nos invita Jesús. 


Aparte de lo anterior, no necesariamente era una mujer joven y atractiva al momento de besarle los pies a Jesús. En otra época fue joven y atractiva. Ahora, quién sabe, era ya una madama ajada por los años, a pesar de sólo contar, quién sabe, con una treintena de abriles. 

Otra cosa. En aquel entonces las mujeres no compartían la mesa con los hombres. Y los judíos asumían, con el Deuteronomio, que entrar en contacto con una mujer pecadora, igual que con un cadáver, contaminaba a uno. 

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Los sanos no saben bien cómo se sienten los enfermos. No tienen idea. Por eso es tan humillante cuando una enfermera, un médico, tratan al enfermo como si fuera un infante.
De la misma manera los que se sienten santos no entienden cómo se sienten los pecadores.
Hay un placer al poderse sentirse superior y condenar o criticar. Es lo que el filósofo Schopenhauer denominó el espíritu de venganza, a su vez derivado de la envidia. Los pusilánimes disfrutan de compensar por su inferioridad al criticar a los magnánimos. Era lo que sucedía con los fariseos.
Recuerdo a un sacerdote “liberal” que fue recibido con gran desconsideración por cierto reverendo funcionario de cierta diócesis puertorriqueña. El sacerdote sigue hoy en su ministerio y goza de prestigio entre todos los que le conocen. Pero aquel reverendo faltó a lo más elemental del trato cristiano, vivo ejemplo de la mentalidad de los fariseos. No se dio cuenta de lo poco cristiano que fue. Entre tanto murió creyéndose el más católico de los católicos y de seguro se sintió justificado en su comportamiento desde su catolicismo.
Se cuenta que faltándole poco para morir llegó el médico a ver al filósofo Kant. El filósofo hizo grandes esfuerzos para levantarse y el médico le dijo que se estuviera quieto. Kant enseguida le ripostó, según se cuenta, “Porque esté ante la muerte no significa que voy a faltar a la cortesía”. Ese fue el filósofo que exhortó a siempre tratar a los demás de manera desinteresada, como fines por sí mismos. Sólo actuando de manera desinteresada se expresa nuestra libertad. 
De los cobardes no se ha escrito nada. Para ser valiente hay que arriesgarse. No hay manera de triunfar sin cometer errores. Los que no se atreven a cometer errores gustan de despreciar a los que cometen errores. Es fácil criticar de esa manera.
Coincide a veces que grandes pecadores han sido personas de almas grandes. Pero también personas miserables y mezquinas llegan a cometer grandes pecados. Ese fue el caso del Rey David en la primera lectura. Sólo un hombre de poco carácter podía dejarse arrastrar por la pasión a tal punto de hacer que el marido de la mujer que él codiciaba lo pusieran en una situación adversa para que muriera. Y esto, para poder esconder el hecho de que esa mujer había concebido a su hijo mientras el marido guardaba la mayor virtud. 
Pero esa conducta terrible le fue perdonada al rey David. Dios se conmueve (en un modo figurativo de hablar) ante el arrepentimiento del pecador. David dirá en el salmo 50 (51) con este motivo: 
51:18 Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: 51:19 mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

Es lo que luego expresó Jesús en el evangelio.

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Hoy día uno ve a funcionarios corruptos del gobierno que asisten a misa y hasta en celebraciones solemnes reciben la comunión de manos del obispo. Más de un dictador, responsable de torturas, abusos, muertes infames, se presenta a la misa pontifical en primera fila. 

Cuando los funcionarios de la Iglesia se ven en compromisos de diplomacia, las cosas se complican. En ese momento no son pastores, son funcionarios.

No hay inconveniente en recibir un pecador público al culto, siempre que se humille y demuestre su arrepentimiento. Para eso está la cuaresma. Pero ese es el criterio de un pastor.




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