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DOMINGO 14, CICLO B - TIEMPO ORDINARIO



La primera lectura para este domingo está tomada de Ezequiel 2,2-5. Es un pasaje del libro de un profeta en el exilio de Babilonia. Tiene unas visiones de las que nos cuenta, en el marco de la mentalidad de los babilonios. Es como hoy día, que estos párrafos están escritos dentro del marco de la mentalidad de nuestro tiempo.
Ezequiel no habla de manera directa y al grano. Nos habla de unas visiones que son símbolos representativos de lo que quería decir. Es como hablar en parábolas, como Jesús. Aparentemente está haciendo un llamado a los israelitas para que conserven su identidad como pueblo. Los israelitas y sus hijos y sus nietos sintieron que Yahvé había sido vencido por los dioses babilonios y por eso no habría razón para seguir dándole importancia. El equivalente hoy día sería pensar que el diablo vence a los cristianos.
Otros israelitas dijeron que Yahvé seguía siendo el supremo, el Dios fuera del cual no hay otro. ¿Y la desgracia de ser deportados y su nación anulada de la faz de la tierra? Los que permanecieron como un resto fiel entonces decían que Yahvé se indignó por sus pecados y por eso los había abandonado. De todas maneras esta situación hizo que la mayoría del pueblo hebreo abandonara las tradiciones y las prácticas nacionales. Sólo una minoría, un “resto” se mantuvo fiel. 
El que haya quedado aquel resto es un tanto inexplicable, excepto por la fe. Fue Dios mismo quien iluminó la mente de los que conservaron la fidelidad. El mismo profeta siente que es Dios como una fuerza que se posesiona de él, que le impele a dirigirse a los israelitas. 
Un ser brillante y lleno de luz de muchos reflejos se le aparece a Ezequiel y le habla. “Cuando me habló, un espíritu entró en mí…”, comienza el pasaje de la primera lectura de hoy. El ser que es como luz cegadora le dice, “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas… Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos.”
De esta manera la primera lectura anuncia el tema que aparecerá de nuevo en el evangelio: Jesús, el Hijo del Hombre, el profeta en Israel.

El salmo responsorial reacciona a la primera lectura. Los versículos son los del Salmo 123(122),1-2a.2bcd.3-4. “Levanto los ojos hacia ti, que habitas en el cielo,” decimos con el salmista. No levantamos los ojos con orgullo, sino con sumisión a la voluntad de Dios. “¡Ten piedad Señor,” exclamamos. Nuestra alma está harta del desprecio de los arrogantes y la burla de los orgullosos. 
Así se sentía Israel frente a los babilonios. Así se sienten los justos frente a los impíos. 

La segunda lectura continúa con el texto de la Carta II de San Pablo a los Corintios 12,7-10. En los versículos anteriores Pablo estuvo acreditándose ante los cristianos de Corinto. Allí estaba encendida la controversia entre los judaizantes y los helenistas. Parece que Pablo necesitó justificar su autoridad para decidir el asunto a favor de unos y otros. Los hebreos, que siguieran con sus tradiciones; los helenistas, que no se les obligase a someterse a esas tradiciones. 
Así, Pablo habla en los versículos anteriores de los sacrificios y los esfuerzos que tuvo que asumir junto a su misión evangelizadora. También habla de la razón por la que se siente autorizado a predicar, llevado por el Espíritu. En particular habla de las experiencias místicas que tuvo. Pero entonces, para que no pensasen que sólo razonaba al modo humano con criterios de orgullo y de pasiones humanas, menciona que siempre le acompaña un ángel de Satanás que continuamente lo hiere, como espina clavada en su corazón.
Implica de esta manera que no actúa por la libre y por su cuenta. Si así fuera, no tendría ese ángel del mal junto a él de continuo. Esa espina en su corazón podría ser el deseo de no tener que estar metido en esa misión, la tentación de abandonar su compromiso. Es como decir, “Sepan que no hago esto porque le saco beneficio”. Sería como la tentación de Jesús en el Huerto, que le pide al Padre no tener que pasar por lo que se le viene encima. En Romanos 9,2 Pablo dice algo que recuerda este mismo tema: “…siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón” (sigo la referencia en la Biblia de Jerusalén). 
Pablo no busca su propia gloria en su ministerio. Al contrario, está muy consciente de que es débil e inclinado a irse lejos del camino de la santidad. Pero el Señor le dice, “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”. El hecho de que los cristianos son tan débiles o más que los demás da mayor gloria a Dios. Porque así se nota que los milagros y las conversiones y las buenas obras las hace Dios. 
Aquí enlazamos también con el evangelio de hoy. Ezequiel y Pablo fueron predestinados a una misión, cada uno en su tiempo y lugar. Pero Jesucristo también fue un predestinado desde toda la eternidad. Y no siempre los profetas fueron reconocidos.

El evangelio de hoy continúa la lectura de San Marcos en el capítulo 6,1-6. Como en los últimos domingos escuchamos la narración de la predicación de Jesús. Los versículos del pasaje de la lectura continúan con el tema de la extrañeza que provoca lo que Jesús anda haciendo.  
…la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? 
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. 
Por eso Jesús reacciona diciendo que nadie es profeta en su tierra. Y se asombra por su falta de fe. Entonces siguió a otras poblaciones enseñando a la gente.
Comentario breve
Para los que tenemos fe, se hace difícil visualizar lo que es no tener fe. 
Uno piensa que todo el mundo tiene al menos el hecho de su fe como un horizonte que está ahí, pero que no le prestan atención, algo así como el aire que respiramos. Entonces, cuando surge alguna crisis, como la muerte de algún ser querido, aparece también ese horizonte de fe que siempre estuvo ahí.
Cuando empecé a dar clases, asumí el punto de vista del ateo en mis explicaciones. Pero pronto me percaté que mis estudiantes no eran ateos. A partir de entonces seguí ofreciendo mis cursos desde la perspectiva de ellos, de cristianos “de la periferia”.
En los evangelios Jesús habla de “aumentar la fe”. Los discípulos piden que su fe aumente (Lucas 17:5) y Jesús les dice que si tuvieran fe, moverían montañas o harían que los árboles se arrancaran de raíz y se plantasen en el mar. La verdad es que también se hace difícil visualizar ese tipo de fe. Casi pareciera que Jesús estaba predicando el tipo de fe barata de los filósofos del “poder del pensamiento positivo”, como si las enfermedades y los problemas se pudiesen resolver con el poder de la mente.
Claro, es posible que Jesús hablaba con imágenes típicas de la manera de pensar de su entorno social, de los judíos y de la gente de su tiempo. No es que literalmente quería decir que uno podría mover montañas, como tampoco quería decir que él era una puerta o una vid, cuando le decía a sus discípulos que él era la vida, la puerta. 
Lo que probablemente Jesús quería decir es que había que tener fe en él. Las curaciones eran hechas por él, no por la fe del enfermo. El enfermo tenía que tener una fe grande en él, en Jesús, no en su curación. Tenía que ser una fe tan grande, como para poder seguir teniendo fe, aun si la curación no se diese. Esa es la fe que nos rodea como un horizonte en nuestra vida.
No importa los contratiempos, sabemos que por algo será que Dios nos deja estar en medio de esta vida llena de desajustes. Como parecía este vivir a los existencialistas, la vida parecería absurda. Pero siempre está la fe ahí, como el horizonte, aun cuando uno no es cristiano. Como cristianos, pensamos que Dios nos acompaña en la persona de Jesús.


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