Philippe de Champaigne |
En el evangelio de hoy Juan divisa a Jesús que viene hacia él y le reconoce y le proclama como «el Cordero de Dios», el que quita los pecados del mundo. Juan habla a partir de una revelación. «…he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel», dice. Juan bautiza para preparar el camino a Jesús por mandato de una revelación, como hicieron los profetas antes que él. La aparición de Jesús allí en el Jordán es la segunda epifanía, revelación de Dios, después de la primera, que fue el reconocimiento de los Reyes Magos que entonces vinieron a adorarle.
Entonces Juan da testimonio de que vio el Espíritu Santo, que bajó sobre Jesús al momento de bautizarlo. Entonces da testimonio: «Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo."»
De esta manera se anuncia el bautismo que Jesús trae, el del bautismo del Espíritu.
Encontramos aquí cuatro elementos que entran en juego: bautismo, pecado, Espíritu, Cordero. Jesús proclamará el perdón de los pecados y curará para demostrar ese perdón, para los israelitas que pensaban que la enfermedad era castigo por el pecado. Y esa curación se dará junto con el don de la fe. Nadie puede creer si primero el mismo Jesús le otorga ese don de la fe mediante el bautismo del Espíritu.
Y entonces ahí está Jesús como el nuevo Cordero pascual. Recordemos el papel que tenía el cordero pascual en la historia del pueblo de Israel. La noche de la venganza de Yahvé contra el faraón y los egipcios, el pueblo hebreo debía celebrar la comida del paso del Señor. Se debía matar un cordero y untar la sangre del cordero sobre las jambas o el dintel de la casa para evitar la entrada del Ángel Exterminador, que entonces pasaría de largo. Luego se comerían el cordero sin dejar nada, excepto los huesos.
Ahora Jesús, el nuevo cordero pascual, llega como otro paso del Señor, trayendo el perdón de los pecados mediante la fe, esto es, el bautismo en el Espíritu. Los primeros cristianos unieron el bautismo en el agua con el bautismo del Espíritu en un solo ritual. Más tarde los separaron al proponer el sacramento de la Confirmación al llegar a la edad madura.
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