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Epifanía 2020



«En el principio era el Verbo», comienza el evangelio de San Juan, «y el Verbo era Dios». Es como decir que todo lo que hay tuvo un principio, tiene un principio. Todo lo que hay tuvo un comienzo, tiene un fundamento. Ese principio y fundamento es la Palabra que siempre estuvo con Dios, que emana de Dios desde la eternidad de su siempre estar siendo.
Probablemente en eso pensaban los cristianos helenistas y otros místicos de la época del redactor del evangelio. La manera de ver y entender la naturaleza de la realidad cambió a partir del Renacimiento. La Iglesia tomó esto en sentido psicológico, como para defenderse. La Iglesia se nombró a sí misma como la custodia de la verdad neoplatónica y designó equivocados a todos los demás que pensaran distinto. 
No es lo mismo ser el custodio de la verdad del evangelio, sin más, que ser custodio de la verdad del evangelio entendido en términos neoplatónicos. Nos ha tomado unos quinientos años dejar de ver el mundo de manera neoplatónica.
Uno puede pensar que eso de cómo se ve el mundo es irrelevante para la vida diaria, para el diario vivir. Si Dios existe y cómo es que existe parece como una inquietud de la adolescencia, como una fiebre de adolescencia que se deja atrás con el tiempo. Sólo que nuestra mente no está hecha de esa manera. La arquitectura de la vida, la sustancia de la vida, está hecha de otra manera. 
Si fuéramos simples bacterias vivientes, si fuéramos como hormigas en una gran termitera humana, si fuéramos simples simios en la selva, no necesitaríamos saber de la realidad, del mundo, de Dios. Aun si a uno le trae sin cuidado eso de la existencia de Dios, uno necesita darse un motivo para vivir. Uno no puede vivir sin darse un motivo para vivir. 
No podemos culpar a la Iglesia por considerarse custodia de un cristianismo neoplatónico que ya no tuvo sentido desde al menos el siglo 15 de nuestra era. A comienzos del siglo 20 por fin encaramos el asunto. Ha sido algo tan sencillo como redescubrir nuestras raíces. Jesús no fue un neoplatónico. Tampoco los fueron sus discípulos, ni fue ese el ambiente en que se proclamó la Buena Nueva por primera vez. 
Por tanto hemos de volver a la Escritura para encontrar allí el sentido original de nuestra fe. Esa es la Epifanía original, que vio en los Reyes Magos la señal de los tiempos mesiánicos. 

El Reino de Dios está ya con nosotros. Lo anunció el Bautista, «»Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos». (Mateo 3,2) Es lo mismo que hará Jesús, que «…comenzó Jesús a predicar y decir: "Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado."». (Mateo 4,17) Y así, «Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». (Mateo 4,23)

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