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Domingo 6º del Tiempo Ordinario, Ciclo A



La primera lectura de hoy está tomada del libro de Sirac (Eclesiástico) 15,16-21. Anuncia el tema del domingo de hoy, el cumplimiento de la Ley. Para los judíos hasta el día de hoy la Ley es el punto alrededor del cual gira su vida. Es el eje que define su identidad. Así era en tiempos de Jesús. 
«Si quieres, guardarás los mandatos del Señor,» dice Sirac. Está en nuestras manos observar los mandamientos de la Ley. También nos dice el texto de la primera lectura: «…delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.» Esto es, que somos libres, pero que también es necesario aceptar las consecuencias. Una opción implica vida; la otra opción implica muerte. 
Sirac también nos dice que Dios no mandó a pecar al ser humano. Los humanos pecamos por cuenta propia. Dios, el Espíritu de Dios, nos mueve en nuestra mente a actuar y pensar de muchas maneras, que es lo mismo que pensaban los antiguos. Pero a diferencia de los demás pueblos, que pensaban que los dioses también animaban a uno a hacer lo que no debíamos, Sirac señala que Dios no nos puede mover a pecar.
Por esa razón ha cambiado la traducción del Padre Nuestro en inglés y en otras lenguas a las que le aplica esto. En inglés decíamos en la traducción tradicional, «…and lead us not into temptation». En la nueva traducción al inglés del Vaticano se reza lo mismo que en español, «…no nos dejes caer en la tentación».

El canto responsorial canta los versículos del salmo 119(118),1-2.4-5.17-18.33-34. Es un salmo largo, todo dedicado al tema de la Ley y su cumplimiento. Expresa la piedad del justo, como en los versos escogidos para hoy: 
Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón.

La segunda lectura está tomada de 1 Corintios 2,6-10. Habla de la sabiduría de Dios, escondida en el seno mismo de Dios. Nosotros la conocemos, los cristianos que hemos sido bautizados. La conocemos mediante la fe que ese mismo Espíritu de Dios infunde en nuestros corazones. Es la convicción de nuestra pertenencia al Reino de Dios. Jesús anunció un nuevo testamento, una nueva alianza, ya no la de Moisés y la Ley del Deuteronomio y el libro del Levítico. 

El evangelio está tomado de San Mateo 5,17-37. «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud,» le dice Jesús a sus discípulos, lo mismo que a nosotros. «Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cum­plirse hasta la última letra o tilde de la Ley,» añade. 
Es que Jesús no vino a abolir la Ley, sino a coronar su cumplimiento. Ese cumplimiento se dio en la predicación de la Buena Noticia de la Nueva Alianza. 

Os lo aseguro: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos,» nos dice también en el evangelio de hoy. Nos dice que no es asunto de cumplir con la letra de la Ley, sino con el espíritu de la ley, su razón de ser. El que entiende como lo propone Jesús, el que tiene la Sabiduría mencionada en Sirac y en San Pablo, puede interpretar la Ley. La Ley no es una tiranía, sino una guía para la conducta.
Unos cuatro siglos más tarde San Agustín dirá, «Ama y haz lo que quieras».
Porque aparte de la Ley estará el anuncio de la Nueva Alianza, representada en la acción eucarística, en el amor de los hermanos unidos entre sí elevando sus alabanzas al Creador. Ya no hay necesidad de circuncisión, que fue la señal de la Antigua Alianza.
Por eso no es asunto de fijarse en el mero hecho de matar, nos dice. Ya con pelear con su hermano se está cometiendo un acto contra la Ley, tan serio como el de matar. Por eso, dice Jesús, «si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuer­das allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda». Así, los primeros cristianos instituyeron en sus eucaristías el beso de la paz entre los hermanos.
No basta con cumplir la Ley. Hemos de atender al sentido, a la idea y la intención de la Ley. Por eso no basta con no cometer adulterio. También hay que atender a los deseos del corazón. «Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúl­tero con ella en su interior.»
Para creer lo que dice un hombre justo, y un buen cristiano, no hay necesidad de juramentos. Baste decir «sí» o «no», dice Jesús. Lo demás viene del Maligno.

Comentario.  
Hasta el día de hoy sigue la controversia que hubo entre los primeros cristianos a que alude San Pablo en sus cartas. Están los grupos de cristianos, como los Adventistas, que quisieran seguir observando al pie de la letra lo establecido en el Antiguo Testamento, como la observancia del sábado. Citan por ejemplo a Éxodo 20,8: «Recuerda el día del sábado para santificarlo.» 
Pero no recuerdan lo que dice en Números 15,22ss. Allí se manda a sacrificar «un novillo en holocausto, como calmante aroma para Yahveh, con su correspondiente oblación y libación según costumbre, y un macho cabrío en sacrificio por el pecado.» De eso nadie se ocupa, ni lo recuerda. Y esa disposición se refiere a cuando alguien viola la ley del sábado por descuido. Está el caso del que fue a recoger leña a consciencia de que era día sábado. Ya ningún cristiano se acuerda del castigo exigido para una persona así, de esos que defienden la observancia del sábado.
Cuando los israelitas estaban en el desierto, se encontró a un hombre que andaba buscando leña en día de sábado. Los que lo encontraron buscando leña, lo presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad. … Yahveh dijo a Moisés: "Que muera ese hombre. Que lo apedree toda la comunidad fuera del campamento." Lo sacó toda la comunidad fuera del campamento y lo apedrearon hasta que murió, según había mandado Yahveh a Moisés. (Números 15,32-36)

De hecho, los judíos más ortodoxos, los más conservadores, rezan por la restauración del templo de Jerusalén, para poder volver a comenzar con los sacrificios de animales y volver a poner en vigor las disposiciones de la Ley.
Pero eso no tiene sentido para los cristianos. Jesús estuvo claro sobre el sábado. «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado.» (Marcos 2,27) Esa libertad de los hijos de Dios que alcanzamos mediante Jesús la argumentó San Pedro y luego San Pablo frente a los que querían seguir interpretando la Ley al pie de la letra. 
En Hechos Pedro le dice a los hermanos de Jerusalén: «Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo [a los gentiles conversos al cristianismo] como a nosotros [los cristianos judíos]; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús». 
Ahí está: nos salvamos, no por la vieja alianza que requería la circuncisión y los sacrificios de animales a la ciega, sino por la gracia del Señor Jesús, por la amistad con el Todopoderoso, con el Padre, gracias al Hijo amado.
Esto es lo que Pablo también le indicará a los colosenses. 
Porque en él [en Cristo] reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad; en él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. 
Por tanto, que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados. 
Una vez que habéis muerto con Cristo a los elementos del mundo ¿por qué sujetaros, como si aún vivierais en el mundo, a preceptos como "no tomes", "no gustes", "no toques", cosas todas destinadas a perecer con el uso y debidas a 'preceptos y doctrinas puramente humanos?' Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo; pero sin valor alguno contra la insolencia de la carne.

Nótese la oración final. Tales cosas tienen un atractivo, una apariencia de sabiduría, por su piedad afectada. Ver a alguien que se mortifica y es riguroso con su cuerpo puede parecer que tiene características de santidad. Pero en realidad eso no tiene valor alguno contra la vanidad y la sensualidad de nuestro cuerpo. Lo que vale es el mandamiento del amor. El rigor y el sacrificio se definen como medios, no como fines en sí mismos. La persona que ama no ve, no siente, los sacrificios. Esos son los sacrificios aceptos a Dios. Jesús no amó la cruz, sino que amó a los hermanos y dio su vida por los hermanos.




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