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Domingo 17º del Tiempo Ordinario, Ciclo A


La primera lectura de hoy está tomada del Libro de los Reyes 3,5.7-12. Dios se le aparece en sueños a Salomón. Le ofrece lo que él pida. Entonces Salomón sólo pide que Dios le dé sabiduría. Dios se complace en esto y le dice: «Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.» La sabiduría de Salomón es saber distinguir lo justo, lo que corresponde.

El salmo responsorial canta versículos del salmo 119(118),57.72.76-77.127-128.129-130. Es uno de los salmos más largos y su tema es el cumplimiento de la Ley. «Yo amo tus mandamientos,» dice. La Ley de Dios es admirable y está llena de sabiduría. Por eso da inteligencia a los ignorantes.

La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 8,28-30, en el mismo punto donde se quedó el domingo pasado. Dios dispone todo para el bien de los que lo aman, dice. Dios tiene un designio para cada uno de nosotros, desde toda la eternidad. «A los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó». El modelo, el ejemplo, de esto que dice San Pablo es la Virgen María. Fue predestinada desde toda la eternidad sin quitarle su libertad. Dios le pidió permiso para seguir con su plan para todos nosotros. 

El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 13,44-52, también, en el mismo punto donde se quedó el domingo pasado. El evangelista continúa hilando cosas que dijo Jesús, según se contaban unos a otros los primeros cristianos. Los dichos de Jesús en el pasaje de hoy giran alrededor del mismo tema que vimos el domingo pasado: el Reino de los cielos ya está con nosotros, pero parece que Dios ha permitido un lapso de tiempo todavía antes que llegue finalmente el final. Es para permitirnos descubrir el Reino de Dios que no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. (Romanos 14,17) Es algo como el tiempo que le dio a Noé para que pudiera construir el arca de la salvación. A nosotros nos permite entrar al arca, que es la Iglesia.

El trasfondo de lo que Jesús dice, para los discípulos y para nosotros, es la aparición de Juan en el desierto, luego en el Jordán bautizando. El Reino de Dios ya está cerca, decía Juan. Ahora es Jesús que dice, aquí está el Reino. Hay que prepararse, Dios ha dado todavía un espacio de tiempo para eso. Hay que conseguirse el vestido para poder entrar al banquete de bodas. 

¿El Reino? Sí; «Cree en el Señor Jesús y serás salvo». Podemos detenernos a meditar las siguientes citas que armonizan con el evangelio de hoy.

      • Juan 6,47 – En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.
      • Hechos 16,29-32 – El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: "Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?" Le respondieron: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa." Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos.
      • Romanos 10:9 – si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
      • Gálatas 5,6 – Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad
      • I Juan 4:15 Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

Esto es lo que descubrieron los primeros que entraron en contacto con Jesús y reconocieron la llegada del Reino. Descubrir esto es como lo que la parábola cuenta. «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo.» El que lo descubre se olvida de todo y da la vida por poseerlo, porque el Reino también es asunto del corazón.

Descubrir un tesoro en el campo: los jíbaros hablaban de «enterramientos», refiriéndose a los antepasados de la familia que podían haber hecho un hoyo para enterrar algún saco de monedas valiosas. Lo hacían en secreto y no se lo decían a nadie. Pero entonces se morían y se llevaban a la tumba el dato del lugar donde habían enterrado el tesoro. Más tarde viene alguien y por casualidad lo encuentra. Esa es la imagen de quien descubre el tesoro del Reino de los cielos.

Sólo que el tesoro no es una cosa. Es la persona de Cristo que encontramos en la comunidad y en el trato con los demás. Es descubrir a Jesús y por consecuencia dejar de estar metidos en los criterios de los paganos. Por eso destaqué antes la cita de Gálatas 5,6. El Reino es la vida de quien tiene fe y la expresa en la caridad. Los que han entrado a ese tipo de vida son como los que han podido recibir la semilla del sembrador del domingo pasado, que trabaja en ellos y crece, como el fermento de la levadura en la masa.

«El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.» Esta es una imagen como la del trigo y la cizaña. Ya se acerca el fin de los tiempos. Entonces los ángeles vendrán a separar los buenos de los malos. 

Jesús también dice: no me crean a mí. Ahí están las Escrituras. Es lo mismo que le dirá a los discípulos camino de Emaús. Por eso el evangelio de hoy termina diciendo, «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo». Los escribas copiaban los textos sagrados y por eso conocían la sabiduría antigua, como la de Salomón, de la que podían colegir el plan de Dios con el mundo. Por eso podían dar a conocer lo antiguo que ahora era nuevo.


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