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Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo A

 


El tema de este domingo es la primacía de Pedro


La primera lectura de hoy está tomada del profeta Isaías 22,19-23. El pasaje de esa primera lectura de hoy comienza diciendo, «Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: …llamaré a mi siervo, a Eliacín…Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.»

Según las notas al calce de la Biblia de Jerusalén es posible que Sobná fue un extranjero, un advenedizo que llegó a ser mayordomo de palacio del rey Ezequías. Isaías indica que Yahvé no lo reconoce y que será Eliacín el que será mayordomo. Una de las funciones del mayordomo (o administrador) era portar la llave con que abría y cerraba los almacenes y otros recintos del palacio. Sabemos, por cierto, que los egipcios tenían llaves y cerraduras, por lo que podemos conjeturar que se usaban en los palacios y lugares importantes en toda la región.

La llave, o el manojo de llaves, no la portaba el mayordomo colgando del cuello, sino del hombro, como dice el pasaje. Esto podría ser, pienso yo, la base para el adorno que llevan en el hombro algunos oficiales militares. Al buscar en Internet, sin embargo, no veo evidencia para asumir tal cosa. De todos modos nos podemos preguntar cómo sería esa llave como para llevarla al hombro y no colgando del cuello. 

Aparte de eso, el oráculo de Isaías se dio en el contexto de la amenaza de los asirios. El rey asirio Senaquerib entró al territorio del Reino del Norte (Israel) y llevó a sus habitantes a una reubicación forzada, al exilio. Pero cuando los asirios cercaron a Jerusalén con la misma intención de conquistar y quedarse con el territorio, su ejército fue víctima de una epidemia. «El ángel de Yahvé» dio cuenta de aquellos invasores. Esto de seguro, pienso, fortaleció el prestigio y la imagen del rey Ezequías, de su mayordomo de palacio y de Isaías, que desde mucho antes había anunciado que Judá sobreviviría. 

El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo  137,1-2a.2bc-3.6.8bc. Cantamos con el salmista alabando a Dios y a la vez pidiéndole que no nos olvide: «El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.»


La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la carta de San Pablo a los Romanos en el capítulo 11,33-36. El domingo pasado Pablo continuaba en su polémica con los judaizantes. Ya al final del pasaje del domingo pasado Pablo anuncia lo grande que es Dios que ejerce misericordia y llama a todos a la salvación. «Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia,» dice. En ese punto es que dice el versículo siguiente, con el que comienza el pasaje de hoy: «¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!» No podemos entender lo que se trae Dios entre manos, por así decir. Pero qué admirable es el resultado. Así termina: «A él la gloria por los si­glos. Amén». 


El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 16,13-20. Entre el pasaje del domingo pasado y el de hoy hay otras narraciones breves que tienen en común la falta de comprensión de parte de los discípulos. Jesús habla de «la levadura» de los fariseos y ellos entienden la levadura física, material, y no ven cómo eso tiene que ver con los fariseos, por ejemplo. Y así, otros casos. Cuando uno lee de corrido parece ser que el compositor del evangelio está evocando algo así como la exasperación de Jesús al ver que no llega su mensaje. 

Entonces, llegados al pasaje de hoy, Jesús se vira (por así decir) y les pregunta, «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Es posible que los discípulos todavía no captaban que estaba hablando de sí mismo. Como quiera que fuese, ellos contestan, «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Jesús entonces los reta: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»

Pedro entonces le dice, «Tú eres el Cristo [el Enviado, el Ungido, el Mesías], el Hijo de Dios vivo.»

Jesús, de seguro con alegría, le dice, ««¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha re­velado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.» Entonces Jesús añade,

Ahora te digo yo:

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desa­tado en el cielo.

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.


Comentario

He puesto la cita completa del final del episodio (que continuará también el domingo que viene) para tenerlo presente en estos breves apuntes.

    1. Primero, la identidad de Jesús como el Cristo, el Ungido, el Enviado, el Mesías. Extraña que le dijera a los discípulos que mantuvieran en secreto su identidad. Según las notas al calce de la Biblia de Jerusalén podemos conjeturar que fue para evitar que el pueblo, confundido, lo considerase un líder militar y político. 
      • Quizás los demás discípulos lo seguían viendo como un profeta o un favorecido de Dios, del cielo. 
      • Pedro se distingue porque da un paso al frente y le reconoce como el Mesías, el que habría de venir para ser la salvación de Israel. 
      • Con todo, nos podemos preguntar hasta qué punto la identidad mesiánica de Jesús no fue realmente entendida hasta después de la resurrección, como en el caso de los discípulos de Emaús. 
    1. Segundo, Pedro como piedra y mayordomo. 
      • Podemos tomar esto con el mismo sentido con que Jesús habló del Reino y de que los discípulos se sentarían sobre tronos al llegar el Reino (Mateo 19,28).
      • Podemos tomarlo como una manera de hablar. No es que Pedro era una roca; tampoco hablaba de unas llaves físicas; tampoco hablaba de una asamblea (iglesia) física, material.
      • Ese fue el error de los discípulos cuando no podían entender lo de la «levadura de los fariseos» cuando le decían a Jesús que les hacía falta pan (Mateo 16,12). 
      • Recordemos que «ecclessía», «iglesia» equivale a «sinagoga», «asamblea». Tampoco creemos que Jesús le dijo a Pedro que él iba a ser el mayordomo de la sinagoga. 
      • Algo queda fuera de toda duda: Jesús parece que se regocijó con la contestación de Pedro y le reconoció como líder en el grupo.
    1. Tercero, la primacía de Pedro. La primera comunidad cristiana fue la comunidad de Jerusalén. Pedro no fue el encargado, sino que fue Santiago, el que asumió las riendas de esa comunidad. 
      • En los primeros tiempos los apóstoles salieron a predicar. Santiago quedó en Jerusalén y Pedro y los demás salieron a predicar.
      • Fueron consolidándose diversas comunidades a través de aquel mundo, comenzando por Antioquía. Eventualmente las comunidades que podían reclamar haber sido fundadas por un apóstol reclamaron cierta distinción respecto a otras comunidades. Es que guardaban la tradición oral de la primera predicación de los mismos apóstoles. 
      • En ese contexto a las «comunidades apostólicas» (fundadas por uno de los apóstoles originales) se les reconocía un peso de prestigio respecto a las discusiones entre los cristianos de los primeros siglos. 
      • Aparte de eso, y de seguro debido a la dificultad de las comunicaciones entre las comunidades, cada comunidad era autónoma. Las lecturas dominicales, por ejemplo, no eran las mismas. No había uniformidad de culto tampoco. La oración eucarística fue distinta en las distintas comunidades hasta más de un milenio más tarde. 
      • Por eso el cristianismo (la iglesia católica universal, compuesta por las diversas comunidades) nunca tuvo un jefe universal hasta el día de hoy. El único jefe universal es el mismo Jesús.
      • Desde los primeros tiempos se le reconoció un prestigio al obispo administrador de la diócesis de Roma. La comunidad romana fue fundada por dos apóstoles: Pedro y Pablo. 
      • Eventualmente el cristianismo se dividió siguiendo las divisiones políticas del antiguo imperio romano: las iglesias de oriente y las iglesias de occidente. En las iglesias orientales estuvieron más organizados y con todo, subsisten como una pluralidad de comunidades-iglesias. En occidente vivieron más bajo la presión de las invasiones germánicas y eso contribuyó a una variedad de iglesias (España, Francia, Irlanda, Bretaña, y así). En medio del caos que hubo en occidente unos quinientos años después de Cristo, el obispo de Roma emergió como líder de la cristiandad occidental, aun como líder político, a la manera de los césares que sólo quedaban como una memoria remota. 
      • En la polémica con Lutero y los protestantes se adelantó la tesis de que Roma era la verdadera iglesia católica y apostólica, como si las otras iglesias orientales no fueran católicas y apostólicas. Claro, esto derivó de dos factores (1) la ignorancia de los germanos hasta el siglo diecinueve; (2) había habido un rompimiento con las iglesias orientales desde el siglo once. 
      • Entre tanto digo que en Europa hubo la ignorancia germánica hasta el siglo diecinueve, al leer la historia del comercio y colonización internacional desde los portugueses en el siglo quince hasta los belgas en el siglo diecinueve, que lee como la misma historia de los bárbaros que entraron al imperio romano: tribus migratorias con fiebre de no quedarse asentados, entrando en territorios y sociedades desconocidas y cometiendo barbaridades a granel, una historia triste. 
    1. Cuarto, y quizás lo más importante. Nos guste o no, el hecho es que Europa ha logrado convencernos a todos que representa la civilización universal. Eso lo vemos en Japón, donde celebran la Navidad como si fuera una colonia de Estados Unidos y en China donde están produciendo vinos para competir con los franceses. En ese contexto es posible ver al obispo de Roma, al papa, como el líder universal de la iglesia católica en el sentido universal de todas las comunidades cristianas, no importa las denominaciones. 
      • El papa podría cumplir el mismo papel que cumple el arzobispo de Canterbury. Se trata de un papel pastoral.
        1. Esa idea del papel pastoral de los obispos en la iglesia romana y aun en otras denominaciones con sus reverendos, es algo que todavía extraña.
        2. Está la tendencia de entender la institución eclesiástica como una especie de agencia de servicios donde los clientes van para aprovisionarse. 
        3. Eso deriva de la falta de un sentido más apropiado de la comunidad cristiana. La comunidad cristiana no es el grupo de la clientela de los curas. Los curas no están para dar un servicio que nadie más puede dar. 
        4. Esto es algo así como en el matrimonio, que los contrayentes son los que se celebran el sacramento el uno para el otro.
        5. Así hemos de visualizar la comunidad cristiana y el cura o reverendo como pastor.
        6. La comunidad no va ahí para que el pastor les haga un sortilegio o sea un babalao para invocar los espíritus.
        7. La comunidad misma se da el sacramento de su encuentro con Dios.


Hasta que no nos hagamos cargo de esto, no comprenderemos lo que los discípulos llegaron a ver, me parece. 


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