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Domingo 22 Tiempo Ordinario, Ciclo A

 



El tema de este domingo es el anuncio de la Pasión


La primera lectura de hoy está tomada del profeta Jeremías 20,7-9. «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir,» comienza diciendo el profeta en esta primera lectura del día. Anuncia la aplicación del evangelio de hoy a todo cristiano. Dios sale al encuentro de nosotros, nos busca. Responder al llamado de Dios a todos y cada uno de nosotros implica vivir en peligro. 

Aunque uno no sea cristiano, vivir siempre es vivir en peligro. Sólo que los esquemas y estructuras de la civilización hacen que nos olvidemos de ese hecho, momentáneamente. Es como olvidar la necesidad de oxígeno en el diario vivir. Cuando el oxígeno hace falta, entonces nos damos cuenta de su importancia. 

Mientras la civilización nos protege, se nos olvida que siempre estamos en riesgo de que al próximo instante aparezcan las consecuencias del peligro en medio del que vivimos. Eso hace que vivamos de espaldas al peligro en que se desenvuelve nuestra existencia. 

El cristiano se topa con algo adicional a eso. Necesita, como Jeremías, dar la voz de alarma. Jeremías lo plantea así, 

Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia»,

proclamando: «Destrucción.»

 ¿Es que todo cristiano tiene que proclamar, llamar la atención al peligro?

Veamos esto en términos de Jeremías. 

La violencia y destrucción a que se refiere el profeta es a la amenaza de la invasión de los babilonios que venían a destruir el templo de Jerusalén y a llevarse la población para que le sirvieran de esclavos allá en Babilonia. Si el pueblo no se enmendaba de sus malas costumbres, esto es lo que sucedería. Todo su mundo se vendría al piso como un castillo de arena.

Nadie quiere que le sermoneen. Por eso Jeremías sufrió el rechazo y hasta la cárcel. 

La palabra del Señor se volvió para mí

oprobio y desprecio todo el día.

…ella era en mis entrañas fuego ardiente,

encerrado en los huesos;

intentaba contenerlo,

y no podía.

¿Cómo hemos de pensar esto como para nosotros?

Los tradicionalistas piensan que son perseguidos y marginados como Cristo en su Pasión. Pero en realidad no son perseguidos por proclamar el evangelio. Son perseguidos por adelantar sus ideas y sus «verdades», cuando violentan el orden establecido y quebrantan las leyes.

La verdad fundamental del evangelio es: amarás al Señor, tu Dios; amarás a tu prójimo como a ti mismo. Eso quiere decir: amarás a los buenos y a los malos, de la misma manera que Dios ama al mismo diablo. Dios también quiere la conversión del diablo.

Esa es la Palabra que se supone queme en las entrañas del cristiano. 

Hay una santa intransigencia, que no es la de los tradicionalistas. Es la voluntad de no claudicar en la identidad de cristiana. Un cristiano levanta su voz de protesta como un llamado a la caridad, al amor y consideración del prójimo. Es un contrasentido entonces si, para hacer eso, uno falta a la caridad. 

Eso es lo que le sucede a algunos grupos de tradicionalistas, como ha sucedido con el Opus Dei, históricamente (no sé si habrán cambiado). Para ellos es más importante la organización, que el respeto a las personas y la caridad cristiana. Ser cristiano para ellos es asuntos de serlo detrás de las paredes del convento (aunque sea el convento espiritual) y dejar de ser adultos. 

El verdadero cristiano no anda con esas niñerías. 

La verdadera intransigencia hace que uno sea fiel a sí mismo y a la identidad cristiana.

Cuando uno entra en los juegos de poder se ve obligado a renegar de su identidad cristiana. Es lo que le sucedió a tantos clérigos y reverendos en la historia. 

Ahí está el peligro del cristiano, en pensar que se es cristiano cuando en realidad vive entre los paganos con criterios de pagano. El cristiano está llamado a renunciar a eso.

Ese es el verdadero sacrificio y riesgo de crucifixión del cristiano: rechazar los criterios del juego que no toma en cuenta la consideración del prójimo. 

La mayoría de los cristianos son cristianos de domingo. El resto de la semana siguen moviéndose en el mundo de los juegos de poder de los paganos.


El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo  63(62),2.3-4.5-6.8-9. «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.» Esta es la Palabra que quema las entrañas y que no nos permite hacer otra cosa que proclamarla a todos.


La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la carta de San Pablo a los Romanos en el capítulo 12,1-2. Se trata de una lectura muy breve: «Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.»


El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 16,21-27, justo donde se quedó el domingo pasado. «Desde aquel día,» nos dice el evangelista, «Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho». Fuese Jesús, fuese el evangelista, se está recalcando ahora en el pasaje del evangelio de hoy, que ser el Hijo del Dios vivo, el Mesías y Ungido del Altísimo también implica ser entregado y pasar por la Pasión en Jerusalén. 

Pedro, que fue el que se manifestó abiertamente al reconocerlo como el Mesías en el pasaje del domingo pasado, este domingo protesta que así no puede ser. «Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá"». Es que Pedro, igual que los otros discípulos, todavía no había comprendido a cabalidad lo que significaba para Jesús ser el Enviado de Dios. 

Jesús reprende duramente a Pedro por no poder reconocer que el anuncio del Mensaje conlleva que el mensajero sea perseguido y torturado, con la posibilidad de ser ajusticiado.   Por eso le dice, «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Es como si Pedro hubiera quedado poseído de algún demonio y por eso le habla como si fuera Satanás que lo está tentando. En todo caso le está diciendo a Pedro que él piensa a la manera de los humanos, que sólo buscan sus propios intereses a costa de los demás.

Ser cristiano implica poner la propia vida al servicio de los demás. Por eso Jesús entonces se vuelve a los discípulos y les dice, «el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará».

El Hijo del hombre vendrá en gloria y majestad, les dice implicando que está por llegar, y le dará a cada uno según sus obras. 

Tradicionalmente esto se ha tomado mayormente en términos de los clérigos. Pero no; esto aplica a todo cristiano. ¡Cómo serían las cosas si se promoviera más el interés del prójimo!

«Perder su vida por Cristo» no quiere decir hacerse clérigo. Las iglesias institucionales, tanto católicas como no católicas, han sido a menudo esquemas paganos que no han tomado en cuenta a las personas, cuanto a los intereses institucionales. Es lo que vimos en los últimos cincuenta años cuando se desató el escándalo de los clérigos y reverendos pedófilos. Fue interesante e ilustrativo, cómo las instituciones eclesiásticas se defendieron.

Acompaño una viñeta de unos años atrás, de dominio público. 

"Lo siento, ya no eres un feto - ¡ya no te podemos proteger!"



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