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Domingo 18 del Tiempo Ordinario, Ciclo B -- Año 2021

 


Este domingo continúa el tema de Jesús, pan de Vida.

Es el tema que comenzamos a ver el domingo pasado y que el evangelio y las lecturas de hoy siguen presentado.

Como el domingo pasado, primero remito a mis apuntes sobre las lecturas de este domingo, del 2018, aquí. Aparte de eso, el lector puede ver mis apuntes de este año 2021, a continuación.

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Soy de los que cree que Jesús viene a nuestro encuentro de tantos modos comunes durante nuestro trajinar por los días y las horas. Viene a nuestro encuentro, sobre todo, en los que vienen a pedir ayuda porque están necesitados. 

Recordemos que pobre no es solamente el que le falta dinero. Pobre es todo el que tiene una necesidad apremiante. Como me comentó un diácono amigo, un millonario rico puede encontrarse en la situación de una llanta vacía en la autopista, o de un coche que se apagó y no arranca en un paraje solitario. En ese momento es un pobre que espera algún ángel que se detenga y lo socorra. 

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Siempre recuerdo la vez que fui a las oficinas de una parroquia católica y en el vestíbulo había una foto grande del papa, sin ninguna decoración adicional. «Esto es como en las oficinas del gobierno,» pensé. Allá ponen la foto del gobernador y aquí al papa. Era como estar en una oficina de una multinacional.

La Iglesia no debe predicarse a sí misma. En la televisión católica la cúpula del Vaticano o la imagen del papa o la imagen del rosario no debe sustituir la imagen de Jesús. En el templo la representación principal sobre el altar mayor no debe ser la Virgen o algún santo. El foco de la atención del templo debe ser la figura de Jesús.

Si la Iglesia como pueblo de Dios no lleva a Jesús, entonces es infiel a su razón de ser. Es necesario recordar siempre lo que sucedió con los fariseos. Jesús denunció a los fariseos porque con sus enseñanzas y sus requisitos legales terminaban obstaculizando el camino a Dios.

La devoción a los santos y a la Virgen y el rosario pueden obstaculizar el camino a Dios, cuando hacen que los fieles no puedan ver el camino, que es Jesús mismo. Lo mismo puede suceder con un entusiasmo desmedido por los rituales externos o las vestimentas litúrgicas y religiosas. 

Puede darse un fetichismo de los elementos religiosos exteriores. Los fieles pueden llegar a confundir la sacralidad del templo con su aspecto externo. Pueden confundir la santidad del clérigo o del monje o de la monja, con sus vestimentas litúrgicas o sus hábitos y sus gestos, o su observancia piadosa de los gestos litúrgicos. 

No es que se abandonen las observancias tradicionales, sino que se modifiquen de modo que sirvan de verdad como medios para ver el camino, Jesús. El catolicismo debe ser sobre todo cristiano. 

Eso suena paradójico, pero es un hecho que la Iglesia en sus usos y costumbres y su jerarquía institucional se convirtió con el paso del tiempo en algo demasiado importante, al punto de opacar o hasta esconder la figura de Jesús. Los fieles siguieron encontrando a Jesús, sí, pero al margen de la iglesia institucional, igual que los calvinistas, por ejemplo. En ambos casos, católicos y protestantes, Jesús siguió siendo el camino, pero en las prácticas devocionales, más que en las ceremonias de la iglesia institucional romana. El culto "protestante" es una práctica devocional equivalente a las procesiones, los rosarios cantados de otro tiempo, las novenas y las bendiciones con el Santísimo.

La iglesia institucional siguió por su lado, y los fieles siguieron por su lado. Este desfase fue una de las cosas que el Concilio Vaticano II buscó corregir.

“Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo”. (Mateo 11:27)  El cristianismo depende de esa revelación del Padre en la persona de Cristo. El cristianismo no es una doctrina en cuanto tal, en su modo fundamental de ser. Los cristianos pueden pelearse por un punto doctrinal. Pero es imposible pelearse por una diferencia (que no puede darse, como no puede darse un círculo cuadrado) sobre el hecho de la fe vivida en Jesús. Por eso la Iglesia subsiste en todos los cristianos, no solamente en los católicos. 

Jesús es el Pan de Vida, él mismo. Por eso, más que ser una doctrina, la vida cristiana es vida en Cristo. Dirá San Pablo, “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2,20). Los apóstoles no dan testimonio de una doctrina, sino del estilo de vida que resulta de la fe, del encuentro con Jesús. 

Con la Constitución Dei Verbum el Concilio Vaticano II buscó corregir los malos entendidos acumulados con el tiempo. Por eso lo primero que se eliminó fue el uso del latín, la primera barrera para que los fieles se vieran como comunidad orante en la liturgia.

Las prácticas devocionales como el rosario y la adoración del Santísimo no pueden ser fines en sí mismos, porque entonces opacan la visión de Jesús. Las personas, en vez de encontrar a Jesús en las devociones, sólo encuentran la devoción misma. Lo mismo puede suceder en las sesiones de avivamiento en las iglesias separadas.

Recuerdo escuchar que el obispo de Ponce, allá por el 1985, al llegar a la sacristía para revestirse junto a los sacerdotes para una ceremonia concelebrada, les exigió ponerse amitos. Hubo un corre-corre para buscar dónde conseguirlos, porque ya los amitos no se usaban. Para el obispo era más importante ponerse amitos que hacer una buena preparación espiritual para la ceremonia.  

«Yo soy el pan de vida,» nos dice Jesús en el evangelio de hoy. No es el pan que se come, sino el pan que alimenta el alma. ¿Dónde está este pan? En el amor al prójimo. Donde hay amor, allí está Dios. 

Cuando nos amamos, no nos miramos, sino que vamos caminando, juntos. 

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