El tema de este domingo es la fe en Jesús, enviado del Padre
En el evangelio de hoy Jesús va a Nazaret, pero allí no lo reconocen como el Mesías, el Enviado. Esto recuerda lo que dice el apóstol Juan, «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Juan 1,11).
Al comienzo de su evangelio San Juan nos presenta a Jesús, Palabra del Padre. Nos presenta a Jesús en el marco de referencia de la mentalidad griega.
Eso que Juan reviste de mentalidad griega lo vieron con mentalidad judía post exílica los discípulos de Jesús. La mentalidad judía post exílica es la que se dio hacia finales del Exilio, o del Cautiverio en Babilonia, y que siguió desarrollándose con la reconstrucción del templo de Jerusalén.
En la mentalidad post exílica Jesús es el Hijo del Hombre del que hablaron los profetas, como Daniel y también el profeta Ezequiel, según lo encontramos en la primera lectura de este domingo.
En el pasaje del evangelio de hoy Jesús va Nazaret y asiste al servicio sabatino en la sinagoga, como buen judío. Entonces se encuentra con el rechazo de su gente. No pueden ver el profeta porque lo conocen desde siempre como uno igual que ellos, nadie especial.
Para reconocer a Jesús, enviado del Padre, Palabra de Dios que también es él mismo camino al Padre, se necesita fe.
La fe se parece a una idea que nos viene a la mente, no se sabe cómo. Llega como de la nada. Es como un rayo que nos sorprende con su relámpago. Es algo que nos abre los ojos y entonces entendemos. Por eso para los judíos la fe era obra del Espíritu de Dios.
La fe no es un invento nuestro. Es la revelación de Dios que nos busca, que quiere encontrarnos. No es que lo buscamos. Es él, el que nos busca. Pero la fe sólo se da si de nuestra parte estamos predispuestos a ver, a entrar en contacto con Dios. Ese es el sentido también de la parábola de las vírgenes necias que las sorprendió el esposo sin estar preparadas.
No es que nos tiramos para atrás y esperamos que un día entre los días se nos ilumine la mente y tengamos fe. No. Para que se dé ese momento de fe, primero hay que ser un cierto tipo de persona. Hay que ser lo que los judíos llamaban «justo» y que nosotros llamaríamos «un tipo decente».
El encuentro con Dios en la fe es algo como lo que le sucedió a la Virgen. Es lo mismo que sucede con los otros protagonistas de entre los discípulos y seguidores de Jesús en los evangelios. Y entonces aparece el ángel, el enviado de Dios, es decir, la iluminación divina, que nos permite reconocer a Jesús, el Enviado con mayúscula.
Para unos apuntes del 2018 sobre las lecturas de hoy, ver aquí.
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