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Domingo 17, tiempo Ordinario, Ciclo B

 


El tema de este domingo es el milagro de la multiplicación de los panes y los peces

Mis apuntes del 2018 para este domingo merecen la atención del lector y por eso los menciono al comienzo de estos apuntes de ahora. El lector puede ver mis apuntes para este domingo en el 2018, pulsando aquí.

El domingo pasado vimos a Jesús en su reacción espontánea al ver el grupo grande que quiere estar cerca de él y escucharle y seguirle. "Son como ovejas sin pastor," dijo. Y por eso se olvidó de su cansancio y se puso a compartir con ellos la Buena Noticia del Reino de Dios. 

Este domingo vemos a Jesús que se preocupa del hambre de la multitud. Es la continuación de la narración del domingo pasado como en Marcos 6,32-44. El comité que estableció las lecturas litúrgicas de los domingos parece que prefirió que leyéramos hoy la versión de Juan 6,1-15. 

A diferencia de Marcos, el evangelista Juan dice que Jesús "Subió entonces a la montaña y se sentó allí…". En la Antigüedad las montañas eran moradas de dioses, una creencia que los judíos compartieron con otros pueblos. Subir a la montaña era estar cerca de Dios. 

Cuando se sientan, Jesús le ordena a los discípulos a que repartan pan. Recuerda el pasaje en que el profeta Eliseo efectúa algo similar en 2 Reyes 4,42-44 (remisión de la Biblia de Jerusalén). 

El evangelio de hoy ha motivado la imagen de Jesús, que sacia el hambre de la multitud y lo mismo, nuestra propia hambre. Esto se ha tomado en términos materiales y espirituales. Los cristianos hemos de ocuparnos de los pobres y hambrientos. Y también hemos de ocuparnos de anunciar a Jesús, pan de Vida a los que tienen hambre espiritual.

En el evangelio como tal se ve que la intención de los evangelistas es narrar un momento revelatorio de Jesús como el profeta anhelado por Israel. Cuando terminan de comer y recogen de la abundancia que todavía sobra, los presentes lo reconocen como el profeta que había de venir y que fuera anunciado en las Escrituras. Jesús es como el nuevo Elías cuyo espíritu dirigía también al profeta Eliseo.

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En días recientes el Vaticano anunció el viaje de Papa Francisco a Hungría en septiembre, con motivo de la clausura de un Congreso Eucarístico. Valga aquí un apunte sobre los congresos eucarísticos. 

Los congresos eucarísticos surgieron en el siglo 19 como celebraciones devocionales de peregrinos a lugares en que se habían dado milagros eucarísticos. Pronto evolucionaron a ser ocasiones para intercambiar sobre las maneras para propagar la devoción eucarística. En el siglo 20 también fueron instrumentos políticos para demostrar la fuerza popular del catolicismo frente a los gobiernos laicistas de diversas persuasiones (democracias ateas, como la francesa; gobiernos socialistas y comunistas, así). Fue parte de la campaña antimodernista del Vaticano en la primera mitad del siglo 20. 

Con el Concilio Vaticano II los congresos eucarísticos debieron pasar al archivo de la historia, pero parece que los tradicionalistas católicos siguen empujando su agenda para promover la desmantelación de lo que ellos ven como la desvirtuación del catolicismo. 

Sólo que, al volver a los primeros siglos del cristianismo para ver si confirmamos los planteamientos tradicionalistas, nos damos cuenta de que la eucaristía nunca fue una cosa para ser adorada. 

En la imagen a la derecha encontramos esa especie de fetichismo. Se invita a enrolarse en la adoración del pan eucarístico como un objeto, en vez de hacer una invitación a venir al encuentro con Jesús. 

En el cristianismo y en la Iglesia hay espacio –debería haberlo– para todo tipo de convicciones, siempre que giren en torno a la fe fundamental y fundamentante en Jesús, nuestro Salvador. Por eso se puede pensar en una invitación a la adoración eucarística, pero en términos de, Enamórate de Jesús en la eucaristía

La eucaristía consiste en la reunión de la comunidad orante que constituye el cuerpo de Cristo mismo, el Cuerpo Místico presente constituido por la misma comunidad como comunidad cristiana. Es Cristo mismo que reza en nosotros y con nosotros al elevar nuestra acción de gracias en la alegría de la salvación, lo que expresamos en el memorial de la Cena del Señor. Ahí nos encontramos con Dios en la Palabra que escuchamos. Nos encontramos con Jesús al orar, no de frente, sino hombro con hombro. Nos encontramos con Jesús con nosotros y en nosotros, de cara al Padre.


 



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