Fresco en una catacumba |
Hay una preocupación entre los tradicionalistas de que la reforma de la liturgia obnubiló el sentido propio de la misa y de la celebración eucarística. Se perdió el sentido de la sacralidad en la ceremonia y se sustituyó por unas manifestaciones populistas irreverentes.
En la práctica la liturgia la entienden…los entendidos, sea del ala liberal, o del ala conservadora. Otra cosa es lo que es la liturgia como vivencia religiosa para cada uno. Podemos así distinguir unos elementos en juego.
- Lo que llevó a desear la reforma de la liturgia.
- Lo que llevó a defender las formas tradicionales.
- Cómo se ha visto todo esto desde las gradas, o desde los bancos de las iglesias.
En este ensayo propongo que las inquietudes de los tradicionalistas son infundadas.
Comencemos a ver esto desde las gradas, como un hecho, sin juzgar. Intentemos mirar como el que mira por un microscopio y constata lo que hay. Pareciera que los feligreses vienen al culto los domingos dejándose llevar por sus pastores. Se dejan llevar por los que saben al modo como siguen la dieta que el médico les recomienda. Si se desvían de esa dieta lo hacen a riesgo de su vida.
En ese contexto resulta extraño que alguien proponga que usen su propio criterio al momento de interpretar lo que se supone que hagan. Durante quinientos años Roma insistió en reglamentar hasta los gestos del celebrante en la misa y por eso en el catolicismo se dio por sentado que desviarse de las normas ya es algo herético, cosa de herejes.
Con el Concilio Vaticano II cambiaron las reglas, comenzando por cambiar la orientación del que preside la asamblea. Antes el celebrante se ubicaba de cara a la pared; ahora, el celebrante se ubica de frente a la asamblea. Así lo estableció Roma y así se hizo, en 1965, de la noche a la mañana. Los feligreses lo aceptaron sin «protestar».
Desde entonces hubo un grupo a los que resultó difícil aceptar los cambios impuestos por Roma. La inquietud no se dio tanto entre los feligreses, sino entre los «entendidos». Mi propuesta es que no hubo una comprensión adecuada de los supuestos y conceptos para los cambios.
Para captar los supuestos y conceptos del Concilio Vaticano II hay que «volver a las fuentes» (así se llamó uno de los movimientos que antecedieron al Concilio) y entender la fe como el encuentro personal con Dios en Jesús. El movimiento de la vuelta a las fuentes es el que repasa las Escrituras a la luz de los estudios bíblicos de los últimos ciento cincuenta años y repasa las prácticas de la Iglesia desde sus comienzos en las primitivas comunidades cristianas.
La escucha de la Palabra de Dios es alimento para el alma en la fe. Los estudios bíblicos van a la historia de los textos, lo mismo que al sentido lingüístico de las expresiones, para profundizar en el sentido de nuestra fe como encuentro con Dios. No se trata de trivializar los textos bíblicos, sino de un enriquecer de nuestra comprensión de lo que Dios nos dice a través de esos textos. En el proceso vemos que la Palabra de Dios como Sagrada Escritura es tan alimento como el alimento eucarístico.
El otro elemento en juego en los supuestos de la reforma de la liturgia es el de la historia misma de las prácticas litúrgicas a través de la historia. Mientras que en las iglesias orientales se conservó el griego y el arameo, el copto y otras lenguas en sus ceremonias, en la iglesia latina (romana) se conservó el latín. En las iglesias orientales la Palabra se siguió proclamando en griego, arameo, copto y así, y los feligreses pudieron y pueden entender y recibir el mensaje en su lengua, hasta hoy.
En el caso de Occidente el latín desapareció. Por esa razón los feligreses en la iglesias orientales entienden el ceremonial y la proclamación de la Palabra, mientras que en la iglesia romana esto se perdió. Ya para comienzos del milenio (año mil después de Cristo), en lo que será Europa la mayor parte de los feligreses no entendían el ceremonial.
Lo anterior llevó a que para el siglo 15 los feligreses practicaran y proyectaran su fe mediante todo tipo de prácticas devocionales. Y hasta el día de hoy los católicos tienen un desconocimiento básico de la Escritura. Hasta comienzos del siglo 20 la vivencia de los sacramentos fue algo asequible más a los clérigos y a los religiosos, que a los feligreses de fila. Recuerdo de monaguillo cuando se casaba y se bautizaba en latín. Por eso se cayó en una concepción mecánica de los sacramentos y se hizo posible ser un católico cultural para el que casarse en la iglesia iba de suyo, aunque no se pisara el templo el resto del tiempo.
Por esa misma razón la Reforma protestante vino a confirmar la situación que ya se daba a diario: un cristianismo devocional sin sacramentos. En ese contexto la reforma de la liturgia buscó reavivar la vida sacramental del pueblo y en gran medida esto se ha conseguido. No es lo mismo un bautismo, una ceremonia de misa y matrimonio según el rito actual, que según el rito previo al Concilio. Aun así sigue presente el hecho de que más de un matrimonio y bautismo se dan pro forma, como requerimiento cultural.
La reforma litúrgica ha buscado que las celebraciones sacramentales sean verdaderas vivencias de fe y de pueblo. Si en los años de 1960-80 hubo tropiezos, eso es normal en toda actividad humana. Es de humanos equivocarse. Recuerdo el himno que compuso un sacerdote amigo mío en que se cantaba «Donde hay caridad y amor allí está nuestro Dios». La composición era en ritmo afrocubano. Y recuerdo uno que dijo después de una misa en que se cantó ese himno, «Lo único que faltaba era que entrara una negra contoneándose». Estoy seguro que ese fue un caso inocente (ese canto) comparado con otras expresiones en Estados Unidos. Me hablaron de un cura que celebró con una tortilla mexicana, en vez de hostia.
Décadas después podemos visualizar en qué estaba pensando el que celebró con una tortilla mexicana. En la cultura de Jesús en la Última Cena el trigo era fundamental y en la cultura mexicana el maíz es el equivalente. Con esa lógica en Japón podrían celebrar con hostias hechas de harina de arroz. Teológicamente no habría inconveniente y aquí ya verán los entendidos en la reflexión de este tema.
Ya en la Edad Media Roma (la iglesia occidental) intercambió excomuniones con Constantinopla (la iglesia oriental) por la manera de hacer el pan a ser consagrado. Los orientales excomulgaron a los romanos por usar pan sin levadura, cuando desde los primeros tiempos del cristianismo se usó pan normal; más aún, señalaron que el pan fermentado simboliza mejor la resurrección y el reino de Dios que es como una levadura que hace fermentar la masa (Mateo 13,33). Los orientales también condenaron a los romanos por representar a Jesús como un animal (un cordero).
Nos damos cuenta así que hay asuntos medulares en el cristianismo y hay asuntos periféricos que dependen de los usos y costumbres. Es lo que también podemos decir del celibato del clero, que no se impuso (literalmente se impuso) hasta unos mil trescientos años después de Cristo, en la iglesia romana. El lenguaje a utilizarse en las ceremonias sacramentales es medular en cuanto al vernáculo, debido a que es lo que permite la participación activa y consciente de los feligreses. Simplemente imagine el lector si en una ceremonia sacramental le preguntan en chino, «¿xxxxxx?» y usted tiene que contestar, «sí». Es lo que sucedía en las ceremonias de matrimonio. Con la reforma se subraya el hecho de que cada uno de los contrayentes se otorga mutuamente el sacramento. Cada uno recita las palabras de compromiso nupcial al otro en un momento inolvidable. Eso mismo es un elemento que también contribuye como un disuasorio a la posibilidad de divorcio. Pero eso no es lo importante. Lo importante es la experiencia de contraer matrimonio como una gracia de Dios, del mismo modo que la fe no es asunto de asentir a verdades abstractas, sino la experiencia del encuentro con Dios. El sacramento es ocasión del encuentro con Dios.
De esa misma manera un tradicionalista podría decir que la misa tradicional en latín, igual que las ceremonias bizantinas que no entendemos, puede ser ocasión del encuentro con Dios. El problema con esa propuesta es que está muy cercana al fetichismo, o a la idolatría. En el fetichismo o la idolatría del vestuario, la música (gregoriana o el canto bizantino) y del aparato externo en general uno se deja llevar más por lo externo. Si lo externo no es adecuado, entonces uno tiene una necesidad neurótica de corregir esos detalles que al fin y a la postre son accidentales, no necesarios.
Lo necesario es que los elementos externos sean un vehículo para la experiencia fundamental, el encuentro con Dios y la vida centrada en Dios. En realidad, el elemento externo principal es la comunidad orante. Todo sacramento debe darse en el contexto de la vida de comunidad cristiana como comunidad orante. Obsesionarse por los candelabros, la vestimenta del que preside, el idioma y otros elementos que fascinan a los tradicionalistas es en realidad convertir lo que es vehículo en una finalidad por sí misma. En ese momento se cae en la idolatría.
Nuestra misión como cristianos —todo cristiano es un misionero— es fomentar la vida de comunidad cristiana. Todo sacramento es señal de Dios con nosotros y por eso nuestra misión incluye hacer que cada sacramento tenga dimensión comunitaria.
La comunidad es el cuerpo místico de Cristo orante ante el Padre. En ese sentido Cristo está presente en la misa como celebración eucarística, como celebración de acción de gracias. Está presente en la comunidad; en la Palabra proclamada; en el pan eucarístico en ese contexto apropiado; y en todas las oraciones de súplicas y alabanzas, incluidos los cantos y la música.
El presbítero preside, no celebra. Los que celebran son todos; el celebrante es la comunidad. Entre los documentos que tenemos del culto entre los primeros cristianos hay al menos dos en que no aparecen las palabras de la consagración, aunque siempre hablan de la comida y bebida a la que sólo pueden acercarse los bautizados.
La celebración comunitaria va enfocada al encuentro con Dios, pero no por medio de objetos idolátricos, sino por medio de la celebración misma. Igual que los sacramentos que significan y realizan lo que representan, así la comunidad como signo y realización de la realidad de Dios con nosotros.
Comentarios