El tema de este domingo es el de las tentaciones de Jesús en el desierto.
La primera lectura de hoy presenta a Adán y Eva y su desobediencia al mandamiento de Dios (Génesis 2,7-9; 3,1-7). Este es el pecado original, el mismo de Lucifer: rebelarse contra lo que Dios dispone. Esto trae las consecuencias del castigo de Dios: la muerte, la debilidad humana frente a las tentaciones de Satanás. El diablo, envidioso de nosotros, se goza en hacernos caer y en alejarnos de Dios.
De la misma manera que todos nos vemos tentados, Jesús también fue tentado. Pero Jesús no cayó en la tentación, sino que se mantuvo obediente a lo que Dios dispone, hasta la muerte.
En el triunfo de Jesús reconocemos que Dios siempre tuvo un plan de amor para nosotros, para rescatarnos de la muerte y el pecado.
Con el salmo responsorial reaccionamos a la primera lectura. Son versículos del salmo 50, expresando nuestro arrepentimiento por nuestros pecados. Entonces también expresamos nuestro sometimiento a la voluntad de Dios.
La segunda lectura está tomada de la carta de San Pablo, Romanos 5,12-19. De igual manera que el pecado de Adán trajo consecuencias a todo el género humano, así también la obediencia de Jesús, el Nuevo Adán, libera a todos los humanos, judíos y gentiles. «Pues, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos», nos dice.
El evangelio entonces presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, demostrando que era Dios y hombre verdadero y que siendo hombre igual que todos nosotros, también fue tentado. Su obediencia al Padre y al plan de Dios nos ganó el cielo a todos.
Al final de las tentaciones Jesús dice, «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
En cuaresma sacamos tiempo para reflexionar sobre lo que nos aparta de Dios y hasta nos lleva a idolatrar, a rendirle culto a las cosas, antes que a Dios. A través de la historia de Israel muchos se desviaron de la fidelidad a Dios adorando ídolos. En nuestra vida sin querer podemos terminar adorando ídolos que nos alejan de Dios: la comida, la vanidad, el poder, el dinero. Nada de eso es malo de por sí. Se convierten en ídolos cuando sacrificamos nuestra vida a ellos.
Invito a ver mis apuntes del (cliquear sobre el año) 2008, 2011, 2020.
Comentarios