En el evangelio de hoy Jesús viene hacia la barca caminando sobre el agua. Pedro intenta salir a su encuentro y se hunde en el agua.
La primera lectura de hoy es de 1 Reyes 19,9a.11-13a. El profeta Elías se encuentra en el desierto, en una cueva, huyendo de la persecución a muerte de la pérfida Jezabel, reina de Israel (Reino del Norte). Ha tenido que viajar (caminar huyendo a pie) durante semanas y ahora está desanimado. Pero entonces Dios lo llama a que salga de la cueva. Hay un preludio de la manifestación de Dios: tormenta, terremoto, fuego y entonces en el silencio, una brisa suave. Dios está en la brisa. Al final del pasaje de la lectura de hoy Elías se dispone a escuchar lo que Dios tiene que decirle.
En términos del tema del evangelio de hoy vemos al profeta que cree, y porque cree, se dispone a escuchar la manifestación de Dios. Esta ha de ser la actitud de todo cristiano, la de estar atentos a lo que Dios nos dice en el silencio y en las señales de los tiempos. Esta es la fe que no consiste en asentir a unas verdades, sino en estar a la escucha de Dios.
El canto interleccional o responsorial reacciona a la primera lectura con versos del salmo 84. «Voy a escuchar lo que dice el Señor,» cantamos.
La segunda lectura continúa con el texto de Romanos 9,1-5. Dice, «siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos». San Pablo así expresa la disposición con que expresamos el amor de Dios en nosotros, la disposición a estar dispuestos a ser perseguidos y rechazados por el bien de los hermanos.
El evangelio continúa con la lectura de Mateo 14,22-23. Después del episodio de la multiplicación de los panes y los peces Jesús sube a un monte a orar, mientras le dice a los discípulos que se encontrará luego con ellos al otro lado del lago, al otro día. Parece que los discípulos salieron en su barca esa misma noche y en la madrugada se despertaron con una gran borrasca «a la cuarta vela de la noche» (de 4 a 6 de la mañana). Parece que los discípulos estaban llenos de miedo y en eso vieron a Jesús acercarse caminando sobre las aguas. No sabían si era él, o si era un fantasma. Podía ser un demonio con apariencia de Jesús. Por eso Pedro brinca fuera de la barca y se pone a caminar hacia él. Pero el viento era fuerte y entonces flaqueó. Jesús entonces lo cogió de la mano y lo ayudó a subir a la barca. Una vez Jesús subió a la barca, el mar se calmó.
Una vez más, igual que con el milagro de los panes y los peces, los discípulos reconocen a Jesús como el Hijo de Dios, el mesías. Para el que está a la escucha de Dios, para el que cree de todo corazón con fe, Jesús es Palabra de Dios.
Invito a ver mis apuntes para las lecturas de este domingo, del año 2020.
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